martes, 26 de febrero de 2008

Y Antonio, tiene que votar?


En pocos días tenemos de nuevo elecciones generales y nos veremos en el derecho, que no deber, de votar para elegir un nuevo presidente de gobierno, a la vez que mientras, toda una enorme tribu de hambrientos buitres acecharán al humilde ciudadano con todo tipo de chorradas, promesas y pantomimas, que no se las creerán ni tan siquiera sus fieles afiliados. Salvo excepciones, claro está.

Pero no voy a entrar en temas de política diciendo quien es mejor o quien es peor, pues soy de los que a menudo piensan que lo mismo da uno que otro, ya que mis problemas me los tendré que solucionar yo solito y ellos solo se preocuparán de engordar sus cuentas corrientes y de intentar apartar nuestra atención de cosas serias e importantes con tonterías varias tales como la iglesia "pa'cá" la iglesia "pa'llá", la familia o diversos planes que independientemente de que sean apropiados o no, les hace olvidar incluso a ellos mismos los problemas reales de la ciudadanía.

El objetivo de estas palabras no es otro que criticar la forma dictatorial que tienen nuestros demócratas políticos de conseguir llegar al poder, partiendo por el mismo día de las elecciones. Y me refiero al caso de mi amigo Antonio. Hace unos días le llamaron a su casa y una voz de hombre le pidió que le abriese la puerta. Le traía una notificación. Lo curioso es que eran ya las 10 de la noche y Antonio, bastante sorprendido, supo comportarse y no mandar a tomar por el culo a aquel extraño. Yo quizás lo hubiese hecho. Y es que esas no son horas de notificaciones.

Una vez abierto el sobre, Antonio descubrió que había sido elegido para formar parte del personal que el día 9 de marzo tendrá que sentarse en las mesas durante más de 12 horas para que el resto pueda votar. Elegido así, al azar. Y en caso de no acudir, será condenado a una privación de libertad y a una multa.

Y yo me pregunto: ¿es esto democracia? Porque resulta que Antonio es de ese tipo de gente que en su legítimo derecho, pasa olímpicamente de la política, y la considera, sin faltarle muchas veces razón, la gran mentira de nuestros tiempos. Y no la política en sí, si no la política que se hace hoy.

¿No sería más democrático y "políticamente correcto" que el gobierno elaborase una lista de voluntarios para acudir? Porque por haber, hay gente a la que le alegraría ir a la mesa esos días, aunque solo fuese para llevarse los 50, 60 o 70 euros -ni lo se, ni me importa- que el gobierno paga por ello. Otra buena opción podría ser también recurrir a aquellas gentes que se encuentran cobrando por ejemplo el subsidio del paro.

Pero me resulta curioso que en más de 30 años de supuesta democracia, nunca se hayan preocupado de esto. Bueno, ni de esto, ni de los cientos de problemas que de verdad nos preocupan a la inmensa mayoría de los ciudadanos.


Por cierto, en 35 o 36 años, jamás se ha molestado nadie del gobierno en saber como le va la vida a Antonio o sobre si tiene un mísero trozo de pan que llevarse a la boca.





A mi amigo "Antonio".

sábado, 23 de febrero de 2008

El último o penúltimo eclispe


¿Alguien sería capaz de explicarme los motivos del porqué cada vez que hay un eclipse, ya sea de sol o de luna, siempre nos dicen que es el último de esta decada, cuando no dicen que es el último en taitantos años? Si al poco tiempo vuelve a producirse otro. Yo al menos, he visto ya cerca de 20, o 30... y siempre he oido la misma película: el ultimo hasta... bla, bla, bla...

viernes, 22 de febrero de 2008

A mi padre.


Quiero escribir y no puedo. Quiero expresar cosas que quizás desde hace semanas llevo conmigo, pero a la vez me encuentro vacío. Vacío de ánimo. Vacío por dentro y vacío por fuera. Vacío de alma. Y curiosamente, lleno de rabia. Rabia por la vida y rabia por la muerte. Rabia de odio a no se qué y rabia de amor a lo que un día fue y hoy ya no puede ser.

Quisiera gritar, pero no saco fuerzas. Quisiera callar, pero el silencio te mata por dentro. Y es que aunque el que suscribe es consciente desde hace mil años de que la muerte forma parte de la vida, uno no ha sido nunca capaz de asimilarla, de digerirla. De querer compartir ratos con ella. Odio la muerte.

Esa muerte que un mal día eligió, entre otros, a mi padre como compañero. Mi padre, aquel buen hombre criado en un pequeño pueblo de Zamora entre vacas y praderas, posiblemente en uno de los peores momentos que la historia le ha dado a este país. Aquel buen hombre que junto a su estupenda esposa, supieron criar a su único hijo como lo hicieran aquellos que fueron los mejores padres del mundo.

Aquel buen padre que se desvivía porque a su hijo no le faltase nunca de nada. Que pasaba las horas feliz paseando conmigo y mi pequeña bicicleta por las calles del barrio bilbaíno donde plantaron raíces. Aquel tipo que se aprendió a la fuerza los ríos y los montes de España a la vez que su historia, mientras se esforzaba porque yo hiciese lo mismo. Quien sufría si yo sufría y quien se revolvía en sus adentros si yo o los suyos lo pasaban mal. O tan solo regular.

Aquel padre que siempre tenía un buen consejo para cualquiera. Que a veces incluso de protector, resultaba algo pesado, pero siempre con la mejor de sus intenciones. Quien nunca pegó a nadie ni tan siquiera levantó su voz, salvo a mí en contadas ocasiones cuando liaba alguna de las gordas que yo solía liar y tenía la mala suerte de que él me pillase.

Aquel marido que vivió la enfermedad de mi madre como si fuese la suya propia y quien incluso la ofreció uno de sus órganos vitales para mejorar su calidad de vida.

Recuerdo que le encantaban las películas de vaqueros, porque decía que en ellas siempre se hacía justicia y si podía, no se perdía ninguna de aquellas que en su día hizo Manolo Escobar, al cual adoraba. Igual que sus canciones, sobre todo las que él denominaba "de toda la vida". Aunque en el terreno de la música últimamente me sorprendiese bastante, pues lo mismo me pedía que le consiguiese lo último de una tal Diana Navarro, que lo último de Gigi D'Agostino, un disc-jockey italiano que se dedica a crear temas discotequeros de los cuales huiría cualquier hombre curtido de su edad.

Conductor de autobuses urbanos en una gran ciudad donde conducir apesta, artesano de la madera debido a su enorme afición desde siempre por la carpintería y sin saber disfrutar de sus merecidas vacaciones o de su preciada jubilación de otra forma que no fuese trabajando para los suyos o cuidando de sus manzanos o castaños que quizás nunca le supieron estar a la altura, juro que dejó decenas de obras de esas que en parte hacen que uno se haga inmortal, al menos hasta que caduque la memoria de quienes tuvieron o tuvimos la suerte de conocerle.

Setenta años después de nacer... Setenta años, un mes y veinte días... ese hombre del que habló, quien durante algo más de 36 años respondió siempre a mi llamada de "papa" -curiosamente nunca le llamé aita-, se fue sin decir ni adiós. No creo que fuese su hora, pero tampoco creo que sea nunca la de nadie. Odio la muerte ajena. Y es curioso, pero aquella misma noche y sin yo saber que mi padre se estaba marchando, no pude pegar ojo debido a que el viento entraba en mi cuarto y hacía un ruido ensordecedor como no lo había hecho nunca. Ni lo ha vuelto a hacer.

Si algún día soy padre, solo pido que tras mi muerte, mi hijo se sienta al menos tan orgulloso de su padre como yo hoy me siento del mío. Aunque ya es mucho pedir si tan solo pido la mitad.

A la memoria de mi padre. Que en Paz descanse.



S. B. F.
22-11-1.937 / 11-01-2.008.




Salva.

Bienvenidos a mi mundo azul (Aquí empezó todo)

Bienvenidos a mi mundo azul. A partir de ahora ya tengo mi pequeño espacio en la red para contar todas aquellas historias que de vez en cuando se le ocurren a uno y le apetece compartir con el resto de mortales. El nombre del blog no es muy original, la verdad, pero no me interesa ponerle un nombre bonito, si no escribir aquello que siento en cada momento o que simplemente me apetece. Así que una vez más, bienvenidos a mi mundo azul.