miércoles, 31 de diciembre de 2008

Sentencias abusrdas y un invitado de excepción: Arturo

Tiene cojones lo que voy a contar. Y es que el Señor Arturo me ha jodido un artículo, así, por la puta cara. Y lo peor, la cara de tonto que se me quedó en el momento de leerle yo a él.
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Resulta que un par de buenos amigos me dijeron no hace mucho que alguna de las entradas de este blog tenían cierto parecido con algunos de los artículos que Arturo Pérez-Reverte firma los domingos en la revista XL Semanal, sin duda una de las mejores publicaciones que uno puede encontrar hoy en día y que elementalmente yo devoro de principio a fin, incluida como no la página "Patente de corso". Aunque tal afirmación resultó ser un elogio para mí, uno es de sobra consciente al cien por cien de que tal comentario no tiene absolutamente nada de cierto. Reverte es, aparte de uno de los miembros de la RAE y un tipo con mucha escuela por su pasado de reportero de guerra, un escritor con toda las de la Ley y yo no soy más que un insignificante hombrecito del montón que escribe tonterías en un blog con el único fin de que las lean sus cuatro amigos y algún que otro despistado que caiga por aquí. Pero bueno, al menos así me doy cuenta de que aun queda gente que me aprecia y que desean verme contento, aunque sea a base de mentirijillas.
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El caso es que en mi "pedeá" tenía preparada una entrada para publicar en este blog en la que hablaba sobre la lamentable sentencia dictada por un juez en la que condena a una madre a cuarenta y cinco días de cárcel y a un año de alejamiento de su hijo de diez años, porque hace ya unos años le dio una colleja, como bien dice Artuto. Y este domingo abro el XL Semanal y me encuentro con que Arturo Pérez-Reverte habla también sobre ese tema en su Patente de corso. Y además resulta que coincidimos en muchas cosas, solo que mi artículo contenía unos cuantos "tonto del culo" e "hijos de puta" de más, sabedor de que solo seré leído por tres o cuatro almas y de que por ello no iré a la cárcel, aparte de permitirme comparar a algunos representantes de la justicia con Mortadelo y Filemón.
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Ahora resulta que se me han quitado las ganas de publicar mi artículo, porque total, ya está todo dicho. Solo hace falta leerse XL Semanal. Además no me apetece ser acusado de plagio por esos amigos que tanto me aprecian. Pero sí que me apetece decir que qué se puede esperar de una justicia que te envía a la cárcel por conducir un coche sin consecuencias con cuatro copas de más o con medio gramo de perico danzando por tu cuerpo, a la vez que esas mismas cantidades sirven para rebajar una condena por ser un atenuante, si mañana te meten una puñalada. Gaby, Mikiki, Milikito y Fofito no lo hubiesen hecho peor.
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Otra cosa que tengo clarita también, es que si algún día y por alguna razón me viese obligado a darle un cachete a mi hijo y algún miembro de esas asociaciones de derechos infantiles me viese y me llamase la atención, es probable que me viese obligado a visitar al menos dos veces el juzgado. Una de ellas para responder por el absurdo e inocente cachete, muchas veces unido a una buena educación, que no es lo mismo un cachete que una paliza. Y la otra por la somanta de ostias que le iban a caer al cantamañanas de los cojones.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Las monjitas de Illescas y Sor María Isabel




En mi último post publicado hace solo uno días, hacía mención entre otras cosas al gran atracón de Nochebuena. Pues bueno, solo unas horas después de publicar dicho artículo, leí en una gran revista de tirada "semanal", nunca mejor dicho, una entrevista a una tal Sor María Isabel. La verdad es que en mi vida había oído hablar de esa mujer, que al parecer lleva ya unos cuantos libros publicados sobre cocina, pero me llamó la atención lo suficiente como para dedicarle un trocito de mi blog.


En dicha entrevista, Son María Isabel afirmaba que su menú para esta víspera de Navidad será como siempre: cardo con salsita de almendra y una tortilla francesa. Sin más lujos y sin más ostentaciones culinarias. Y no se porqué, pero fíjate que la creo. También dice que la cena del resto del año consiste en verduras y sopa de leche. Siempre lo mismo.


No deseo entrar aquí a valorar o a juzgar a este gremio de mujeres al servicio de una iglesia quizá algo anticuada, pues sin duda es algo que no entiendo ni creo que entenderé jamás, aunque no me cabe la menor duda de que su fe y su amor por Dios está muy encima de mi capacidad de razonamiento. Pero me apetece contar que cuando hace unos años, no muchos, tuve la ocasión de visitar el convento de clausura de Illescas, en la provincia de Toledo, me llevé una impresión imposible de describir. Por un lado, vi a varias personas encerradas entre cuatro paredes, como presas de una sociedad extraña, cumpliendo una dura condena perpetua por algo que jamás cometieron, pero por otro, vi a unas mujeres felices y encantadoras, las cuales desbordaban humildad, infinito amor al prójimo y un espíritu que el resto de mortales deberíamos de envidiar durante toda la vida. Cada monjita nos contó su historia y cada historia era digna de ser escuchada y guardada para siempre en el corazón de quien la escuchaba. Yo así lo hice, aunque cuando salimos de allí para continuar con nuestro viaje hacia Málaga y mientras el resto de vecinos de Illescas parecían ajenos a aquella realidad, no se porqué razón sentí una gran angustia en mi interior. Hoy es el día que al recordar aquel momento y aquellas conversaciones con aquellas buenas mujeres a través de unos fríos y oscuros barrotes, sigo sintiendo aquella misma sensación de angustia. Angustia, un enorme cariño y mucho respeto por ellas. Aunque jamás en la vida creo que las llegue a entender.

martes, 16 de diciembre de 2008

Había una vez... un circo y una Navidad







Como todos los años por estas fechas, llega a mi ciudad el mayor circo del mundo. El Gran Circo Mundial de la Navidad. Un lamentable espectáculo lleno de payasos y domadores de absurdos esperpentos que cuelgan cada vez más, tanto en tamaño como en cantidad, de balcones y ventanas, acompasados por lucecitas que se encienden y se apagan, como si a estas alturas aun fuese algo que gustase y llamase la atención. ¿De verdad que a nadie le han entrado ganas de liarse a pedradas? Porque a mí me resulta el colmo de la ordinariez y la horterada. Y todo ello sin entrar en temas de seguridad, que más de un incendio ha tenido origen ya en la escasa calidad de dichas lucecitas, adquiridas muchas veces en comercios de dudosa confianza. Y a mí si un fulano quiere meterle fuego a su casa, tres cojones me importa, pero en la mayoría de los casos, acaban pagando justos por pecadores y eso empieza a importarme ya un poco más que esos tres cojones anteriormente mencionados.
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Un circo lleno de numeritos circenses trucados, como no, como ese del buena cara incluso del que sabes de más y de sobra que te odia de toda o casi toda la vida y que bien a gusto le hubieses partido la cara quinientas veces ya. Que si feliz Navidad y tal. Que si feliz año nuevo y cual. Como aquel refrán del "A Dios rogando y con el mazo dando". Vamos, que más falsos que Judas. Pero como es navidad, pues todos felices, contentos y sonrientes.
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Y por las calles de mi pueblo y creo que del resto de pueblos, cuelgan bulgares carteles publicitarios que nos venden la puta Navidad en forma de lucecitas y más lucecitas a modo casi de gran puticlub, que inocentemente pagamos entre todos, a la vez que estampitas metidas en mi buzón por los mismos que mandan colocar dicha iluminación, me dicen que ahorre cuanto pueda en gas, luz y agua. Que la energía natural escasea. Pero el consumismo puede con todo. Y manda huevos que lo diga yo, que sueño a diario con ese móvil de última generación, ese portátil al que solo le falta hablar o con el plasma de ocho mil millones de pulgadas.
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Y entre número y número de este circo, en la tele me saturan con anuncios donde algunos parece que tiran la casa por la ventana regalando miles o millones de minutos gratis de poder hablar por teléfono, como si de verdad yo quisiese hablar más de tres minutos seguidos con alguien sin ser cara a cara mientras se me calienta la oreja por el puto terminal, que digan lo que digan, de bueno tiene que tener bien poco. Aunque me lo diga una ovejita con una voz que me recuerda la ostia a Siete Vidas. Qué acertado el condenado animalito, por cierto, pues entre ovejas y borregos anda el juego, la verdad. Y tras la ovejita Alonso, que a pesar de todo parece divertida y así me entretiene y no leo la letra pequeña que pasa a toda ostia por la parte baja del televisor donde dice que me ataré para casi siempre con esa asquerosa compañía, más anuncios de turrones, de colonias en francés, adeseeles que prometen velocidades que no alcanzan ni de asomo, de la puta lotería, buena idea pa sacarnos los cuartos año tras año a cuenta de la puta ilusión que le pierde a uno, de juguetes y juguetes, de consolas que no consolan y lo que ya clama al cielo: telemaratones de mierda en cadenas que facturan millones y millones, donde famosos y famosillos, algunos de renombre y otros tan pringaos como el que más, intentan tocarme la fibra sensible para que done mi dinero, como si a mí me costase ganarlo tan poco como a ellos, que por un buen puñado de muchos euros, algunos cuentan hasta como, cuando y donde se la chupan a quien haga falta por sucia que la tenga y tan solo consiguen tocarme las pelotas con tanta hipocresía y en el mejor de los casos que cambie de canal, cuando no tirar la tele por la ventana y con algo de suerte hasta pillo debajo al del noveno, que es de los de buena cara en Navidad y pedazo hijo de puta el resto del año, o al alcornoque del papa noel que cuelga de su ventana y me da el reflejo con sus luces a todas horas en mi salón. Por dios... que asco me dan esos gordinflones importados de tan allá...
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Y llegada la noche clave, por cojones que me tengo que pegar el atracón, aunque mañana pase sed o hambre, pero estamos que nos salimos. Como si se acabase el mundo y hubiese que comérselo todo. Y si protestas, eres raro. Cuando no peor: - ¿tan poco te importa la familia? -. ¿Y que cojones tendrá que ver la familia con estos quince kilos de langostinos que no entran ni en la mesa? que digo yo. Así que prefiero pasar por raro que por antisocial. Aunque en la mitad de los casos esas entrañables familias que hoy tanto parecen quererse y disfrutar, se odien a muerte, que todos conocemos casos y casos.
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Y poniendo el broche final a este absurdo espectáculo circense o parodia internacional, nos llegan los Reyes Magos. Vamos, que estas alturas ya nadie cree en Dios y ni Dios cree en aquel niño Jesús, enjendrado sin necesidad de un buen polvo, como tú o como yo, pero los Reyes Magos parecen sagrados, incluida la cabalgata, que cada año se parece un poco más al desfile del día del orgullo gay e incluidos los roscos, que encima va y te toca la alubia o figurita, que a saber donde habrá andao antes de que el pastelero o el aprendiz, que en estas fechas hay mucho trabajo, la haya metido ahí, y todos te gritan que el año que viene te toca pagar el rosco a . Y yo siempre acabo preguntando: - vamos a ver: ¿a quien cojones se le ha ocurrido comprar esta mierda otra vez? -. Si es que tienen que rellenarlo con nata, por que si no, no hay cristo que le meta mano de lo seco que está. Pero años tras años, el rosco está presente en la mesa en el día de Reyes.
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Podría hablar también de los villancicos, pero créanme, solo de pensarlo, me entran hasta ganas de vomitar. Muchos dicen que ahora cambiaré la forma de pensar, que con un niño se vive diferente la Navidad,. Y sí, puede que cambie de forma, pero de forma de actuar. Jamás de forma de pensar.
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Lo triste es que al final a uno no le queda más remedio que formar parte de esta mierda de circo, aunque sea de mero y pasivo espectador. Aunque puestos a decidir, si de verdad pudiese elegir un papel, yo cogería sin duda el de taquillero. Así podría colgar de inmediato aquello de "no hay billetes". Y a tomar por el culo este circo de una puta vez.
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Dedicado a mi buena amiga "Ceferina", que me da a mí que este año tiene tantas ganas de tonterías navideñas como yo.




domingo, 14 de diciembre de 2008

1.990


Entre noches y noches sin dormir, a lo que seamos sinceros, uno lleva ya muchos años acostumbrado, rebuscando en los bajos fondos del disco duro de mi ordenador y en los viejos y olvidados albumnes de fotos que uno creía ya perdidos a causa de la mudanza de hace algún tiempo, me he encontrado con esta fotografía, la cual tiene ya casi 19 largos años y me recuerda lo viejo que soy. Yo era un crío de dieciocho añitos recién cumplidos, que acababa de empezar "la mili" y esa ambulancia, a la cual conocíamos como "500-3ª" fue mi compañera durante algo más de un año. Hoy aún sigo perteneciendo a la entidad, aunque por falta de tiempo quizá no le dedico el tiempo que me gustaría.
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Pero no es la Cruz Roja ni mi servicio militar lo que me ha llevado a escribir este post, sino el tiempo que ha pasado desde entonces... Algo me dice que ya no soy un niño. Y no digo que cualquier tiempo pasado fuese mejor o peor que hoy, pero lo que sí tengo muy claro, es que ya nada volverá a ser lo mismo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Bievenida mi nueva vida

Han sido ya varias las personas que al llamarme en los últimos días, me preguntaban el porqué de mi abandono repentino de mis Mundos Azules, pregunta a la que yo no le daba mucha importancia, pues en ningún momento he considerado que haya dejado de lado mi blog, pero de repente cuando esta noche me ha dado por echarle un vistazo, me he sorprendido y me he quedado un rato en trance. Hace más de un mes que no escribía nada. Un mes, que se dice pronto. Y eso que tengo la PDA llena de bocetos con tonterías varias con las que llenar unos cuantos post, pero no consigo sacar un minuto para acabarlas y mucho menos para publicarlas. Y claro, con todo ello, algunas de las cosas están ya fuera de lugar. Porque seamos sinceros, a estas alturas, ya es un poco tarde para decir lo sinvergüenza que puede ser la Esperanza Aguirre por correr como una puta rata con sandalias y calcetines con olor a puro marketing, dejando en tierra de combate a sus compatriotas, verdad?

Estoy viviendo unos días, que a pesar de ser maravillosos, son también un tanto extresantes y apenas saco tiempo para mis cosas cotidianas de antes. Vamos, que mi vida ha cambiado. Y no para mal, que conste, aunque reconozco que es un cambio tan brusco, que hay momentos de agobio.

Ayer le enviaba un e-mail a Carmen, una vieja amiga de Peñaranda de Bracamonte que también está ahora embarazada y la contaba un poco como eran mis días, para que así no la pillase luego a ella desprevenida, y la decía algo así:

"Total, que le das o bien el biberón o bien el pecho, dependiendo de lo que cada una pueda, pongamos que a la 1 de la mañana, por poner una hora que sirva de ejemplo y porque las cosas como son, a cualquier hora le puede tocar. Tardas mínimo unos tres cuartos de hora, cuando no es más, ya que el niño no se lo bebe todo de golpe, sino que se queda dormido cada tris tras y hay que andar despertándole a cada instante. A la 1:55 te dispones a dormir, pero va el jodido y se pone a llorar. No sabes qué es lo que le pasa, así que le miras por si acaso se ha meado o se ha cagado, pero resulta que no, ni lo uno, ni lo otro, así que le vistes de nuevo, le das unos toquecitos en la espalda, resulta que te echa un par de eruptitos con pelín de vomito, que elementalmente tienes que limpiarle y ale, a dormir. Pero de repente y antes de dejarle en la cunita notas que huele mal y le miras otra vez por si se ha cagado y esta vez resulta que sí que se ha cagado. Ya son las 2 y media de la mañana. Le limpias, le cambias, recoges todo y a dormir. Las 3 menos cinco de la mañana. Entre que te duermes, te entra el sueño porque ya estás totalmente desvelado y demás, las 3 y cuarto. Y a las 4 suena de nuevo el despertador, pues le toca otra vez, ya que hay que darle cada tres horas, y son tres horas desde que empezaste la toma anterior, no desde que la acabaste, osea, tres horas a partir de la 1 de la mañana. Le das la toma, le miras por si ha cagado... llora, el eruptito... se mea... a la cama cuando ya son las 6 menos cuarto. Esta vez ha habido suerte y has ganado diez minutos, pero de nuevo estás desvelado y dormirse no es tan fácil. Y lo peor es que sabes que a las 7 le toca otra vez. Y eso si hay suerte y antes no le da por llorar, claro está. Luego ya de día, te suena y te suena el móvil. Y cuando no es peor y lo que suena es el portero automático: tus padres... los de tu mujer... tus hermanos, los de tu marido... tus amigos... tus tíos... tus primas... el vecino del octavo, el del bar de abajo de tu casa... y la madre que les parió a todos... Se te llena la casa de gente. No ganas para cervezas, coca colas, patatas fritas de bolsa y galletas surtidas de esas que una vez que abres, como sobre alguna se te ponen blandas para el día siguiente. Y todo dios con la misma historia: que si qué niño más guapo... que si ¿qué tal el parto?... que si se parece al padre pero con la sonrisa de su madre, aunque en la puta vida la hayan visto sonreír, pero... es lo que hay. Y tu con una sonrisa de oreja a oreja, mientras te mueres de sueño y te cagas en los más profundo. Solo deseas que llegue la noche para meterte en la cama y dormir, pero sabes que a la 1 le toca el bibe... y a las 4... y a las 7... Y mañana volverá a sonar el teléfono. Y lo que es peor... el portero automático."



Claro, que aunque la historia tiene mucho de verdad y uno vive entre la nube de ser padre y entre el agobio por la que se le avecina, el asunto merece la pena. Uno se puede tirar horas y horas mirando al pequeño príncipe de la casa, aunque este se tire las mismas horas sin hacerte ni puto caso y solicitándote tan solo cuando le entra el hambre. Es un sentimiento difícil de explicar. Y a pesar de todo, que nadie dude que uno agradece la visita de toda aquella gente a la que aprecia. Pero me resulta gracioso narrarlo así. Anda que no habré tocado veces el portero yo cuando los que parían eran los demás...

Por cierto, os presento a Gaizka. Forma parte de este mundo desde las 5:20 de la mañana del día 20 del pasado mes de noviembre. Un joyita con forma de niño.





Gaizka. 10 días.

lunes, 27 de octubre de 2008

Los monos que suben y bajan


Esto no es mío. Me lo envió por e-mail Olga, me ha parecido interesante y me apetece publicarlo aquí para compartirlo con todos vosotros:




Un buen día llegó al pueblo un señor alto, elegante y bien vestido con un traje muy caro, que se instaló en el único hotel que allí había, y puso un aviso en la página del único periódico local que decía que estaba dispuesto a comprar cada mono que le trajesen por 10 euros.

Los campesinos, que sabían que el bosque estaba lleno de monos, salieron corriendo a cazarlos. El hombre aquel elegante y bien vestido compró, tal y como había prometido en el aviso, los cientos de monos que le trajeron razón de 10 euros cada uno sin rechistar. Cuando quedaban ya muy pocos monos en el bosque y era difícil cazarlos, los campesinos perdieron interés y dejaron de ir a cazarlos, por lo que el hombre ofreció entonces 20 euros por cada mono. Los campesinos corrieron otra vez al bosque. Nuevamente, fueron mermando los monos y el hombre elevó la oferta a 25 euros, por lo que los campesinos volvieron al bosque, cazando los pocos monos que quedaban, hasta que ya era casi imposible encontrar uno. Llegado a este punto, el hombre ofreció hasta 150 euros por cada mono, pero como tenía negocios que atender en la ciudad, les informó que dejaría el negocio de la compra de monos a cargo de su ayudante.

Una vez que viajó el hombre bien vestido vestido a la ciudad, su ayudante se dirigió a los campesinos diciéndoles: -fíjense bien en esta jaula llena de miles de monos que mi Jefe les compró para su colección. Yo les ofrezco venderles a ustedes todos los monos por 35 euros cada uno y cuando mi jefe regrese de la ciudad, ustedes se los venden por 150 euros cada uno. Los campesinos contentos y frotándose las manos, juntaron todos sus ahorros y compraron los miles de monosque había en aquella gran jaula, a la espera de que llegase el día de regreso del que ya llamaban "el jefe".

Desde ese día, no volvieron a ver ni al ayudante ni al jefe. Lo único que vieron fue la jaula llena de monos que compraron con sus ahorros de toda lavida.

Ahora tienen ustedes una noción bien clara de cómo funciona el Mercado de Valores y la Bolsa.


Anónimo.

martes, 21 de octubre de 2008

La chica del tubito


Un día cualquiera, 8 de la mañana. Una chica joven que no llegará aun a los 30 entra en un ambulatorio de barrio. Su misión: entregar un tubito de orina. Los pocos asientos que hay en el centro médico están ocupados. Algunos por adolescentes que investigan su móvil. Otros por alguna pareja cercana también a los treinta, aunque quien sabe, a veces las apariencias engañan. Los que más, ocupados por personas mayores. Algunos ,quizá, sesenta y tantos años a sus espaldas. Otros de setenta o más. Hay quienes, creo, tienen algún tipo de bono, pues siempre están allí. La salud es lo primero. La chica del tubito espera paciente su turno. De pie, claro está. No hay sitios libres donde sentarse. Nadie mira a nadie. Ella no tiene prisa, pero quizás esté cansada. Es algo que salta a la vista. A la vista de todos. Menos a la de los gilipollas. Por fin la toca su turno. Nadie conoce a nadie, así que, ¿porqué iban a colarle a ella? Aunque su misión tan solo consista en entregar un tubito con algo de orina. Tan sencillo como: - dame! -, - toma -, - hasta otra -, - muchas gracias, buenos días -. 
Mismo día. 10:30 de la mañana. La chica del tubito se dirige hacia la parada del autobús. De camino, pasa por un parque donde, casualidad, pasean varios de los mayores del ambulatorio de esta mañana. Hay varios bancos libres, pero no se sientan, ahora prefieren pasear. Es posible que no estén tan cansados; tanto tiempo sentados en el ambulatorio, es normal. Prefieren caminar. Se fijan en la chica y hasta la sonríen, como si fuesen majos, pero ella les ignora. Vete tú a saber porqué.
Junto a la parada del autobús hay un supermercado y ella tiene hambre. Entra y coge una caja de Dónuts. Sólo una caja de Dónuts. Espera en la cola. Hay cinco o seis personas con carritos llenos hasta la bandera y un cesto solo en el medio de la nada, lleno de comida, pero como abandonado. Pero a la chica del tubito nadie la mira. De repente aparece una tipa con una bandejita de jamón que sonriente suelta en la cola: - solo llevo esto -. Todos balbucean, pero la caradura de los huevos consigue colarse. Y según avanza la cola, aparece una tonta de los cojones llena de cosas entre los brazos que de mala ostia asegura que aquel cesto medio abandonado, que quedado ya a un lado, es de ella y que está antes que la chica del tubito y que alguna más. Y la muy hija de la gran puta va y se cuela, así, por la cara. - En fin... estoy cansada, tengo hambre, pero no tengo prisa - debió pensar la chica del tubito. Guapita ella, por cierto.
Por fin coge el autobús. Este va lleno. Gente sentada y gente de pie. A la chica del tubito, que ya no tiene tubito porque se lo entregó a la enfermera que no la conocía de nada y por eso no la había colado en tan fácil operación, le toca ir de pie. Nadie se inmuta. Los que van de pie poco pueden hacer. Los que van sentados, no ven más allá de sus libros, sus periódicos o sus putos teléfonos móviles, muchos más inteligentes, sin duda, que ellos. Los más simples, bastante tienen con ver el paisaje que ofrece una ventana sucia y llena de dedos marcados. Y como aquí tampoco nadie conoce a nadie, la chica del tubito hace todo el viaje de pie. Está cansada, pero no tiene prisa. Ni tampoco hambre. Y al fin y al cabo no son más que veinte minutos de ná.
Llegando a su destino, la espera otra enorme cola. Pero no hay más huevos que esperar y a estas alturas ya ha aprendido como nadie a resignarse. El lugar es un edificio perteneciente al Gobierno Vasco y la burocracia es tan complicada, que todo el mundo tiene cosas que preguntar y papeles que rellenar. De repente se le acerca una mujer que parece que trabaja allí. Una funcionaria quizá. No la conoce, pero por fin un poco de luz: - pasa por aquí hija, por dios, pasa por aquí, no esperes esa cola. Tienes cara de cansada. ¿Que es, niño o niña?. Por dios, si estás a punto de explotar! -
Gracias a esta maravillosa funcionaria, la chica del tubito se dio cuenta de que no todo el mundo es igual y que aunque se cuenten con los dedos de una mano, aun queda gente que se da cuenta de las cosas. Todos, menos los gilipollas.
El resto de la historia, créanme, carece de importancia.

sábado, 18 de octubre de 2008

El Maku. 10 años después.


Recuerdo que hace años tuve un amigo que estaba loco. Y cuando digo loco, quiero decir como una puta cabra.

Recuerdo que estaba tan loco, que a menudo se creía que era William Wallace, el protagonista de Braveheart, aquellla película dirigida e interpretada por Mel Gibson, a la vez que nos aseguraba ser inmortal, motivado también por la saga de películas de Los Inmortales. Aunque por algún parecido con no se qué dibujo animado, le llamábamos Makumba McKlau. O más cariñosamente, El Maku.

Recuerdo que a veces salía por la calle vestido con una extraña falda escocesa de cuadros e incluso se pintaba la cara, mitad de blanco, mitad de azul, imitando, como no, al escocés Wallace. Y hasta gritaba de vez en cuando subido en lo que pillaba, brazo en alto y palo en la mano aquello de "Freedom for Scotland. Y nosotros, inocentes o más bien gilipollas, le reíamos la gracia. Como si aquello realmente fuese gracioso.

Recuerdo las risas que nos echábamos con él cuando le daba el cuarto de hora y nos imitaba al gordinflón de Santa Claus con aquel "¡Ho, Ho, Ho, Feliz Navidad!" que juro por Dios que desde entonces cada vez que lo escucho, le veo a él, con aquella chaqueta gorda de la Cruz Roja. O cuando se sacaba unos billetes de su cartera y se ponía a gritar tartamudeando a los cuatro vientos: "¡estampitas!, ¡estampitas!", acercándose a la gente, quienes le miraban como quien mira a un loco, a la vez que se apartaban asustados de su lado.

Recuerdo que una vez diagnosticada su enfermedad, una supuesta esquizofrenia paranoide, le vacilábamos diciéndole que le habíamos puesto un chip en la cabeza para poder seguirle en todo momento. Y recuerdo que él se mosqueó... porque se lo creyó.

Recuerdo la música que le gustaba, de lo más extraño para un tipo como él: Parchís, Enrique y Ana, Los Payasos de la Tele, incluso Tijeritas. Y le fascinaba el sonido de las gaitas. Quien sabe si es por ello que hasta yo mismo adoro hoy en día el sonido de una gaita, único instrumento capaz de hacerme llorar.

Recuerdo que era un buen tipo y tenía un gran corazón. De hecho, dedicaba parte de su tiempo a ayudar desinteresadamente a otras gentes en la Cruz Roja, entidad que no solo nunca se lo supo agradecer ni estar a la altura, si no que sin saberlo le empujó un poco más hacia un incierto destino, e incluso hizo más fría la losa que un día le cubrió.

Recuerdo que un día, cansado de vivir esta puta vida que no era la suya y convencido de que esa era la única manera que tenía de irse con los suyos a la Escocia del año mil quinientos no se qué, se quitó de en medio de forma voluntaria ingiriendo vete tú a saber qué veneno.

Recuerdo que fue el 18 de Octubre del año 1.998. Era una puta noche de domingo y yo fui uno de aquellos que le encontraron tirado en la habitación de su casa. Hay quien dice que eso es de cobardes y puede que tengan razón, pero que jamás se crean ellos más valientes... Jamás. Hay que tener muchos huevos para tomar el difícil camino que él tomó.

Recuerdo su coche rojo, sus catanas, su oscura casa sin más luz que la que dan tres feos patios, precintada varios meses tras aquello, sus perros, su gato, su extraño y repugnante pacto con el mismísimo diablo, sus historias, sus paranoias... su cuerpo inerte tirado en el suelo e incluso su puta cara veinte segundos antes de ser incinerado, mostrándose feliz y riéndose de todos nosotros... a la vez que no se porqué, agradecido.

Ahora me consta que corre y grita a diario por los alrededores del lago La Ercina, en los bellos picos de Europa y por la costa de Llanes. Y no solamente puedo decir que le recuerdo, es que jamás le olvidaré.





A la memoria de Jon Joseba. El Maku. Diez años después, aun hay quien le recuerda. Un amigo. Ayer, hoy y siempre.



jueves, 9 de octubre de 2008

...haberlas hailas... aunque no crea en meigas


Aun no existían los GPS, y si existían, yo no tenía uno que me guiase. Nuestra única guía, un mapa Campsa algo antiguo y la recomendación de un amigo de un viejo hotel que nunca encontramos. A la aventura. Sin plan concreto y sin reserva previa. El cansancio del viaje y un enorme dolor de cabeza causado por la resaca de la fiesta de la noche anterior, nos hizo preguntar en un hotel cualquiera al azar si había camas. Había sitio para dos, así que sin más preámbulos, nos instalamos. El lugar era bonito. Junto a la playa de A Lanzada. Galicia. Septiembre de 2.002. 

Los días posteriores y con base en aquel pequeño edificio en medio de la nada llamado hotel, recorrimos varios pueblos de las rías baixas. Fue precisamente en uno de ellos donde tuvo lugar la extraña historia que ahora voy a contar. Un bonito pueblo costero al que llegamos gracias a una guía que habíamos comprado el día anterior en La Toxa y que hablaba de las ruinas de una vieja iglesia, que fue lo que realmente nos llamó la atención.

Preguntando, se llega a Roma. Y a Cambados. Y a las mencionadas ruinas, aunque nos costó encontrarlas. Entre tantas indicaciones, alguien nos contó que aquel lugar había sido pasto de las llamas en varias ocasiones a lo largo de su historia y que al final, como si de un hechizo se tratase,, lo habían dejado por imposible, aunque nunca supimos qué podía haber de cierto en todo ello, ya que nunca he encontrado información sería al respecto.

La puerta estaba abierta. No había tejado. Tan solo unas vigas de lado a lado, dejaban ver que en otros tiempos, quizás sí que lo hubo. Al fondo, la silueta de un hombre no muy mayor. Quizás cincuenta y cinco años, a lo sumo sesenta. Entramos y caminamos despacio hasta el lugar donde se encontraba aquel paisano como si fuese algo que hiciésemos a diario, sin darle importancia alguna a nuestro alrededor ni al lugar en el que nos encontrábamos. Como dos turistas despistados. Una vez a la altura de la única persona que habíamos visto, descubrimos que aquello era un viejo altar y que el tipo aquel de unos cincuenta y pico o sesenta años, estaba allí rezando. Al llegar, ambos, mi mujer y yo, tuvimos la sensación de que nuestra presencia le resulto incómoda, porque el hombre abandonó sus rezos una vez nos detuvimos junto a él. Frente a aquel viejo y abandonado altar de aquella vieja y abandonada iglesia. Nosotros no le dimos importancia alguna al detalle. Si quería rezar, que rezase. A nosotros los rezos nos importaban bien poco. Aquello era Galicia y todo era precioso. Olía a marisco, sonaban gaitas gallegas y sus gentes parecían ser buenas y acogedoras. Era, por cierto, la primera vez pisábamos tierras gallegas. 

Una vez nos detuvimos a su lado, el hombre abandonó la escena. Sin decir nada. Ni hola, ni adiós. Seguíamos contemplando aquel viejo altar, que tampoco es que nos dijese nada especial, cuando de la nada y como en aquella vieja y cutre canción de Alex y Cristina que decía "chas y aparezco a tu lado", apareció una mujer. Se colocó a mi derecha. Codo con codo, llegando a rozarme. Era una anciana que vestía de riguroso luto, aunque su extraño comportamiento no hizo que nos sintiésemos especialmente cómodos y desde aquel momento empezamos a ver las cosas de una forma diferente. Muy diferente. Al poco de situarse junto a nosotros, nos apartó hacia un lado con sus brazos de tal forma que hasta podría considerarse un empujón, a la vez que, acercándose el dedo índice de su mano derecha apuntando hacia arriba a su propia boca, nos hizo el gesto del silencio, aquel que suena tal que "chssssssshh". Y comenzó a rezar mirando hacia el altar. Nosotros, sorprendidos y por no molestar, hicimos amago de abandonar el lugar, dejando allí a aquella loca, pero ella nos hizo un gesto severo para que esperásemos, extendiendo hacia nosotros la palma abierta de su mano izquierda, nos señaló después el suelo con el dedo índice, y volvió a dedicarnos el mismo gesto de silencio, "chsssssss", mostrándonos a la vez una extraña mirada de preocupación. Acto seguido, conseguido su objetivo de que no abadonásemos el lugar, continuó rezando. No parecía peligrosa y decidimos esperar, aunque tampoco nos sentíamos nada cómodos. 

Una vez terminó aquella mujer de rezar, se dirigió a nosotros hablándonos de una forma un tanto extraña, como en susurros y como si su intención fuese la de asustarnos. Lo primero que nos dijo, fue que aquello era un lugar sagrado. Un cementerio. Y que cuando ella había llegado, nosotros estábamos sobre una tumba, por eso nos había empujado. Y fue aquí donde a los dos, a mi mujer y a mí, nos tembló el cuerpo, porque ciertamente, aquello era un cementerio y nosotros habíamos estado sobre una tumba. Y mi mujer ni yo, nos habíamos dado cuenta hasta ese momento del detalle. Era evidente y sin embargo era algo que nos había pasado totalmente desapercibido. El lugar estaba lleno de viejas tumbas. Y no las habíamos visto hasta entonces. 

Aquellas eran nuestras primeras vacaciones juntos y quizás la ceguera del amor nos impidiese ver más allá de donde estaba el otro, pero los dos nos juramos y perjuramos no haber visto antes aquellas tumbas. Habíamos cruzado un cementerio de principio a fin sin haber visto una sola, y el lugar estaba lleno de ellas.

La mujer entonces, mostrando interés por nosotros y sin cambiar su extraña manera de hablar, la cual nos asustaba tanto o más que ella misma, nos contó que la tumba sobre la que habíamos estado al llegar, era la de una niña que había fallecido en el año mil ochocientos y pico, tal y como pudimos comprobar después, porque así lo ponía en aquella losa, casi ilegible, pero que fijándose un poco, se podía leer. Y añadió que aquel hombre que estaba rezando cuando nosotros habíamos llegado, era el padre de la criatura, que acudía a rezarla todos los días desde entonces. Nos faltó un pelo para echar a correr sin saber bien por cual de las dos razones, si porque era totalmente imposible que aquel hombre fuese el padre de aquella niña que llevaba mucho más de cien años muerta, o porque no teníamos ni puta idea de donde podía haber salido aquella puta vieja y como cojones sabía lo del hombre rezando, si cuando nosotros llegamos, allí no había nadie más nosotros y... él.

Sin tiempo para reaccionar, la anciana cogió del brazo a mi mujer y le dijo - ven, ven conmigo... tú que eres mujer... ven conmigo... que te voy a enseñar algo - . Yo hice el amago de acompañarlas, pero ella me replicó - no, tú no... solo ella que es mujer. Tú no -. Elementalmente, hice caso omiso y las seguí, agarrando del otro brazo a mi mujer y pendiente de todo, por si en algún momento hiciese falta hacer lo necesario para protegernos de aquel extraño ser enlutado. Y resultó que a escasos metros de donde estábamos y dentro de aquellas mismas ruinas, nos mostró la imagen de lo que parecía una virgen. Pero no una virgen normal, si no una virgen embarazada. Estaba tallada en la piedra y se veía claramente. Era una virgen encinta. Y la anciana, ignorando mi presencia y dirigiéndose solamente a mi mujer, dijo - mira, es la virgen... tú que eres mujer. Es la virgen y está en estado. ¿A que nunca habías visto a la virgen en estado? -. Reconozco que yo tampoco había visto jamás en lugar alguno una figura similar. Con mi vieja cámara de fotos de aquellas de carrete que hace años dejé de utilizar, disparé un par de veces apuntando con el objetivo hacia la imagen, aunque curiosa e inexplicablemente, cuando llevé el carrete a revelar, no salió ninguna. Aquello no hizo más que cubrir todo con un poquito más de misterio, misterio que aun hoy no he llegado a comprender.

La anciana miró entonces al cielo y antes de echar a correr hacia la salida, nos dijo con la misma voz y la misma entonación que había utilizado hasta ese momento - me voy, jóvenes, me voy, que va a llover -. Y se fue, dejándonos un tanto asustados. Curiosamente, el cielo estaba totalmente despejado y brillaba el sol. Era una bonita tarde de verano. Y allí nos quedamos un rato más mi mujer y yo. Por un lado, observando con interés aquel lugar que no habíamos sigo capaces de identificar al entrar. Por otro, flipando por lo que acabábamos de vivir. Y al salir al cabo de un rato de aquella iglesia vieja y abandonada, sentada junto a la puerta de entrada, estaba aquella anciana que hacía un rato nos había asegurado que corría hacia su casa porque iba a llover, quien nos saludo como quien saluda en un pequeño pueblo a quien ve por primera vez en su vida, a la vez que nos miró de arriba a abajo como si no nos hubiese visto nunca antes.

Con una extraña sensación y con algo de miedo aun dentro del cuerpo, nos metimos en el coche y abandonamos aquel pueblo pensando un lugar para ir a cenar. Aquella noche nos apetecía pulpo. Pulpo a feira. Un manjar. Pusimos la radio del coche y comenzó a sonar "Haberlas Hailas", un tema de Amistades Peligrosas que hablaba de meigas. No nos lo podíamos creer... Qué casualidad. "Hay, pruébame que hay, haberlas hailas, aunque no crea en meigas".

A la mañana siguiente, desayunando en el pequeño y modesto hotel de A Lanzada donde estábamos alojados, le contamos al dueño, con el cual habíamos hecho amistad y nos aconsejaba cada mañana qué lugares visitar, lo que nos había pasado y él sin dudarlo un momento y sin inmutarse lo más mínimo, nos dijo - esa señora de la que me habláis, era una meiga! -, - pero, ¿existen las meigas? - preguntamos nosotros, de nuevo asuatados. - Claro que existen. Y vosotros ayer hablásteis con una -.
Es posible que tanto mi mujer como yo, de haber estado solos, hubiésemos pensado que todo fuese fruto de nuestra imaginación, pero ahí estamos ambos para decirnos el uno al otro que no, que todo fue real.

Por cierto, aquella misma tarde, antes de regresar al hotel, llovió como pocas veces hemos visto llover. 

Y en el momento de escribir esta historia, años después, se me han vuelto a erizar los pelos.

lunes, 6 de octubre de 2008

El niño con el pijama de rayas





En pleno mes de agosto pasábamos unos días de descanso en Noja, cuando cenando una noche en casa de unos buenos amigos, Pedro y Guadalupe, surgió el tema de la lectura. Entre picoteo y picoteo junto a Lidia y Aiala, las dos pequeñas estrellas de mis amigos, ellos nos recomendaron a mi mujer, a mi cuñada la mayor y a mí, un libro titulado El Niño Con El Pijama De Rayas, pero no quisieron contarnos absolutamente nada sobre él, ni tan siquiera un poquito. Tan solo se limitaron a repetirnos una y otra vez que lo leyésemos, asegurándonos que a ellos les había encantado.


Pocos días después de aquel encuentro con mi gran amiga de la infancia, nos hicimos con el libro y fue Ainara la primera en leérselo, aunque su impresión no fue muy buena. Me dijo que le había decepcionado, pero claro, yo, conocedor de sus gustos, que a veces pasan por cosas como Bea la fea, Los hombres de Paco, Hospital Central o House, decidí no tenerlo en cuenta y buscar el momento adecuado para poder leerlo.


Por una cosa o por otra, al final lo dejé un poco aparcado, hasta que de repente van un día los jode-rollos del celuloide y me joden el invento. Y es que me resulta muy curioso que la propia editorial del libro escriba en la contraportada del mismo que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura, a la vez que asegura creer importante empezar la novela sin saber de que se trata, y en quince segundos de reloj van los de Estrenos TV o no se qué puto programa de la puta televisión, ponen un trailer y a tomar por el culo toda la magia que tenía depositada yo en esa historia.


En fin, que al final, casi un mes después de aquella recomendación, me he puesto con El Niño Con El Pijama De Rayas y he de decir que a pesar de que gracias a la dichosa televisión y a la costumbre del mundo del cine en querer hacer caja con aquellos libros que funcionan, yo ya sabía por donde iban a sonar las campanas, me ha encantado. Me ha parecido una historia sobrecogedora que me he devorado en poco más de dos horas y se me han venido dos cosas a la cabeza. Por un lado, aquella obra maestra de Roberto Benigni titulada "La Vida Es Bella", en la que el protagonista, aparte del mismísimo Roberto, es también un niño y por otro, el lanzar una complicada pregunta al aire: ¿en que lado de la alambrada hubieses preferido estar? A ver quien tiene cojones a responder.


Una última cosita: yo ahora quiero ver la película, pero os recomiendo la lectura del libro. Mientras tanto, veré lo que puedo hacer para que mi mujer deje de ver esas absurdas series de televisión.




sábado, 4 de octubre de 2008

Atrapado por Gran Hermano



Tiene cojones... que a mis treinta y muchos años, asqueado a más no poder de la mierda que dan a diario por televisión y siendo de esa clase de tipos que desde hace más de ocho años echan pestes como montañas de ese repugnante concurso con el que una de las cadenas que tanto exige últimamente sus derechos y demás pamplinas de consentido adinerado se forra a costa de las llamadas y los "ese eme eses" de incautos e ignorantes, me he enganchado a "Gran Hermano". No se como me ha podido pasar. No le encuentro explicación. Y no es que me avergüence de ello, pero tampoco creo que sea para tirar cohetes.

No me pasaba algo así desde aquel primer Gran Hermano, cuando corría el año 2.000 y todo era novedad. Yo era algo más inmaduro y tanto Ismael como Iván me hicieron pasar unos buenos ratos sentado en el sofá. Luego todo me pareció cutre y repetitivo. Solo veía un a montón de personajillos intentando saltar a la fama sin más vergüenza que la pueda tener cualquier sinvergüenza de medio palo y como no, a una gran empresa frotándose las manos por las grandes cantidades de dinero que se embolsaba gala a gala gracias al invento de las nominaciones y las llamaditas telefónicas. Y aquello era el inicio de una gran bola de fango en la que se metieron poco después cutreces como Hotel Glam, OT, Factor X o el más reciente insulto al factor humano en el que tres adolescentes faltos de dos buenas ostias en su debido momento son expulsados de su casa por sus progenitores, con el único fin de llenar la parilla de otra cadena y hacerle la competencia a la del Gran Hermano.

Pero ahora no se que me puede haber pasado. El caso es que sin comerlo ni beberlo, me he enganchado a Gran Hermano 10. Espero que todo sea temporal y que no tenga que volver a escribir otro post contando las bondades y las subnormalidades de cada uno de los concursantes de esa mierda de programa, porque en ese caso empezaría a sentirme yo también un auténtico friki y nada más lejos de mis intereses.

No obstante, adelantaré que Loli, Iván, Gema y Carlos, su marido, me caen de puta madre y a Almudena, al Palomares, al Julito y a Ana no les puedo ni ver.

Que cruz... ya me siento algo friki...

martes, 9 de septiembre de 2008

Entre la vida, la muerte y la mayor mierda de televisión. Y una noria.


Mientras un hombre se debate entre la vida y la muerte por tratar de ayudar a una mujer que supuestamente estaba siendo agredida por su pareja, un absurdo programa de televisión trata de conseguir audiencia, me imagino yo que tirando de talonario a base de dinero huntado en mierda, entrevistando a la mencionada tipa, la cual lejos del más bello gesto de agradecimiento por tal acto hacia quien acudió en su ayuda, se mostraba despectiva hacia él, sin mostrar el más mínimo respeto ni hacia quien por su puta culpa se encuentra al borde de un avismo del que el regreso se antoja difícil, ni hacia su familia.

Mientras un hombre se debate entre la vida y la muerte por ayudar a una desconocida a la que él creyó ver que se encontraba en grave peligro, ella, para quien mi imaginación no me alcanza a lanzar un calificativo de lo más sucio y mezquino, se limita a repetir una y mil veces que ese hombre no es ningún héroe, que se equivocó al tratar de ayudarla y que no tenía que haber hecho nada. Y con más cara que la que pueda tener cualquier inspector de hacienda o cualquier concejal de urbanismo, intenta vendernos que lo suyo es ser la víctima en esta historia y no deja de repetir lo mal que lo está pasando por el acoso que ella, pobrecita y cuitada, y su pareja, están recibiendo.

A veces uno es consciente de que las cosas se tuercen más de la cuenta y en ningún momento pondré en duda de que la intención de aquel tipo no era causar tales lesiones y mucho menos la muerte de nadie, incluso no dudaré de que tal agresión nunca existió, porque en el fondo y visto lo visto, hasta me la pela, pero llegados al caso, lo mejor hubisese sido ser humilde, guardar silencio, agachar la cabeza y respetar al máximo a toda una familia. Aunque llegados a este punto, quizás me dé aun mucho más asco la actuación de los gestores o programadores de esa cadena de televisión, que la pobre ingenua, a la que encima le cayeron ostias por todos los lados. Como si los patéticos tertulianos del corazón tuviesen corazón alguno... Una cadena de televisión que cada día se cubre un poquito más de gloria; una gloria que en realidad está rellena de mierda. Primero avivando llamas al tener los cojones de meter un equipo de televisión en el avión que al día siguiente cubría la misma linea de aquel que en pleno verano se estrelló dejando una larga estela de muertos y ahora con este lamentable circo, invitando a su programa a quien no se merece ni ser mirada a la cara... y todo mientras un hombre se debate entre la vida y la muerte.
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A Jesús Neira. Por su pronta recuperación.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Mi primer año de casado







Parece que fue ayer y ha pasado ya un año. Un año desde el día que nos dijimos aquello del "Sí, quiero". Y a pesar de que pueda sonar a tópico, guardo el recuerdo de ser el mejor día de mi vida. Y aunque desde entonces a veces tengo la tengo la extraña sensación de que hayan pasado veinte años en vez de uno, por la cantidad de sensaciones por las que la vida me ha hecho pasar, tanto para bien como para mal, sigo disfrutando de mi matrimonio como el primero de los días. Como aquel 8 de septiembre de 2.007.

Por ello y por segunda vez desde que me embarqué en el fabuloso mundo del blog, me veo obligado a decir: Gracias, Ainara. Gracias.
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Y que sean otros cien...
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Fotografías realizadas por la gente de Fotogenia Digital: http://www.fotogenia-digital.com/

viernes, 5 de septiembre de 2008

Gaizka. 28 semanitas.


Gaizka. 28 semanitas. Un kilo doscientos gramos apróximadamente. Si no hay novedades y todo va sobre lo previsto, a finales de noviembre le veremos la cara. La imagen es de la ecografía de las 4D, la cual tenemos también grabada en DVD y en color. Preciosa.

miércoles, 27 de agosto de 2008

El supermercado del gato por liebre

Cada vez que hago la compra en algún supermercado de esos que ultimamente salen de la nada casi como los champiñones, observo colocaditos en en sus baldas cientos de productos de esos casi milagrosos que presumen de elegantes bondades, tales como mantener la línea, ayudarte a crecer, a tener unos huesos fuertes, a controlarte el colesterol, activar tus defensas o incluso hacer que tu corazón lata más fuerte o tu cerebro trabaje más rápido. Y son muchos los productos de este tipo que están pensados sobre todo para los más débiles de la casa: los niños.

También podemos contar por cientos todos aquellos alimentos industriales que presumen de ser sanotes a más no poder por carecer de azúcar, sal, conservantes, colorantes o grasas animales, por poner algún ejemplo, pero que si dedicásemos tan solo unos segundos a leer las pequeñas letras donde especifican sus ingredientes, muy posiblemente encontrasemos aditivos o añadidos mucho peores, como por ejemplo los edulcorantes o las grasas vegetales parcialmente hidrogenadas. Veneno puro. Tanto o más que el tabaco. Pero sobre ello no hay apenas información alguna. ¿Porqué no ponen en los envoltorios de los Tigretones que estos están llenos de unas grasas manipuladas mucho peores aun que la manteca pura de cerdo y que podrían llegar a causar la muerte, al igual que la Ley obliga a ponerlo en el tabaco? Lo mismo se podría decir de las palomitas de microondas: bombas de aceites hidrogenados. Tampoco estaría de más que obligasen a La Granja San Francisco, (por poner una, que no es la única) a poner en las etiquetas de su miel que al ser un producto pasteurizado, ha perdido todas sus propiedades y en vez de comprar un producto sano, natural y beneficioso para la salud, como así creemos, estamos adquiriendo un mero endulzante de color y sabor similar al de la miel.

Mi mujer o mis amigos más cercanos alucinan cuando hacen la compra conmigo y es que procuro leerme todo. Desde los ingredientes de cada producto que esté a punto de caer en mi carro, hasta la sede social de la empresa que lo fabrica, incluido el Registro Sanitario. Y créanme, si encuentro algo que no me satisface, pues dejo el producto en su sitio y que le den por el culo a su fabricante y a su distribuidor.

Y es que me encanta la mahonesa, mayonesa o bayonesa, que cada fabricante la llama como le da la puta gana, pero me toca los cojones que en el bote me pongan que es sana. Me como las tostadas untadas con mantequilla o con margarina, pero nunca con aquellas que me toman el pelo diciendo que regulan mi colesterol y que son beneficiosas. Ambas son fatales para la salud. También me gusta desechar todo aquello que en la etiqueta presume de ser el mejor de los mejores entre los productos de su especie. Ya saben aquello del "dime de qué presumes y te diré de qué careces". Tampoco entiendo muy bien el hecho de que publiciten una marca y en vez de venderme su producto concreto, me vendan los cromos que regalan, el apartamento que sortean o lo paleto que es algún famoso. Que por cierto, me encantan los Ferrero Rocher y el queso curadito del tal García Baquero, sobre todo el que lleva Denominación de Origen Zamorano, pero también es cierto que últimamente me da un poquito hasta de asco. Aunque bueno, esto en realidad es un asunto menos grave. Quizás se solucionase cambiando de publicista. Lo que ya me mosquea un poco más, es cuando para vender el producto utilizan campañas solidarias de ayudas a necesitados. Esto clama al cielo. Que ayuden me parece estupendo, pero que no alardeen de ello para aumentar las ventas.

Y para rematar la faena, están luego todos aquellos productos que cada poco se anuncian en los medios alegando que han sido elegidos como mejor producto del año por los consumidores. ¿Y saben que? en realidad, "mejor producto del año por los consumidores" no es más que una marca. Me explico: una empresa es dueña de esa expresión y esta le concede la marca a quien previo pago la solicita para utilizarla en su publicidad. Con lo cual, ni mejor producto, ni consumidores. Es algo que ya lleva tiempo denunciado por diferentes asociaciones de consumidores y quizás hayan conseguido algo, porque ahora que lo pienso, hace tiempo que no veo ese tipo de publicidad.

Así que muchas veces uno va al súper totalmente concienciado de que le van a dar gato por liebre... o peor aun... pomadita de la mala.

lunes, 18 de agosto de 2008

Riing... Riing... Spam... Spam...

Riiing... Riiing... Riiing... Número oculto.

- ¿Si? -

- Holaa, mi nombre es Adriana, le llamo de Timoestar ya que ha sido usted seleccionado por nuestra empresa para ofrecerle un contrato con nuestra compañía y le regalamos un teléfono móvil de última generación que... -

- No, no, gracias, no tengo intención alguna de cambiar de compañía -

- Si, si, caballero, tenga en cuenta que lo que nosotros le ofrecemos... -

- Que no, que no, de verdad, lo siento. Le agradezco su llamada, pero al menos de momento estoy contento con mi actual compañía y... -

- Si, si, pero fíjese todo lo que Timoestar le ofrece, ya que... bla, bla, bla... y más bla, bla, bla...-

Y aunque la cortes una y mil veces, la tipa aquella ni calla ni te escucha, por lo que al final, hasta los cojones de aguantar intromisiones en tu vida, uno tiene dos opciones. O mandar a tomar por el culo a la fulana, que en el fondo tampoco tiene la culpa, ya que la mujer se gana sus alubias de esa manera, o colgar sin más acordándose uno de la puta madre que parió al directivo aquel de Timofónica que cada poco sale en televisión sonriendo por las enormes ganancias de su puta empresa. Así que, como no han sido ni una, ni dos, pues según me dé.

A los pocos, días de nuevo desde otro número oculto, Tomás me dice representar al Banco del Tío Gilito o yo que sé y me ofrece no solo el abrirme de ya para ya una cuenta con ellos, si no también un crédito fabuloso que me ayudará a realizar ese viaje que nunca hice o a comprarme ese pedazo de plasma de 52 pulgadas con el que siempre soñé. Y claro, yo que algunas veces pienso rápido, me digo para mis adentros: - ¿qué cojones sabrá el notas este sobre mi vida? -. Y me corto de mandarle a la mierda, pero le cuelgo inmediatamente apretando el botón rojo de mi teléfono móvil, aquel que en su día me regalaron los de la naranja francesita por la puta cara con tal de no abandonarles de buenas a primeras, gestión íntegra que realizaron curiosamente a través de una llamada telefónica.

No habrían pasado ni quince días, cuando me llamaron, esta vez desde mi propia Caja de Ahorros, para ofrecerme un seguro de vida. Atónito, le digo a aquella mujer a la que apenas entendía por su cerrado acento andaluz, que no, que no quiero ningún seguro y que el día anterior había cerrado ya uno con Carrefour. Y es que aunque aquello era mentira y no tenía seguro alguno, lo cierto es que el día anterior me habían llamado de Carrefour, cágate...!, ya que como poseedor de la tarjeta del Club de no se qué pollas, me lo regalaban durante un par de meses. Y hasta el tercero no tenía que pagar. Que majos, me dejaban probarlo y todo; como quien se prueba una camiseta. A la tiparraca aquella del Carrefour no la colgué. Esta era más profesional. La dije que no, me pidió disculpas por molestarme y tras desearme las buenas tardes, casi fue ella la que me dejó a mí con la palabra en la boca. Digo yo que por no perder el tiempo y seguir intentando engordar su comisión.

Pero lo que ya clamó al cielo me pasó poco tiempo después: un día de hace solo unos meses me encontré una llamada perdida en mi móvil con un número oculto. Una llamada que por la razón que sea, yo no oí. Eran las 8 de la tarde. Si, si, las 8 en punto de la tarde. Curiosamente, al día siguiente a la misma hora volvieron a llamar, pero como vuelve a ser un número oculto, el menda cansado de tanto gilipollas pasa de coger, por si las moscas. Pero al otro día y a la ocho en punto una vez más, el móvil vuelve a sonar, aunque esta vez no pude atender la llamada, pero no por que no quisiese. El caso es que pasaron diez días, si, si, diez días en los que a las ocho de la tarde y con una puntualidad británica que al final casi me llegó a asustar, me llamó un número que sin saber quien era, por una razón o por otra, yo no atendí.

- Qué curiosidad, mañana sea como sea, a las 8 de la tarde tengo que estar pendiente de esa puta llamada -

Y vaya si lo estuve. No podía fallar. A las 8 en punto cogí el teléfono ¿y saben que? eran de la revista Quo, que me llamaban para que me suscribiese, sin más. Atónito, respondí: - no me jodas y no me digas que para esta puta mierda lleváis casi dos semanas tocándome las pelotas! -. El otro no dijo ni si, ni no, ni bien, ni mal. Colgó el teléfono y me imagino yo que seguiría dándole la paliza a algún que otro cuitadillo con mejores modales que yo. - Me cago en la puta Quo - fue lo único que luego acerté a decir yo.

Y hoy leo la noticia de que esta publicidad o spam telefónico en breve estará prohibida y por fin la podremos denunciar. Ya era hora.

Amén.




Nota: con mis comentarios no pretendo desprestigiar a la revista Quo, ni mucho menos. Hace años, cuando formaba parte de la directiva de una importante organización de ayuda humanitaria, tras solicitárselo a la redacción en persona, nos enviaron durante mucho tiempo la revista de forma gratuita y desinteresada, al igual que lo hicieron desde CNR, El Jueves o El Correo Español. Cosa que no hicieron, tras solicitárselo de la misma manera y bajo un absurdo pretexto, los responsables de Interviú.

lunes, 11 de agosto de 2008

Te he echado de menos hoy... exactamente igual que ayer



Podría haber sido una bonita mañana de verano, igual que la presente. Pero resultó ser diferente. Al igual que hoy, era 11 de agosto, pero de otro año. De hace unos años. Solo unos pocos años. Demasiado pocos como para haberlo olvidado aun, aunque hay cosas que nunca se olvidan por mucho que uno envejezca.

Creo recordar que en Bilbao hacía buen tiempo, pero allí donde sucedió, llovía. Yo no lo vi, pero me lo contaron. Entre otros, aquel amigo de la infancia, el Guardia Civil. Qué casualidad que él estuviese allí aquella mañana... Fue quien más detalles me dio.

Era una mañana de madrugada, pronto, muy pronto. Una mañana de verano en uno de tantos y tantos pueblos de Castilla, de esos llenos de veraneantes, de gente con ganas de vivir, de divertirse. Pueblos de verbenas, de ríos y de embalses, de cerveza con gaseosa y un Fortuna a media tarde y de vacaciones. De ligues, de amores de verano que uno nunca olvida y de buenos amigos que a veces uno solo ve de año en año. Aunque aquel día a mí me tocaba trabajar lejos de todo aquello.

Era muy pronto y yo estaba durmiendo cuando sonó el teléfono y la noticia inundó de sombras a los presentes. Ya no estaba. Había fallecido. Un jarrón de agua sucia y helada hubiese sentado mejor. Era una de tantas. Solamente una niña. Quizás veinte años. Una víctima más que pasaría a engrosar las listas negras de aquel verano y de la DGT. Aunque son ellos precisamente quienes menos se preocupan. Solo sufren por los números. Si estos son altos, les duele, pero no las víctimas ni sus familias. Les duelen los números, porque la oposición les recuerda que quizás hay algo que están haciendo mal. Y aquel día fueron once los muertos en toda España. Solo en el que yo maldije, fueron ya cuatro. Alguno carbonizado. El resto, se repartieron por el país. Un pais de familias rotas y heridas de muerte.

Y van pasando los días... los meses y los años y todo sigue igual. Igual que siempre. Nada ha cambiado. Rara será la mañana que alguien no reciba una llamada similar en algún lugar no tan lejano. En verano y en invierno. Y a veces nos vuelve a rozar. Yo juro que perdí ya la cuenta de todos aquellos que conocí y que un mal día se quedaron para siempre en la carretera. En la puta carretera.

Y mientras yo, te he echado de menos hoy, exactamente igual que ayer.



A todos ellos y en especial, a ella.

jueves, 24 de julio de 2008

Los Gaiteros del Faro



Agosto de 2.002. Bilbao en fiestas. Aste Nagusia. Semana Grande. Por la noche.


Tras varios katxis de kalimotxo por las txoznas del Arenal, nos dirigíamos alegres y contentos hacia la zona de la Granja, en la plaza de España, donde íbamos a seguir de katxis en otro tipo de ambiente algo más pijotero quizá. Pero más tranquilo también.

En el puente del Arenal que cruza sobre la ría, algo hizo que nos detuviésemos. Era un bello sonido de gaitas. Tres tipos. Dos adultos y un niño. Dos gaitas y un tambor. Dos gaiteros y un tamborilero. El más pequeño, el del tambor. Una jota, una polka o un pasodoble, ya no recuerdo. O quizás algún tema típico de Cantabria. La funda de una de las gaitas tirada en el suelo servía para que la gente que se arremolinaba ante el trío de músicos echase sus monedas, aunque la mayoría de los casuales espectadores optaba por abandonar el improvisado escenario antes de dar por terminada cada pieza. Digo yo que por no soltar la gallina, que a veces pa todo no llega. Pero nosotros aquella noche estábamos por derrochar. Eran fiestas y teníamos el bote o escote para beber recién puesto, así que tras cada tema, soltábamos algún eurillo. No era mucho, pero menos da una piedra. Aunque teníamos todos la extraña sensación de que aquellos tipos no tocaban por dinero. Tocaban por divertirse. Y vaya si se divertían...

Tema tras tema, eurillo tras eurillo, al final surgió la confianza. Que si de donde sois, que si me encanta la gaita. Que si os sabéis la Alborada de Pontevedra, que si toquéis el Alalá Das Mariñas o la de Cabana. O mejor aun, mi favorita: la Muñeira de Chantada.

-Que no somos gallegos, que somos de Cantabria. La que te vamos a tocar es de nuestra tierra. Te va a gustar-.

La voz cantante, aunque allí no cantaba nadie, la llevaba Hilario, quien por cierto, era hermano de José y el padre de Diego.

Y claro que me gustó. Y la otra. Y la otra. -Que pena que no sepais la de Chantada-

-Algún día la aprenderemos... O no... Que no somos gallegos-

No se porqué razón, desde hace ya muchos años me encanta esa muñeira. Puede que sea porque sonaba en todas las verbenas de aquellos pueblos alistanos llenos de magia durante las vacaciones de cuando uno no era más que un crío. Aquellas verbenas de las que tantos y tantos recuerdos guardo y guardaré para el resto de mis días.

-Venga, tocar una más- Y la tocan. Y otra. Pero tanto rato allí, estábamos ya secos, así que había que seguir hacia las txoznas de la plaza España para tomar unos tragos. Y va y se me ocurre: -oye, ¿porqué no guardáis ya las gaitas y os venía a tomar un lo que sea con nosotros?-, -que sí-, -que no-, -que sí-, -que no-. Que al final se vinieron. Tampoco hizo falta mucho para convencerles.

Y resultaron ser unos tipos cojonudos. Hilario, José y Diego. Diego el más pequeño. Seis años? Ocho? Diez? No muchos más. Un cacharrillo en la Granja, bar de moda en aquellos tiempos y nos despedimos. Nosotros a seguir de fiesta por las calles de Bilbao, ellos a su casa, camino Santander. -Encantados de conoceros-. Intercambio de manos. Y de números de teléfono. A ver si un día quedamos y tal. -Que majos, verdad? ¿Y como decían que se llamaban?-, -Gaiteros Del Faro. De Santander-. Fue tema de conversación durante el resto de la noche con la que entonces era mi novia, ahora mi mujer y con dos viejos amigos con los que hoy, cosas de la vida, apenas tenemos contacto.


Y con todo olvidado, llegó aquella Navidad. Y recuerdo la nochevieja, recién inaugurado el 2.003, a las puertas del Boss, uno de los locales de copas que frecuentábamos y que todavía de vez en cuando nos dejamos caer por allí. Mi móvil sonó y al descolgar reconocí aquella voz. Era Hilario, que gritando como de alegría me decía: -Feliz año nuevo! Salva, escucha. Salva, escucha-. Y en esto que al otro lado del teléfono suena una gaita. Una gaita tocada en vivo y en directo. Los pelos de punta y mis labios con una sonrisa de lao a lao. No me lo podía creer. Era la Muñeira de Chantada. La tocaba Pablo, el cuarto Gaitero del Faro, al cual aun no conocíamos. Pedazo de sorpresa. Hilario me había sorprendido.


Desde entonces, nos hemos visto un par de veces en Santander, me enviaron una maqueta con sus canciones y de vez en cuando seguimos en contacto vía móvil o vía e-mail, manteniendo por ambas partes la promesa de quedar un día para comer por tierras cántabras, a ser posible donde haya buena música y donde no falte el sonido de las gaitas. Y a pesar de lo poco que les conozco, juro que son buena gente. Muy buena gente. Y se merecían dedicarles este post. No es para menos.




Fotografía de Santander. Junio de 2.004


A Hilario, a José, a Pablo y en especial a Iñigo y a Deva. A los Gaiteros del Faro.






http://www.gaiterosdelfaro.com/

miércoles, 23 de julio de 2008

La gaita del maestro Carlos Núñez




Corría el año 1.997 cuando descubrí un disco un tanto atípico para mis gustos musicales de aquellos tiempos, más cercanos al dance o al techno que a otra cosa. Aquel disco llevaba por título "A Irmandade Das Estelas" y en su portada aparecía un desconocido para mí con una gaita entre sus brazos que se decía llamar Carlos Nuñez. Tras escuchar aquella joya que cayó en mis manos así de casualidad, llena de preciosos sonidos de gaitas y flautas, fusionadas con algún que otro instrumento también de lo más puro y rural, pensé que aquella música era lo mejor que había escuchado en toda mi vida.
Han pasado ya más de once años desde aquello y hoy es el día que tengo en mi casa toda la discografía de Carlos, aparte de otros muchos discos de género similar, tales como Milladoiro, Luar Na Lubre, Berrogüetto o Tejedor. Y elementalmente, sigo pensando que es la mejor música que haya escuchado jamás, aunque soy de esos a los que les gusta casi todo tipo de músicas. Salvo Bustamantes, Bisbales y demás engendros similares que quedan bien lejos de la definición de músico, llegando con suerte a la categoría de karaokistas o incluso con mucha, a meros intérpretes.

Unos años después, posiblemente en el 2.000, tuve la ocasión de poder ver un concierto suyo en Bilbao dentro del programa de la Aste Nagusia, quedando demostrado para mí que Carlos era un músico como la copa de un pino, lo que me animó un par de años después, con motivo de mi única visita hasta la fecha a Vigo, a acercarme hasta su oficina, donde a pesar de no estar él, fui estupendamente recibido por su gente, charlando con ellos cerca de una hora, consejos incluidos sobre qué visitar en la bella Galicia.

Ahora, casi ocho años después, he vuelto a tener la ocasión de ver en concierto a Carlos Nuñez. Fue el pasado sábado en Barakaldo. Si tuviese que definir su actuación, no encontraría palabras tan bellas para hacerlo, así que me limitaré simplemente a decir que una vez más me reafirmo: Carlos Nuñez es uno de los mejores músicos que conozco.

Acompañado entre otros de su hermano Xurxo, del gran Pancho Álvarez y de Doces Lebranzas, una banda de gaiteros del mismo Barakaldo de la cual no había oído hablar jamás a pesar de conocer a uno de sus componentes, disfruté durante casi dos horas como disfruta aquel que por un momento lo tiene todo en la vida. Gaitas, flautas, mandolinas, violines, percusiones, incluso un txistu y una trikitisa hicieron que la noche del sábado se convirtiese en magia pura. La mejor magia en la que uno pueda creer. La de Carlos Nuñez y la de la música celta. Posiblemente una de las más puras. Posiblemente una de las más antiguas. Posiblemente la más internacional. Sin duda, la mejor. Aunque no dudo que para gustos están los colores.


viernes, 18 de julio de 2008

El cubo de Rubik





Me imagino que cualquiera que haya nacido a finales de los años 60 o durante la década de los 70, sabrá lo que es el cubo de Rubik. Y estoy seguro de que quien más o quien menos, tuvo en sus manos uno, aunque no fuese de él.

Yo tuve uno y aunque le di mil vueltas o más durante no se el tiempo, jamás logré poner cada cara de su color. Bueno, miento. Un día cabreado de ser tan torpe, lo desmonté arrancándole todas sus piezas y lo monté de nuevo, haciendo coincidir todas sus caras con sus respectivos colores. Aunque no fue tarea fácil, me resultó mucho más sencillo que hacerlo tal y como en su día se le ocurrió a Ernö Rubik, su inventor.

Con los años, este juguete cayó en el olvido y aunque ahora diferentes campañas y varias asociaciones tratan de hacerlo resucitar, no creo que tenga mucho éxito en una generación dominada por Xbox, Wii's y Play Stations varias. A mí sin embargo, que a pesar de ser un fanático de la electrónica y de la informática, no me ha dado jamás por hacerme con ninguna de estas máquinas de perder el tiempo, me llamó un día la atención verlo en el expositor de uno de esos grandes almacenes que surgen ahora casi como setas donde antes hubo... setas y estuve tentado de hacerme con uno, pero reconozco que me echó atrás su alto precio. No logré entender que un juguete tan sencillo pudiese costar casi 40 eurazos. O más de seis mil de las antiguas pesetas. Y total, para seguir sin ser capaz de montarlo, salvo que en otro arrebato de mala ostia lo haga piezas.

Efecto parecido fue el que causó en mí el día que se me ocurrió hacerme con un Monopoly. Aquel juego con el que hace ya muchos años jugué horas y horas con mi vecina Ainhoa, donde había que comprar y vender calles, casas y hoteles al contado. Tampoco me lo compré, aunque al final sé que no podré resistirlo, a pesar de tener que dejarme en un simple trozo de cartón, unas fichas y unos pocos dados de plástico otros 40 euros. O seis mil y pico de las antiguas rubias.

Hoy en día los niños y no tan niños apenas juegan ya con estas cosas. Prefieren las consolas y matar dibujos tan reales que a veces hasta llegan a parecer actores de verdad. Y yo no puedo olvidar lo feliz que era con mi cubo de Rubik, el Monopoly de mi vecina Ainhoa, el Quien Es Quien que me regalaron mis padres un año por Reyes -seguro que aquel año también me pedí el camión de Rico- o simplemente bajando al parque de mi barrio a jugar al hinque, a las canicas o a las vueltas ciclistas que hacíamos con las chapas de Coca Cola, que para que pesasen un poco, las rellenábamos con un pedacito de cristal, que a la vez servía de protector al cromo con la cara de Marino Lejarreta que llevaba yo.

Ha pasado tanto tiempo... Y han cambiado tantas cosas...

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En el momento de publicar este artículo, me han informado de que el cubo de Rubik puedo encontrarlo por 15 euros. Eso ya es para pensárselo, así que quizás cuente mi experiencia otro día.

viernes, 11 de julio de 2008

Las mentiras y el evangelio



Tras acabar la lectura de "Mentiras Populares", el último libro de Bruno Cardeñosa, director del programa de radio de Onda Cero "La Rosa de los Vientos", el cual sin tener interés literario alguno, sorprende por las cosas que cuenta, relacionadas con las leyendas urbanas que desde hace años circulan por el mundo, ahora empiezo a deshojar un relato de Patrick Graham titulado "El Evangelio del Mal".

No se porqué razón, lo primero que me llamó la atención de este libro hace ya unas semanas fue su portada, donde un extraño ángel parece salir del océano. Y como no, su título, por el cual uno ya se puede imaginar de qué va la cosa.
Casualmente, la pasada semana cayó en mis manos un pequeño extracto promocional del libro de quince o veinte páginas, el cual me impresionó tanto que no he podido evitar hacerme con él. Un libro que habla sobre los textos secretos de la iglesia, sobre el macabro suicidio de una religiosa auto emparedada para evitar entregar uno de esos textos... Sobre un ritual aterrador que sucedió hace siglos, donde murieron todas la monjas de un convento italiano a manos de una extraña fuerza y que en la actualidad se repite.... En fin, sobre el Evangelio del mismísimo diablo. Aquel que no debería caer nunca en las manos de ninguno de nosotros. Por si las moscas.

Llevo solo unas cuantas páginas leídas, que quizás no alcancen ni a la media centena y reconozco que pese a que desde siempre me han gustado las películas de terror y la lectura de este género, he pasado ya unos cuantos ratos de acojono. De auténtico acojono. Demasiado fuerte para cualquier mortal, aunque engancha. Y me gusta, vaya que si me gusta. Es por ello que lo recomiendo, pero no para quienes sean demasiado susceptibles o miedosos. Aunque siempre pueden surgir voces -como en todo- que digan: -que exagerado es el tío este...-.

Y ya puestos a recomendar, lo haré también con el de "Mentiras Populares", aunque son lecturas muy diferentes. Con este quizás muchos os penséis un par de veces las cosas antes de reenviar todas aquellas chorradas, consejos o advertencias que llegan a diario en forma de e-mail. Y sabréis todos los falsos mitos que se han contado a lo largo de los últimos años sobre la Coca Cola, el Red Bull, los falsos secuestros en centros comerciales o la leyenda aquella que cuenta que el señor Wall Disney está congelado. Todo mentira, aunque también es cierto que para creerte que todo sea mentira, primero hay que empezar por confiar en que todo lo que dice el señor Cardeñosa sea cierto, claro está.


miércoles, 9 de julio de 2008

El trailer de "Rico"



Durante gran parte de mi infancia, soñé con tener sobre todo dos juguetes, los cuales aun no se porqué, mis padres jamás me compraron. Uno de ellos era un tren eléctrico y el otro un camión teledirigido. Concretamente un trailer Pegaso de la marca Rico, que entonces era la delicia de todos los niños. Recuerdo hasta el anuncio de la tele, en el que un niño en blanco y negro metía dentro de su remolque un conejo de verdad. Todos los años, uno tras otro, me pedía los dos en la carta que les escribía a los Reyes Magos, pero jamás me los trajeron. Reconozco que eran unos juguetes muy caros y aquellos no eran precisamente los tiempos en los que unos padres obreros y humildes se gastasen demasiado dinero en unos simples trastos.

A mi amigo Miguel Mendoza, un año los Reyes le trajeron un coche todo terreno de color rojo de la misma marca y al menos me pude quitar el chinche un rato jugando con él, aunque en aquellos momentos le envidiaba de manera exagerada. Que suerte tenía el tío. Y eso que eran cacharros teledirigidos a través de un cable en vez de por radio frecuencia como funcionan ahora, con las limitaciones que eso tenía para jugar.

Curiosamente, muchos años después y cuando ya había dejado muy atrás la bella infancia, mientras participaba de manera activa en una de las campañas de recogida y entrega de juguetes a niños sin recursos, organizada por la institución Cruz Roja, a la cual pertenezco desde hace ya más de veinte años, un anónimo particular donó un camión de Rico. Me pasé horas observándolo y no se a quien le hizo más ilusión, si al niño que tuvo la suerte de llevárselo a su casa o a mí.

Lo que sí que me trajeron un año los Reyes Magos, fue una bicicleta. Era de la marca BH, de color azul y con dos pequeños patines en los laterales de la rueda trasera que servían para no caerse. Y fue también aquella bicicleta la que un día me ayudó a desenmascarar a Melchor, a Gaspar y a Baltasar, para descubrir la gran mentira que viven todos los niños durante varios años. Mis padres tenían aquella preciosa bicicleta guardada en un armario detrás de un montón de ropa y un día empecé a revolver hasta que vi al fondo una de las pequeñas ruedas de uno de los patines. Medio emocionado, medio asustado, llamé a mi madre y la dije que en el armario había una cosa con ruedas, aunque ella en vez de darme explicaciones, me dijo que había visto mal y me sacó de allí, prohibiéndome volver a hurgar en aquel armario. Llegado el día 6 de Enero, para mi sorpresa, me encontré con que los Reyes Magos me habían traído una bicicleta. Me hizo muchísima ilusión y aquello superaba al tren eléctrico y al camión Pegaso de Rico, pero nada más verla, reconocí aquella pequeña rueda. Aquel día se cayó el mito de los tres de Oriente para mí. Vaya palo me acababa de llevar.

Y lo peor, es que cuando lo conté en el cole, los niños de mi clase no me creían. Los Reyes Magos eran mis padres. No cualquier padre, no. Los míos.
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"Fragmento extraido de "Mis Amores y Yo", arreglado el 8 de julio de 2.008. "