miércoles, 27 de agosto de 2008

El supermercado del gato por liebre

Cada vez que hago la compra en algún supermercado de esos que ultimamente salen de la nada casi como los champiñones, observo colocaditos en en sus baldas cientos de productos de esos casi milagrosos que presumen de elegantes bondades, tales como mantener la línea, ayudarte a crecer, a tener unos huesos fuertes, a controlarte el colesterol, activar tus defensas o incluso hacer que tu corazón lata más fuerte o tu cerebro trabaje más rápido. Y son muchos los productos de este tipo que están pensados sobre todo para los más débiles de la casa: los niños.

También podemos contar por cientos todos aquellos alimentos industriales que presumen de ser sanotes a más no poder por carecer de azúcar, sal, conservantes, colorantes o grasas animales, por poner algún ejemplo, pero que si dedicásemos tan solo unos segundos a leer las pequeñas letras donde especifican sus ingredientes, muy posiblemente encontrasemos aditivos o añadidos mucho peores, como por ejemplo los edulcorantes o las grasas vegetales parcialmente hidrogenadas. Veneno puro. Tanto o más que el tabaco. Pero sobre ello no hay apenas información alguna. ¿Porqué no ponen en los envoltorios de los Tigretones que estos están llenos de unas grasas manipuladas mucho peores aun que la manteca pura de cerdo y que podrían llegar a causar la muerte, al igual que la Ley obliga a ponerlo en el tabaco? Lo mismo se podría decir de las palomitas de microondas: bombas de aceites hidrogenados. Tampoco estaría de más que obligasen a La Granja San Francisco, (por poner una, que no es la única) a poner en las etiquetas de su miel que al ser un producto pasteurizado, ha perdido todas sus propiedades y en vez de comprar un producto sano, natural y beneficioso para la salud, como así creemos, estamos adquiriendo un mero endulzante de color y sabor similar al de la miel.

Mi mujer o mis amigos más cercanos alucinan cuando hacen la compra conmigo y es que procuro leerme todo. Desde los ingredientes de cada producto que esté a punto de caer en mi carro, hasta la sede social de la empresa que lo fabrica, incluido el Registro Sanitario. Y créanme, si encuentro algo que no me satisface, pues dejo el producto en su sitio y que le den por el culo a su fabricante y a su distribuidor.

Y es que me encanta la mahonesa, mayonesa o bayonesa, que cada fabricante la llama como le da la puta gana, pero me toca los cojones que en el bote me pongan que es sana. Me como las tostadas untadas con mantequilla o con margarina, pero nunca con aquellas que me toman el pelo diciendo que regulan mi colesterol y que son beneficiosas. Ambas son fatales para la salud. También me gusta desechar todo aquello que en la etiqueta presume de ser el mejor de los mejores entre los productos de su especie. Ya saben aquello del "dime de qué presumes y te diré de qué careces". Tampoco entiendo muy bien el hecho de que publiciten una marca y en vez de venderme su producto concreto, me vendan los cromos que regalan, el apartamento que sortean o lo paleto que es algún famoso. Que por cierto, me encantan los Ferrero Rocher y el queso curadito del tal García Baquero, sobre todo el que lleva Denominación de Origen Zamorano, pero también es cierto que últimamente me da un poquito hasta de asco. Aunque bueno, esto en realidad es un asunto menos grave. Quizás se solucionase cambiando de publicista. Lo que ya me mosquea un poco más, es cuando para vender el producto utilizan campañas solidarias de ayudas a necesitados. Esto clama al cielo. Que ayuden me parece estupendo, pero que no alardeen de ello para aumentar las ventas.

Y para rematar la faena, están luego todos aquellos productos que cada poco se anuncian en los medios alegando que han sido elegidos como mejor producto del año por los consumidores. ¿Y saben que? en realidad, "mejor producto del año por los consumidores" no es más que una marca. Me explico: una empresa es dueña de esa expresión y esta le concede la marca a quien previo pago la solicita para utilizarla en su publicidad. Con lo cual, ni mejor producto, ni consumidores. Es algo que ya lleva tiempo denunciado por diferentes asociaciones de consumidores y quizás hayan conseguido algo, porque ahora que lo pienso, hace tiempo que no veo ese tipo de publicidad.

Así que muchas veces uno va al súper totalmente concienciado de que le van a dar gato por liebre... o peor aun... pomadita de la mala.

lunes, 18 de agosto de 2008

Riing... Riing... Spam... Spam...

Riiing... Riiing... Riiing... Número oculto.

- ¿Si? -

- Holaa, mi nombre es Adriana, le llamo de Timoestar ya que ha sido usted seleccionado por nuestra empresa para ofrecerle un contrato con nuestra compañía y le regalamos un teléfono móvil de última generación que... -

- No, no, gracias, no tengo intención alguna de cambiar de compañía -

- Si, si, caballero, tenga en cuenta que lo que nosotros le ofrecemos... -

- Que no, que no, de verdad, lo siento. Le agradezco su llamada, pero al menos de momento estoy contento con mi actual compañía y... -

- Si, si, pero fíjese todo lo que Timoestar le ofrece, ya que... bla, bla, bla... y más bla, bla, bla...-

Y aunque la cortes una y mil veces, la tipa aquella ni calla ni te escucha, por lo que al final, hasta los cojones de aguantar intromisiones en tu vida, uno tiene dos opciones. O mandar a tomar por el culo a la fulana, que en el fondo tampoco tiene la culpa, ya que la mujer se gana sus alubias de esa manera, o colgar sin más acordándose uno de la puta madre que parió al directivo aquel de Timofónica que cada poco sale en televisión sonriendo por las enormes ganancias de su puta empresa. Así que, como no han sido ni una, ni dos, pues según me dé.

A los pocos, días de nuevo desde otro número oculto, Tomás me dice representar al Banco del Tío Gilito o yo que sé y me ofrece no solo el abrirme de ya para ya una cuenta con ellos, si no también un crédito fabuloso que me ayudará a realizar ese viaje que nunca hice o a comprarme ese pedazo de plasma de 52 pulgadas con el que siempre soñé. Y claro, yo que algunas veces pienso rápido, me digo para mis adentros: - ¿qué cojones sabrá el notas este sobre mi vida? -. Y me corto de mandarle a la mierda, pero le cuelgo inmediatamente apretando el botón rojo de mi teléfono móvil, aquel que en su día me regalaron los de la naranja francesita por la puta cara con tal de no abandonarles de buenas a primeras, gestión íntegra que realizaron curiosamente a través de una llamada telefónica.

No habrían pasado ni quince días, cuando me llamaron, esta vez desde mi propia Caja de Ahorros, para ofrecerme un seguro de vida. Atónito, le digo a aquella mujer a la que apenas entendía por su cerrado acento andaluz, que no, que no quiero ningún seguro y que el día anterior había cerrado ya uno con Carrefour. Y es que aunque aquello era mentira y no tenía seguro alguno, lo cierto es que el día anterior me habían llamado de Carrefour, cágate...!, ya que como poseedor de la tarjeta del Club de no se qué pollas, me lo regalaban durante un par de meses. Y hasta el tercero no tenía que pagar. Que majos, me dejaban probarlo y todo; como quien se prueba una camiseta. A la tiparraca aquella del Carrefour no la colgué. Esta era más profesional. La dije que no, me pidió disculpas por molestarme y tras desearme las buenas tardes, casi fue ella la que me dejó a mí con la palabra en la boca. Digo yo que por no perder el tiempo y seguir intentando engordar su comisión.

Pero lo que ya clamó al cielo me pasó poco tiempo después: un día de hace solo unos meses me encontré una llamada perdida en mi móvil con un número oculto. Una llamada que por la razón que sea, yo no oí. Eran las 8 de la tarde. Si, si, las 8 en punto de la tarde. Curiosamente, al día siguiente a la misma hora volvieron a llamar, pero como vuelve a ser un número oculto, el menda cansado de tanto gilipollas pasa de coger, por si las moscas. Pero al otro día y a la ocho en punto una vez más, el móvil vuelve a sonar, aunque esta vez no pude atender la llamada, pero no por que no quisiese. El caso es que pasaron diez días, si, si, diez días en los que a las ocho de la tarde y con una puntualidad británica que al final casi me llegó a asustar, me llamó un número que sin saber quien era, por una razón o por otra, yo no atendí.

- Qué curiosidad, mañana sea como sea, a las 8 de la tarde tengo que estar pendiente de esa puta llamada -

Y vaya si lo estuve. No podía fallar. A las 8 en punto cogí el teléfono ¿y saben que? eran de la revista Quo, que me llamaban para que me suscribiese, sin más. Atónito, respondí: - no me jodas y no me digas que para esta puta mierda lleváis casi dos semanas tocándome las pelotas! -. El otro no dijo ni si, ni no, ni bien, ni mal. Colgó el teléfono y me imagino yo que seguiría dándole la paliza a algún que otro cuitadillo con mejores modales que yo. - Me cago en la puta Quo - fue lo único que luego acerté a decir yo.

Y hoy leo la noticia de que esta publicidad o spam telefónico en breve estará prohibida y por fin la podremos denunciar. Ya era hora.

Amén.




Nota: con mis comentarios no pretendo desprestigiar a la revista Quo, ni mucho menos. Hace años, cuando formaba parte de la directiva de una importante organización de ayuda humanitaria, tras solicitárselo a la redacción en persona, nos enviaron durante mucho tiempo la revista de forma gratuita y desinteresada, al igual que lo hicieron desde CNR, El Jueves o El Correo Español. Cosa que no hicieron, tras solicitárselo de la misma manera y bajo un absurdo pretexto, los responsables de Interviú.

lunes, 11 de agosto de 2008

Te he echado de menos hoy... exactamente igual que ayer



Podría haber sido una bonita mañana de verano, igual que la presente. Pero resultó ser diferente. Al igual que hoy, era 11 de agosto, pero de otro año. De hace unos años. Solo unos pocos años. Demasiado pocos como para haberlo olvidado aun, aunque hay cosas que nunca se olvidan por mucho que uno envejezca.

Creo recordar que en Bilbao hacía buen tiempo, pero allí donde sucedió, llovía. Yo no lo vi, pero me lo contaron. Entre otros, aquel amigo de la infancia, el Guardia Civil. Qué casualidad que él estuviese allí aquella mañana... Fue quien más detalles me dio.

Era una mañana de madrugada, pronto, muy pronto. Una mañana de verano en uno de tantos y tantos pueblos de Castilla, de esos llenos de veraneantes, de gente con ganas de vivir, de divertirse. Pueblos de verbenas, de ríos y de embalses, de cerveza con gaseosa y un Fortuna a media tarde y de vacaciones. De ligues, de amores de verano que uno nunca olvida y de buenos amigos que a veces uno solo ve de año en año. Aunque aquel día a mí me tocaba trabajar lejos de todo aquello.

Era muy pronto y yo estaba durmiendo cuando sonó el teléfono y la noticia inundó de sombras a los presentes. Ya no estaba. Había fallecido. Un jarrón de agua sucia y helada hubiese sentado mejor. Era una de tantas. Solamente una niña. Quizás veinte años. Una víctima más que pasaría a engrosar las listas negras de aquel verano y de la DGT. Aunque son ellos precisamente quienes menos se preocupan. Solo sufren por los números. Si estos son altos, les duele, pero no las víctimas ni sus familias. Les duelen los números, porque la oposición les recuerda que quizás hay algo que están haciendo mal. Y aquel día fueron once los muertos en toda España. Solo en el que yo maldije, fueron ya cuatro. Alguno carbonizado. El resto, se repartieron por el país. Un pais de familias rotas y heridas de muerte.

Y van pasando los días... los meses y los años y todo sigue igual. Igual que siempre. Nada ha cambiado. Rara será la mañana que alguien no reciba una llamada similar en algún lugar no tan lejano. En verano y en invierno. Y a veces nos vuelve a rozar. Yo juro que perdí ya la cuenta de todos aquellos que conocí y que un mal día se quedaron para siempre en la carretera. En la puta carretera.

Y mientras yo, te he echado de menos hoy, exactamente igual que ayer.



A todos ellos y en especial, a ella.