jueves, 24 de julio de 2008

Los Gaiteros del Faro



Agosto de 2.002. Bilbao en fiestas. Aste Nagusia. Semana Grande. Por la noche.


Tras varios katxis de kalimotxo por las txoznas del Arenal, nos dirigíamos alegres y contentos hacia la zona de la Granja, en la plaza de España, donde íbamos a seguir de katxis en otro tipo de ambiente algo más pijotero quizá. Pero más tranquilo también.

En el puente del Arenal que cruza sobre la ría, algo hizo que nos detuviésemos. Era un bello sonido de gaitas. Tres tipos. Dos adultos y un niño. Dos gaitas y un tambor. Dos gaiteros y un tamborilero. El más pequeño, el del tambor. Una jota, una polka o un pasodoble, ya no recuerdo. O quizás algún tema típico de Cantabria. La funda de una de las gaitas tirada en el suelo servía para que la gente que se arremolinaba ante el trío de músicos echase sus monedas, aunque la mayoría de los casuales espectadores optaba por abandonar el improvisado escenario antes de dar por terminada cada pieza. Digo yo que por no soltar la gallina, que a veces pa todo no llega. Pero nosotros aquella noche estábamos por derrochar. Eran fiestas y teníamos el bote o escote para beber recién puesto, así que tras cada tema, soltábamos algún eurillo. No era mucho, pero menos da una piedra. Aunque teníamos todos la extraña sensación de que aquellos tipos no tocaban por dinero. Tocaban por divertirse. Y vaya si se divertían...

Tema tras tema, eurillo tras eurillo, al final surgió la confianza. Que si de donde sois, que si me encanta la gaita. Que si os sabéis la Alborada de Pontevedra, que si toquéis el Alalá Das Mariñas o la de Cabana. O mejor aun, mi favorita: la Muñeira de Chantada.

-Que no somos gallegos, que somos de Cantabria. La que te vamos a tocar es de nuestra tierra. Te va a gustar-.

La voz cantante, aunque allí no cantaba nadie, la llevaba Hilario, quien por cierto, era hermano de José y el padre de Diego.

Y claro que me gustó. Y la otra. Y la otra. -Que pena que no sepais la de Chantada-

-Algún día la aprenderemos... O no... Que no somos gallegos-

No se porqué razón, desde hace ya muchos años me encanta esa muñeira. Puede que sea porque sonaba en todas las verbenas de aquellos pueblos alistanos llenos de magia durante las vacaciones de cuando uno no era más que un crío. Aquellas verbenas de las que tantos y tantos recuerdos guardo y guardaré para el resto de mis días.

-Venga, tocar una más- Y la tocan. Y otra. Pero tanto rato allí, estábamos ya secos, así que había que seguir hacia las txoznas de la plaza España para tomar unos tragos. Y va y se me ocurre: -oye, ¿porqué no guardáis ya las gaitas y os venía a tomar un lo que sea con nosotros?-, -que sí-, -que no-, -que sí-, -que no-. Que al final se vinieron. Tampoco hizo falta mucho para convencerles.

Y resultaron ser unos tipos cojonudos. Hilario, José y Diego. Diego el más pequeño. Seis años? Ocho? Diez? No muchos más. Un cacharrillo en la Granja, bar de moda en aquellos tiempos y nos despedimos. Nosotros a seguir de fiesta por las calles de Bilbao, ellos a su casa, camino Santander. -Encantados de conoceros-. Intercambio de manos. Y de números de teléfono. A ver si un día quedamos y tal. -Que majos, verdad? ¿Y como decían que se llamaban?-, -Gaiteros Del Faro. De Santander-. Fue tema de conversación durante el resto de la noche con la que entonces era mi novia, ahora mi mujer y con dos viejos amigos con los que hoy, cosas de la vida, apenas tenemos contacto.


Y con todo olvidado, llegó aquella Navidad. Y recuerdo la nochevieja, recién inaugurado el 2.003, a las puertas del Boss, uno de los locales de copas que frecuentábamos y que todavía de vez en cuando nos dejamos caer por allí. Mi móvil sonó y al descolgar reconocí aquella voz. Era Hilario, que gritando como de alegría me decía: -Feliz año nuevo! Salva, escucha. Salva, escucha-. Y en esto que al otro lado del teléfono suena una gaita. Una gaita tocada en vivo y en directo. Los pelos de punta y mis labios con una sonrisa de lao a lao. No me lo podía creer. Era la Muñeira de Chantada. La tocaba Pablo, el cuarto Gaitero del Faro, al cual aun no conocíamos. Pedazo de sorpresa. Hilario me había sorprendido.


Desde entonces, nos hemos visto un par de veces en Santander, me enviaron una maqueta con sus canciones y de vez en cuando seguimos en contacto vía móvil o vía e-mail, manteniendo por ambas partes la promesa de quedar un día para comer por tierras cántabras, a ser posible donde haya buena música y donde no falte el sonido de las gaitas. Y a pesar de lo poco que les conozco, juro que son buena gente. Muy buena gente. Y se merecían dedicarles este post. No es para menos.




Fotografía de Santander. Junio de 2.004


A Hilario, a José, a Pablo y en especial a Iñigo y a Deva. A los Gaiteros del Faro.






http://www.gaiterosdelfaro.com/

miércoles, 23 de julio de 2008

La gaita del maestro Carlos Núñez




Corría el año 1.997 cuando descubrí un disco un tanto atípico para mis gustos musicales de aquellos tiempos, más cercanos al dance o al techno que a otra cosa. Aquel disco llevaba por título "A Irmandade Das Estelas" y en su portada aparecía un desconocido para mí con una gaita entre sus brazos que se decía llamar Carlos Nuñez. Tras escuchar aquella joya que cayó en mis manos así de casualidad, llena de preciosos sonidos de gaitas y flautas, fusionadas con algún que otro instrumento también de lo más puro y rural, pensé que aquella música era lo mejor que había escuchado en toda mi vida.
Han pasado ya más de once años desde aquello y hoy es el día que tengo en mi casa toda la discografía de Carlos, aparte de otros muchos discos de género similar, tales como Milladoiro, Luar Na Lubre, Berrogüetto o Tejedor. Y elementalmente, sigo pensando que es la mejor música que haya escuchado jamás, aunque soy de esos a los que les gusta casi todo tipo de músicas. Salvo Bustamantes, Bisbales y demás engendros similares que quedan bien lejos de la definición de músico, llegando con suerte a la categoría de karaokistas o incluso con mucha, a meros intérpretes.

Unos años después, posiblemente en el 2.000, tuve la ocasión de poder ver un concierto suyo en Bilbao dentro del programa de la Aste Nagusia, quedando demostrado para mí que Carlos era un músico como la copa de un pino, lo que me animó un par de años después, con motivo de mi única visita hasta la fecha a Vigo, a acercarme hasta su oficina, donde a pesar de no estar él, fui estupendamente recibido por su gente, charlando con ellos cerca de una hora, consejos incluidos sobre qué visitar en la bella Galicia.

Ahora, casi ocho años después, he vuelto a tener la ocasión de ver en concierto a Carlos Nuñez. Fue el pasado sábado en Barakaldo. Si tuviese que definir su actuación, no encontraría palabras tan bellas para hacerlo, así que me limitaré simplemente a decir que una vez más me reafirmo: Carlos Nuñez es uno de los mejores músicos que conozco.

Acompañado entre otros de su hermano Xurxo, del gran Pancho Álvarez y de Doces Lebranzas, una banda de gaiteros del mismo Barakaldo de la cual no había oído hablar jamás a pesar de conocer a uno de sus componentes, disfruté durante casi dos horas como disfruta aquel que por un momento lo tiene todo en la vida. Gaitas, flautas, mandolinas, violines, percusiones, incluso un txistu y una trikitisa hicieron que la noche del sábado se convirtiese en magia pura. La mejor magia en la que uno pueda creer. La de Carlos Nuñez y la de la música celta. Posiblemente una de las más puras. Posiblemente una de las más antiguas. Posiblemente la más internacional. Sin duda, la mejor. Aunque no dudo que para gustos están los colores.


viernes, 18 de julio de 2008

El cubo de Rubik





Me imagino que cualquiera que haya nacido a finales de los años 60 o durante la década de los 70, sabrá lo que es el cubo de Rubik. Y estoy seguro de que quien más o quien menos, tuvo en sus manos uno, aunque no fuese de él.

Yo tuve uno y aunque le di mil vueltas o más durante no se el tiempo, jamás logré poner cada cara de su color. Bueno, miento. Un día cabreado de ser tan torpe, lo desmonté arrancándole todas sus piezas y lo monté de nuevo, haciendo coincidir todas sus caras con sus respectivos colores. Aunque no fue tarea fácil, me resultó mucho más sencillo que hacerlo tal y como en su día se le ocurrió a Ernö Rubik, su inventor.

Con los años, este juguete cayó en el olvido y aunque ahora diferentes campañas y varias asociaciones tratan de hacerlo resucitar, no creo que tenga mucho éxito en una generación dominada por Xbox, Wii's y Play Stations varias. A mí sin embargo, que a pesar de ser un fanático de la electrónica y de la informática, no me ha dado jamás por hacerme con ninguna de estas máquinas de perder el tiempo, me llamó un día la atención verlo en el expositor de uno de esos grandes almacenes que surgen ahora casi como setas donde antes hubo... setas y estuve tentado de hacerme con uno, pero reconozco que me echó atrás su alto precio. No logré entender que un juguete tan sencillo pudiese costar casi 40 eurazos. O más de seis mil de las antiguas pesetas. Y total, para seguir sin ser capaz de montarlo, salvo que en otro arrebato de mala ostia lo haga piezas.

Efecto parecido fue el que causó en mí el día que se me ocurrió hacerme con un Monopoly. Aquel juego con el que hace ya muchos años jugué horas y horas con mi vecina Ainhoa, donde había que comprar y vender calles, casas y hoteles al contado. Tampoco me lo compré, aunque al final sé que no podré resistirlo, a pesar de tener que dejarme en un simple trozo de cartón, unas fichas y unos pocos dados de plástico otros 40 euros. O seis mil y pico de las antiguas rubias.

Hoy en día los niños y no tan niños apenas juegan ya con estas cosas. Prefieren las consolas y matar dibujos tan reales que a veces hasta llegan a parecer actores de verdad. Y yo no puedo olvidar lo feliz que era con mi cubo de Rubik, el Monopoly de mi vecina Ainhoa, el Quien Es Quien que me regalaron mis padres un año por Reyes -seguro que aquel año también me pedí el camión de Rico- o simplemente bajando al parque de mi barrio a jugar al hinque, a las canicas o a las vueltas ciclistas que hacíamos con las chapas de Coca Cola, que para que pesasen un poco, las rellenábamos con un pedacito de cristal, que a la vez servía de protector al cromo con la cara de Marino Lejarreta que llevaba yo.

Ha pasado tanto tiempo... Y han cambiado tantas cosas...

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En el momento de publicar este artículo, me han informado de que el cubo de Rubik puedo encontrarlo por 15 euros. Eso ya es para pensárselo, así que quizás cuente mi experiencia otro día.

viernes, 11 de julio de 2008

Las mentiras y el evangelio



Tras acabar la lectura de "Mentiras Populares", el último libro de Bruno Cardeñosa, director del programa de radio de Onda Cero "La Rosa de los Vientos", el cual sin tener interés literario alguno, sorprende por las cosas que cuenta, relacionadas con las leyendas urbanas que desde hace años circulan por el mundo, ahora empiezo a deshojar un relato de Patrick Graham titulado "El Evangelio del Mal".

No se porqué razón, lo primero que me llamó la atención de este libro hace ya unas semanas fue su portada, donde un extraño ángel parece salir del océano. Y como no, su título, por el cual uno ya se puede imaginar de qué va la cosa.
Casualmente, la pasada semana cayó en mis manos un pequeño extracto promocional del libro de quince o veinte páginas, el cual me impresionó tanto que no he podido evitar hacerme con él. Un libro que habla sobre los textos secretos de la iglesia, sobre el macabro suicidio de una religiosa auto emparedada para evitar entregar uno de esos textos... Sobre un ritual aterrador que sucedió hace siglos, donde murieron todas la monjas de un convento italiano a manos de una extraña fuerza y que en la actualidad se repite.... En fin, sobre el Evangelio del mismísimo diablo. Aquel que no debería caer nunca en las manos de ninguno de nosotros. Por si las moscas.

Llevo solo unas cuantas páginas leídas, que quizás no alcancen ni a la media centena y reconozco que pese a que desde siempre me han gustado las películas de terror y la lectura de este género, he pasado ya unos cuantos ratos de acojono. De auténtico acojono. Demasiado fuerte para cualquier mortal, aunque engancha. Y me gusta, vaya que si me gusta. Es por ello que lo recomiendo, pero no para quienes sean demasiado susceptibles o miedosos. Aunque siempre pueden surgir voces -como en todo- que digan: -que exagerado es el tío este...-.

Y ya puestos a recomendar, lo haré también con el de "Mentiras Populares", aunque son lecturas muy diferentes. Con este quizás muchos os penséis un par de veces las cosas antes de reenviar todas aquellas chorradas, consejos o advertencias que llegan a diario en forma de e-mail. Y sabréis todos los falsos mitos que se han contado a lo largo de los últimos años sobre la Coca Cola, el Red Bull, los falsos secuestros en centros comerciales o la leyenda aquella que cuenta que el señor Wall Disney está congelado. Todo mentira, aunque también es cierto que para creerte que todo sea mentira, primero hay que empezar por confiar en que todo lo que dice el señor Cardeñosa sea cierto, claro está.


miércoles, 9 de julio de 2008

El trailer de "Rico"



Durante gran parte de mi infancia, soñé con tener sobre todo dos juguetes, los cuales aun no se porqué, mis padres jamás me compraron. Uno de ellos era un tren eléctrico y el otro un camión teledirigido. Concretamente un trailer Pegaso de la marca Rico, que entonces era la delicia de todos los niños. Recuerdo hasta el anuncio de la tele, en el que un niño en blanco y negro metía dentro de su remolque un conejo de verdad. Todos los años, uno tras otro, me pedía los dos en la carta que les escribía a los Reyes Magos, pero jamás me los trajeron. Reconozco que eran unos juguetes muy caros y aquellos no eran precisamente los tiempos en los que unos padres obreros y humildes se gastasen demasiado dinero en unos simples trastos.

A mi amigo Miguel Mendoza, un año los Reyes le trajeron un coche todo terreno de color rojo de la misma marca y al menos me pude quitar el chinche un rato jugando con él, aunque en aquellos momentos le envidiaba de manera exagerada. Que suerte tenía el tío. Y eso que eran cacharros teledirigidos a través de un cable en vez de por radio frecuencia como funcionan ahora, con las limitaciones que eso tenía para jugar.

Curiosamente, muchos años después y cuando ya había dejado muy atrás la bella infancia, mientras participaba de manera activa en una de las campañas de recogida y entrega de juguetes a niños sin recursos, organizada por la institución Cruz Roja, a la cual pertenezco desde hace ya más de veinte años, un anónimo particular donó un camión de Rico. Me pasé horas observándolo y no se a quien le hizo más ilusión, si al niño que tuvo la suerte de llevárselo a su casa o a mí.

Lo que sí que me trajeron un año los Reyes Magos, fue una bicicleta. Era de la marca BH, de color azul y con dos pequeños patines en los laterales de la rueda trasera que servían para no caerse. Y fue también aquella bicicleta la que un día me ayudó a desenmascarar a Melchor, a Gaspar y a Baltasar, para descubrir la gran mentira que viven todos los niños durante varios años. Mis padres tenían aquella preciosa bicicleta guardada en un armario detrás de un montón de ropa y un día empecé a revolver hasta que vi al fondo una de las pequeñas ruedas de uno de los patines. Medio emocionado, medio asustado, llamé a mi madre y la dije que en el armario había una cosa con ruedas, aunque ella en vez de darme explicaciones, me dijo que había visto mal y me sacó de allí, prohibiéndome volver a hurgar en aquel armario. Llegado el día 6 de Enero, para mi sorpresa, me encontré con que los Reyes Magos me habían traído una bicicleta. Me hizo muchísima ilusión y aquello superaba al tren eléctrico y al camión Pegaso de Rico, pero nada más verla, reconocí aquella pequeña rueda. Aquel día se cayó el mito de los tres de Oriente para mí. Vaya palo me acababa de llevar.

Y lo peor, es que cuando lo conté en el cole, los niños de mi clase no me creían. Los Reyes Magos eran mis padres. No cualquier padre, no. Los míos.
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"Fragmento extraido de "Mis Amores y Yo", arreglado el 8 de julio de 2.008. "

domingo, 6 de julio de 2008

El Coloso de Asensio Goya




Reconozco que de cierto arte no tengo ni puta idea y soy de los que en toda mi vida no ha pisado el famoso Guggenheim por dentro más que en una ocasión, aprovechando la visita de mi amiga Esther de Móstoles, allá en el 2.001. A pesar de tenerlo a menos de una hora de mi casa andando y a escasos 5 minutos en coche o autobús. Y para una vez que fui, me resultó decepcionante, quizás por aquello que ya he explicado al principio de no tener ni la más repajotera idea de ese tipo de arte. Y es que ver unas piedras, como vi, tiradas en el suelo sin ton ni son, como las hay por cientos en cualquier pueblecito de por ahí, para mi es al arte lo mismo que un tal Bisbal puede ser a la música o Belén Esteban al periodismo. Bazofia pura y dura.

Partiendo por lo tanto de esa ignorancia reconocida por mí mismo sobre el arte, me ha resultado gracioso, cuando no increíble, lamentable, incluso de echar a correr, el tema de El Coloso, ese cuadro de valor incalculable que se creía había pintado Francisco Goya entre 1.808 y 1.812. El cuadro en cuestión era una obra de arte de esas que te la tienes que comer porque sí, porque uno lo dice y los demás, ignorantes como yo, decimos: Amen. Pero ahora, en el año 2.008, gracias a no se qué investigaciones de no se quien, que ni me molesto en averiguar por lo poco que en realidad me interesa, resulta que el cuadro no lo pintó Goya, o eso dicen, si no un tal Asensio Juliá, colaborador y discípulo de Francisco. Todo un logro llegar a tal conclusión.

El caso es que ahora el valor del cuadro ha debido caer en picado, pues Goya era Goya y Juliá es Juliá. Simplemente Juliá. Y si el cuadro era bonito, ahora ya no lo debe ser tanto. Y si era una obra de arte, ahora se puede quedar simplemente en una obra. Y si su valor era incalculable, ahora podría tener precio. Quizás hasta le cambien el título y ahora solo sea El colo.

Y es precisamente esto lo que yo no entiendo. Soy un ignorante, lo se y lo reconozco, pero prefiero ser así toda mi vida, a formar parte tan solo cinco minutos del circo ese que nos venden con tonterías varias y con el pretexto del arte y los artistas. Que más de una vez he escuchado eso de que quien no entiende el arte, es un pobre de alma.

Y ya puestos a hacer el papel de ignorante, me atrevo a decir que El Coloso no me interesaba lo más mínimo antes, cuando se le atribuía a Goya, pero tampoco me interesa ahora. Yo tengo por costumbre ponerle valores incalculables tan solo a las personas. Nunca a los objetos. Aunque lo haya realizado, pintado, compuesto, creado o narrado la madre que lo parió.