domingo, 25 de abril de 2010

A mis amos y señores

Estimados Señores que democráticamente me gobiernan y mandan:
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No soy un más que un simple ciudadano del montón registrado en su enorme base de datos, con un trabajo mal pagado del que con los tiempos que corren, no puedo ni de lejos presumir de estable. Puedo demostrarles que casi la mitad de lo que gano con el sudor de algo más que mi frente, se lo llevan ustedes en impuestos y sucede que hasta podría haberme quedado corto, pues resulta que entre el IRPF, Seguridad Social, el IVA, el IBI y demás impuestos de sucesiones, transmisiones patrimoniales, vehículos, tabaco, alcohol, gasolina, aparcamiento regulado de zona verde y/o azul, escrituras, tasas a la DGT por diferentes gestiones, las partes proporcionales que me cargan en el café el del bar de la galería y en mis camisetas y pantalones el de la tienda de ropa de al lado para poder pagar ellos mismos sus impuesto de autónomos y demás que también les cargan por sus locales, las multas por no cumplir determinadas normas absurdas inventadas en minoría por algún soplapollas y algún que otro pago que fijo se me olvida, pierde uno la cuenta de tal desorbitada cantidad. Eso sin mencionarle que bajo su complicidad y permisividad, unos señores muy elegantes vestidos de traje, gestores de productos vitales de primerísima necesidad, tales como la electricidad, el agua o el gas, me pasan mes a mes unas facturas que a veces me da por pensar si se habrán equivocado y me habrán enviado a mí solo las de todos mis vecinos. Aparte de recargarlo todo ustedes mismos después con su ya mencionado IVA. Que triste y repugnante me parece que me carguen cuatro veces más de IVA por el gas y la luz que por una botella de vino, pero esto no viene a cuento y si lo viene no lo diré, no sea que se me mosquee el txikitero (o vinatero) del barrio. O mi querida y amada hipoteca, prestada y gestionada, no por un banco privado hambriento de dinero, sino por una Caja de Ahorros de esas que en el fondo dirigen ustedes mismos con la excusa de realizar cosas bonitas y fines sociales, la cual amenaza serme fiel durante los próximos treinta años de mi vida, tras los cuales y si mi calculadora comprada en un chino no me falla, les habré devuelto justo el doble de lo que ellos me dejaron.
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Me gustaría hacerles mención también a todos aquellos gastos a los que me obligan ustedes, tales como la ITV o el seguro de de mi coche, la renovación de mi carnet de conducir o el DNI, la inspección de la caldera y la instalación del gas cada año, la gestoría que confecciona mi declaración de la renta, notarios, abogados, procuradores, los libros del cole de mi hijo, que me cambian año a año para que nunca me los pueda prestar mi vecino, el canon de la SGAE por mi disco duro y la tarjeta para uso exclusivo de mi cámara de fotos, la ropa que incluso en verano me he de poner, puesto que si salgo en pelotas a la calle, sus agentes de la Ley me detendrían y han sido capaces de conseguir educar al resto de mis vecinos para que encima me tildasen de loco. Sin olvidar que encima intentan hacerme creer que soy un delincuente y un hijo de puta si no me compro todos los discos, películas o libros que salen cada semana al mercado y simplemente me limito a escucharlos o verlos de otras maneras por la sencilla razón de que uno quiere adquirir cultura, pero con tanto impuesto y tanto impuesto, la cartera no le da.
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Nunca me han escuchado si he tenido problemas, ni tan siquiera creo que sepan que existo, aunque en tiempo de elecciones remitan a casa cartas a mi nombre contando milongas.
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En fin... Señores del Gobierno... que no es mi intención contarles aquí mis penas ni aquello que nos hace llorar cuando llegan los días 14 o 15 de cada mes, pero me imagino que con todos estos datos, sobra que yo les diga nada y sean conscientes ustedes mismos de como han de obrar, compensándome por mis grandes pérdidas durante todos estos años con una cantidad que según ustedes consideren, podría oscilar entre los 3.000 y los 7.000 millones de euros, elementalmente a fondo perdido. Que digo yo, que después de ayudar a los bancos, a las aerolíneas, a las marcas automovilísticas, a la industria de la cultura (no confundir con "cultura" a secas), a la construcción masiva y sin control, al deporte de élite, ese mismo que nada entre millones, a la iglesia, a las firmas de electrodomésticos y a determinados empresarios que acostumbran a viajar en Porsches Cayenne mientras inundan sus empresas de contratos basura y convierten los nombres propios de las personas de buena fe en simples números, no tendrán inconveniente alguno en hacer lo mismo conmigo, que al fin y al cabo no soy más que un simple caradura como ellos. Uno más.
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Yo a cambio, les permito que si el día de mañana lío alguna gorda y me trincan en plan corrupto y tal, me utilicen como mejor les convenga. Si soy de su cuerda, me defiendan a muerte en los medios alegando que todo el rollo es un complot y si pertenezco a la oposición, me den caña a saco, aunque solo sea para desviar la atención del humilde ciudadanito de a pie de aquellos problemas importantes de verdad de los que nunca se hablan. Pero bueno, para eso nos dan a diario más circo y más pan. Para olvidar y no rechistar.
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Por cierto... ¿que ha hecho hoy el Madrid?
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Firmado por millones de ciudadanos.

domingo, 18 de abril de 2010

Una historia de dos imbéciles



¿Recuerdan ustedes a Paloma, aquella vieja amiga que en realidad era más que amiga, pero a nadie le importaba? Pues ahí que sigue la mujer con lo suyo. Digamos que mejor que hace unos meses cuando estuvo ingresada por primera vez, pero no recuperada del todo, razón por la que estos días sigue alojada en una habitación de hospital. Y amenaza crónico el problema, pero sin más. Vida normal y a vivir, que son dos días. Poco más.

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Pero echemos a Paloma durante un rato hacia un lado y empecemos esta historia por el principio. Retrocedamos hasta aquella tarde en la que debido al bautismo en la fe católica de Hodei, mi primer y único sobrino hasta la fecha, mi mujer y yo nos pusimos manos a la obra a la busca y captura de unos zapatitos chulos y elegantes para Gaizka. En nuestra mente llevábamos ambos dibujadas las típicas botitas Kickers o similar, muy saladas y acordes a como íbamos llevarle vestido para la ocasión. Que no es que para mí sea un evento especial, ni mucho menos, ya que a estas alturas todo lo relacionado con la iglesia cada vez me da más grima y huyo de ella como la oveja al ver al lobo. Y si añadimos que en estos momentos me encuentro inmerso en la lectura de "El catolicismo explicado a la ovejas" de Juan Eslava Galán y que hace unas semanas vi el film "Camino" (recomiendo ambos), mi cariño hacia dicha institución se disuelve entre un enorme amargo mar de dudas. Pero desgraciadamente, la sociedad y el puto "qué dirán" sigue gobernando en este país de bobos y bien quedas.

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Nuestra primera parada, Calzados Andrés. Sinceros y profesionales ante todo o esa fue la impresión que me dieron.
- Buenas tardes -
- buenas tardes -
- queríamos unas botitas Kickers para el niño -
- ¿botitas? ¿para el niño? ¿de invierno? -
Toma ya. La primera en la frente. Catetos de nosotros, no habíamos caído antes en que la muchacha de aquella zapatería llevaba razón. Esas botas son de invierno.
- Pues tengo poco y retirado ya, pero ahora os busco algo y a ver que encuentro -.
Sin número y sin el color pretendido, abandonamos aquella tienda con el sabio consejo de aquella dependienta de que buscásemos algo más apropiado para el buen tiempo.

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Siguiente parada, Umetxu. En la misma calle. Unos metros más arriba. La misma historia. Botitas Kickers o similar.
- ¿De invierno? -
Nos las sacan y comprobamos que, elementalmente, aquel calzado le cocería el pie al pobre niño y desistimos, aunque la señora vendedora, pícara ella y con escuela en esto de la venta, intenta convencernos en ese momento de que en realidad son de entretiempo, aunque no lo consigue.
- Tengo algo parecido, pero en zapatito -
nos suelta la fulana.
- Muy bonito y vestidito -
Y va y nos saca un zapato horroroso, de niño tonto o similar que tiene de parecido con las Kickers lo que un caldero con un dragón. Unos zapatos de esos que la tipa no podría quitarse de encima, digo yo, también de invierno, por cierto, y vio aquí una buena oportunidad para deshacerse de al menos uno de los pares. Se lo probamos no obstante y resultó que le quedaba algo justo. Pequeño tal vez. Mi mujer entonces le pide un número más, a la vez que me pregunta, como viendo en aquel zapato rojo y feo como un obispo, su última esperanza de dar con un calzado para el peque al aproximarse la fecha del bautizo:
- ¿te gustan? -
- A mí no. Ni un poquito, pero tú verás. Si a ti te gustan... -
la respondo con cierto pasotismo. La tipa de la tienda, antes de subir las doce o trece escaleras donde se ubicaba el almacén, suelta entonces:
- a mí decirme si os los vais a llevar o no, porque si no, no subo -
Mi mujer y yo nos miramos atónitos y coincidimos a decirle a la muy imbécil que no, que no hacía falta que subiese. No nos los íbamos a llevar, pero solo por una simple razón que poco o nada tenía ya que ver con la belleza abstracta de aquella mierda de zapato. Jamás le compraré a mi hijo un zapato en un comercio regentado por una estúpida como esta.

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Y mira tú por donde, al salir de aquel cuchitril al que no volveré a entrar, nos vino la inspiración y decidimos calzarle unas Converse All Star. Como su aita. Como yo. Polo, camisa y jersey de Tomy, chamarrita Timberland y zapatillas All Star. Que estará mal que yo lo diga, pero iba que se salía el condenao.

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Llegado el día de la ceremonia bautismal de mi pequeño sobrino, resulta que mi amiga Paloma, la de antes, la de siempre, la que ahora duerme placidamente en el hospital, Paloma, la que es más que amiga, pero a nadie importa, en plena eucaristía, cuentacuentos, paripé sectario o como cada uno quiera llamarlo, se siente algo indispuesta por lo de su enfermedad, razón por la que decide quedarse quietecita y sentadita en su banco observando el evento y sin hacerle mucho caso a aquello de ponerse de pie, sentarse, ponerse de pie y volverse a sentar. Algo que todo sea dicho, nunca he llegado a comprender. En esto que la señora que se encontraba sentada en el banco de atrás de Paloma, le toca en la espalda y le suelta la muy imbécil:
- Estamos en el credo, a ver si tienes un poco de respeto y de educación, ponte de pies -.

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Típica beata de pacotilla, del a Dios rogando y con el mazo dando. De esas que abundan. De las que miran como si fuesen yonkis a los melenudos sin ser consciente de que el Cristo que a ella le han vendido llevaba también pelo largo. De esas que con ir a misa ya se creen haber hecho todo el bien para el resto de la semana. La misma que mira con odio al niño que la molesta con el balón. La que mira hacia otro lado cuando un anciano la pide un triste duro para comer. La que va a misa solamente para que la vean y comulga sin saber siquiera qué cojones significa comulgar. La que posiblemente - tampoco me atrevo a asegurarlo - la hubiese gozado en los tiempos de la Santa Inquisición como espectadora de aquellos atroces actos, sin tener del todo claro que la muy paleta sepa de lo que estoy hablando. En fin...

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Paloma no dijo nada. Es uno de sus fallos, que no acostumbra a sacar su genio y cagarse en la madre que parió a mucho meapilas que anda suelto por ahí, pero otro de los presentes en aquella ceremonia que escuchó a la beata, la puso de vuelta y media. No creo que la muy payasa vuelva a meterse donde no la mandan, aunque bien se hubiese merecido un sopapo. Ya no por beata, que al fin y al cabo me la sopla y seguro que hasta entre las beatas hay buena gente, sino por gilipollas.

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Por lo demás, el resto del evento de maravilla. Langostinos, pimientos del piquillo rellenos de bacalao, rape y chuletón. Que no todo iba a ser malo en esta historia de imbéciles. Y algo para contar, que llevaba mucho tiempo sin decir nada yo por aquí.