viernes, 24 de diciembre de 2010

Otra historia diferente de Navidad


UNA HISTORIA DIFERENTE DE NAVIDAD
Supongamos, por un instante, que la historia se repitiese hoy, justamente hoy, otra vez. O mejor aun, que nada de lo que conocemos hubiese pasado en su momento y que todo sucediese ahora, en esta época y por primera vez. Puede que entonces fuese algo parecido a esto que ahora os voy a contar. O puede que no yo que sé… pero ahí va:
Éranse una vez un buen tipo llamado Emilio y su bella mujer, Sara. Ambos residían, desde hacía ya algún tiempo, en un piso de protección oficial de escasos 37 o 38 metros cuadrados, sin trastero ni garaje y con una docena de graves defectos de construcción de los que, constructores y promotores, miserables ellos a rabiar, se habían desentendido, entre otras cosas, llevando a una quiebra, intencionada y precisa sus empresas, y montando otras con diferente nombre o collar, testaferros y tal, pero mismo perro al mando. El piso les tocó en un sorteo algo amañado, porque Emilio tenía un viejo amigo que militaba en Izquierd Unida y aquel día la suerte se puso de su parte. Bueno, la suerte y su amigo, que además de militar en dicho partido, era o había sido concejal de festejos, bulerías, noches pardas y jolgorios y tenía contactos hasta en el infierno, detalle este del infierno que tampoco le hacía demasiada gracia a Sara. El infierno no era para nada del agrado de una persona tan católica como ella. Porque Sara era católica, pero créanme si les digo que ella aún no lo sabía, porque el catolicismo realmente todavía no existía.
Sara no era virgen, o eso contaba un viejo exnovio suyo por los rincones más oscuros y por las tabernas del pueblo, aunque mirándola fijamente a los ojos, nadie sería capaz de creerse que una mujer tan guapa, atractiva, brillante y especial, fuese capaz de hacer depende qué barbaridades y cochinadas con su cuerpo, razón por la que todos, incluido Emilio, su propio esposo, pensaban y asumían que en realidad sí que lo era. Claro, que su marido, con más razón que el resto, pues sabía de sobra que, con su mísero sueldo en la sección de carpintería de un lugar similar a Leroy Merlín, pero de aquellos tiempos, ni condones, ni pastillas, ni díus, ni leches de soja, almendra o similar. Y además Emilio todavía no se había definido sobre si de verdad le gustaban los tronchos o le gustaban las berzas; vamos, que no sabía todavía si era heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual, demisexual, antesexual, polisexual, asexual, binario, no binario, elicotropo, eloctrolito, avioneta, Maricarmen, camarero o carpintero… y no… no estaba todavía el hombre muy por la labor de tener que consumar con una mujer; aunque fuese su propia mujer. Ajo y agua, vamos. Esto era al menos lo que se rumoreaba por el Radio Patio de la escalera de esta, su comunidad; no vayan a pensar que me lo invento yo. Por ello y solo por ello, el día que Sara le contó lo de su extraño embarazo a Emilio, este se mosqueó, y con parte de razón, no lo duden. Tampoco se creyó la historia aquella que le contaba Sara sobre una paloma, más que nada, porque desde hacía ya un par de años, incluso más, no quedaban ya palomas en la ciudad. Un Decreto municipal, aprobado en mayoría por el pleno del Ayuntamiento, las había eliminado a todas por razones higiénico sanitarias. Vamos, lo que viene siendo una especie de lavado de imagen local que, sin embargo, permitía otras plagas aun peores, como por ejemplo y por mencionar alguna así al azar, la de buitres carroñeros, plaga que llegaba incluso a llenar sillones y sillones entre las filas de su propio gobierno. Aun así y por no hacer demasiado el primo por el rollo de los supuestos y solo supuestos cuernos, ambos, Sara y Emilio, acordaron contar esa versión como cierta, real y verdadera, aunque con pequeños e insustanciales matices. Y es que, a última hora, decidieron sustituir a la paloma por una gaviota, por aquello de que, al no quedar palomas en la ciudad por culpa de lo del Decreto, a lo mejor alguien dudaba entonces de la historia, se paraba a pensar y salía el tema de los cuernos a relucir. Y como no vivían lejos de la costa, sería algo más creíble el lío aquel de la gaviota, lío que a simple vista, podría resultar un tanto increíble, pero que para nada lo es. Porque, seamos serios... ¿quien, en su sano juicio, sería capaz de poner en duda el que una gaviota, o una paloma, que a estas alturas ya da igual,, preñasen de buena mañana a una mujer? Nadie, "ni Dios". Pregunten, pregunten por ahí… verán la de gente que se cree estos algoritmos todavía. Algunos, eso sí, decían que en realidad, lo de la gaviota, tenía mucho que ver con el gobierno que en ese momento estaba en el poder dentro de su comunidad autónoma, unos sinvergüenzas que empezaban por P y terminaban también por P, pero yo nunca entendí ese parecido entre gobierno que empezaba por P, terminaba por P, y gaviota. No veo relación alguna. Y aun con todo, poca gente les creyó, pero... como buen falso que es el ser humano y sobre todo, por no pararse a pensar más de la cuenta, algo totalmente incompatible con la Fe, porque en el momento que alguien tiene dudas, ya le saltan con el rollo ese de “la poca Fe”, todos dieron por buena la explicación de Sara y Emilio para con la gaviota y atacaron dura y verbalmente a aquellos que dudaron de la historia en público, llamándoles blasfemos, herejes, hombres de poca Fe (os lo había dicho ya), y cosas del estilo. Las masas del pueblo daban siempre por buena la explicación, evidentemente, cuando había terceros delante. De lo contrario, Sara y Emilio eran el hazme reír de todo el Valle, las cosas como son. -Una gaviota... Embarazada por una gaviota... JaJaJa! Venga ya!- se escuchaba a menudo en los corrillos de confianza y a las salidas de misa de 12, donde se reunían muchas de aquellas marujas, más preocupadas por ver como iban vestidas la Josefa y la Pilar, que por escuchar la palabra de Dios. -Embarazada de una gaviota... y el muy gilipollas va y se lo cree. Lo siguiente qué será? ¿Embarazada de una lata de atún? Jajajajajajaja-. Y así muchos días. Todos, diría yo.
El embarazo, por suerte, no tuvo demasiadas complicaciones, aunque cierto es que al hacerse Sara la amniocentesis, una prueba relativamente importante cuando la madre tiene una edad, y que su maltrecha y vapuleada sanidad pública no cubría, por lo que tuvo que pagarse de su pobre bolsillo, le detectaron algo raro: -El niño viene sano, pero hay algo que no entendemos - les contaba el Dr. Gonorrea - y no sabemos lo que es. Este niño es especial. Está como iluminado-. Tal cual se lo contó el Dr. Gonorrea, un tanto asombrado, eso sí, pues nunca había visto nada similar. Y para enredar las cosas un poco más, añadieron que el ecógrafo no detectaba con claridad el latido de su corazón, pero si se acercaban mucho al altavoz del aparato, se escuchaba un susurro que decía algo así como: -como me hagáis algún tipo de daño, os las vais a ver con mi padre, panda de cabrones, hijos de puta; Don Gonorrea, que milita usted en un partido de derechas, pero practica usted el aborto, que yo todo lo sé-. Para bien o para mal, al final nadie le dio importancia a lo del susurro aquel y lo que hicieron, fue comprar un ecógrafo nuevo y aquel enviarlo a Cuba con una pegatina en el dorso que ponía "averiado”. Pero a los cubanos fijo que les serviria, si total, están todo el día felices y cantando… El cuñado de uno de los asesores del consejero de Sanidad y militante de su mismo partido, imputados ambos, por cierto, en un caso de corrupción hace un par de años y quien tenía una empresa (el cuñado, no el asesor) que importaba de China mascarillas del COVID, plásticos inservibles de no que se qué de antígenos, medicamentos genéricos varios, agua del grifo con azúcar blanquilla refinada a la que llamaba producto homeopático y como no, y sobre todo, también ecógrafos, se puso muy contento y adelantándose al resto de ciudadanos, afirmó ser ya un fiel creyente de una religión que aun no existía, al tiempo que se frotaba las manos mientras le salían simbolitos del euro y del dolar por las pupilas de sus ojos. No le encargaron un ecógrafo. Le encargaron seis. Para tener ahí, de reserva, escondidos en un salón del que que nadie se acordaría nunca jamás. Sin más. Como quien tiene una caja de pastas guardada por si las visitas; y cuando llega la visita, la caja ha caducado.
Llegó el día de dar a luz y la verdad es que todo fue un caos. Un verdadero caos. Sara rompió aguas una tarde fría y de lluvia de invierno y nada más percatarse, fue el propio Emilio quien la llevó en su Renault Megane, de gasolina y color granate, a las urgencias de maternidad del hospital Santa Paloma del Cuerno, pero como era Nochebuena, allí no había nadie, salvo un vigilante de seguridad que encima se les puso gallo, agresivo y borde porque aparcaron el coche junto a la garita de control. Un cartel en la puerta de la urgencia, decía que estaban en huelga, porque desde el Parlamento de Belén, campanas de Belén, todo el mundo las toca, yo también, les habían obligado a trabajar aquella noche y esa jornada era para estar en familia cenando langostinos a la plancha, percebes de Arousa y turrón, aunque nadie, sí te daba por preguntar, te sabía explicar un porqué. La respuesta era casi siempre la misma: “ande ande ande, la marimorena, ande ande ande, que es la nochebuena”y “Ay del chiquirritín chiquirriquitín, metidito entre paaaaj…. chiquirriquitín… ay! del chiquirritín, chiiquirriquitín, queridín, queridito del alma, querídin… queriidiiiito del aaaalma!”.
Sara y Emilio, corrieron entonces, de nuevo en su Megane granate destartalado, a dar a luz al calor de su hogar. En aquel pisito de 37 o 38 metros cuadrados de protección oficial que habían conseguido gracias a sus buenas amistades. Y el niño nació en casa, gracias a la ayuda de sus vecinos, algunos ya borrachos como cubas y rebozados de una cosa absurda y extraña de colores que vendían en el chino, llamada espumillón, que iba soltando pelos por todos los sitios, aunque ninguno sabía qué coño estaban celebrando, porque la Navidad en sí, todavía no existía. Nadie había cantado aun lo del “25 de diciembre, fun fun fun”. Y nació en casa… el niño nació en casa, gracias también a una matrona a la que contrataron "in extremis" por 800 euros, a la que llamaron por un papelito que arrancaron del tablón de anuncios de corcho del hospital y a la que pagaron sus honorarios gracias a un telemaratón urgente organizado por Tele5 y presentado por un tal Jordi González y un ta. Jorge Javier Vázquez, que vestidos ambos de lechuga de oreja de burro, no dejaban de decir que les gustaba mear en la ducha, y también por una tal Sandra Barneda, o algo así, imagen de una nueva crema anti acné de la casa Vichy, y por último, por una tal Paz Padilla, reinsertada en la sociedad, pues no hace mucho, había sido yonki, respondiendo al nombre de “La Txusa”, quien a la mínima, te pinchaba, todo ello, con la firme condición de sacar el caso durante setenta semanas seguidas en "Sálvame" (como la Fanta, naranja o limón) y resúmenes diarios después de las noticias de las nueve de la noche.
Todo salió bien en el parto y uno de sus vecinos les hizo poco después una foto como recuerdo con su Xiaomi 832 ExpressSuperDigital de 29 millones de megapixeles, procesador de 20 núcleos y un Nesquik y sistema de plutones interactivos, que nadie sabía lo que eran, pero quedaban muy cucos en la publicidad "tú eres muy, pero que muy muy muy muy muy tonto si compras aquí" de MediaMartk.
La estampa era preciosa: Sara y Emilio rodeando la pequeña minicuna de Jané, imitación a pesebre de paja, con inserciones en madera de roble y aluminio, con sonido dolby sourround para poder escuchar el rosario en Radio Maria y con pantalla de 88 pulgadas y 884k, para disfrutar las misas de La2, esa cadena que según las estadísticas, no tiene una mierda de audiencia, pero que luego todo el mundo dice que la ve, como si en su propia parroquia estuviesen. Aparte, en esta mismos cuna, era en la que descansaba el pequeño, al que en un principio iban a llamar Jesús, porque era un nombre que gustaba mucho a Ana, su abuela materna. Pero decían que Jesús, en realidad, no era un nombre, sino un apellido; el apellido de un tal estornudo. El estornudo por excelencia al que todos acompañan con el “Jesús”. También barajaron el nombre de Brian, debido a una película basada en hechos medio reales que hacía poco se había bajado Emilio de internet, la cual le había hecho partirse de risa, aunque a Sara no le hacía ni puta gracia; ni la peli en sí, ni el nombre del susodicho, que le recordaba también a un cantante apellidado Adams, proveniente, quizás, de una familia un tanto tétrica (la familia Adams), con la que no querría trato, por lo que al final y de mutuo acuerdo, le llamaron Borja Mari. En aquel precioso retrato que les sacó su vecino del sexto con su Xiaomi ExpressSuperDigital, el mismo vecino que les había regalado un carrito de paseo imitación a Bugaboo, posaban también sus dos perritos coker y un gato callejero de color marrón que tenían en casa desde hacía dos años, todos sentados junto a ellos y mirando a Borja Mari tiernamente, quien posaba con un misterioso aro en la cabeza. Años después, sería esta misma fotografía la que usarían para recordar a sus amistades el cumpleaños del pequeño Borja Mari. Algunos amigos, encantados con la idea, encargaron calendarios con la imagen de la familia. Incluso hubo quienes moldearon hasta figuritas de pvc con la estampa, que colocaban en sus casas cada cumpleaños de Borja Mari. Lo que nunca entendí, fue lo de la figurita aquella del vecino del 3° C cagando en el rellano. Caganet, le llamaron después, aunque algunos le hacían moobing solo por el hecho de ser, decían, catalán. Ha de ser complicado y duro pasarte unas navidades enteras cagando... Porque aquella figura se pasaba y se pasa todas las navidades en la misma postura. Semi agachado. Cagando. Dos semanas. O tres. Con el culo al aire. Sin limpiarse. Con la mierda, digo yo, toda seca. Ahí, pegada al culo. Que eso tiene que picar horrores, no me jodas... Hacer la prueba y en dos semana me lo comentáis.
Entre alegrías y alborotos, algún vecino debió gritar de repente algo acerca del Rey y Emilio muy contento preguntó -¿Vienen los Reyes Magos a ver a mi hijo?-, -No no, que empieza en La Primera el mensaje del Rey-, contestó el mismo que había hecho el comentario. Y todos se sentaron a ver aquel monólogo en la tele, como si del club de la comedia se tratase, aunque menos divertido. Bueno, nada divertido. Un notas que gana millones contando gilipolleces que otro más listo que él e igual de vividor, le ha escrito para que luego lea como un robot y mirando un papel. Porque si uno es listo para ser Rey, debería de ser listo para aprenderse un puto texto al año sin tener que leerlo, no?.
El caso es que todos se sentaron al rededor de la mesa, menos Borja Mari, que se quedó en su cuna de imitación a pesebre y con inserciones de madera, jugando al Fornite con su Nintendo Switch y con su iPhone 322S. Puede costar creerse esto último, pero no conviene olvidar que estamos hablando de un bebé que en realidad era más que un simple niño. Borja Mari podía jugar con la Nintendo y encender su iPhone, milagrosamente, incluso con las baterías totalmente descargadas. Igual de curioso, que siempre ganaba. Daba la sensación de que, hasta los dibujos de los juegos, le guardaban un extraño respeto.
Sara tampoco se sentó a ver el aburrido monólogo del Rey, ya que últimamente y sobre todo después del parto, se había vuelto algo rebelde. Rebelde, no por nada, sino porque el mundo le había hecho así, porque nadie la trataba con amor, porque nadie la había querido nunca oír. Sara prefirió asomarse a la ventana para tomar un poco el aire, hasta que una inmensa luz llamó su atención. -¿Será un avión? ¿Será una estrella que viene a guiar a la gente que venga a ver a mi hijo?- Uno de aquellos vecinos, el que más listo se creía por aquello de que había estudiado en un colegio público, pero frente a uno de pago, corrió a corregirla y le aseguró que aquella luz era Venus, por eso brillaba tanto. Y es que esto sucede a menudo. Tú te sientas tranquilamente para relajarte un rato mirando las estrellas y siempre aparece el típico listo que te dice lo de Venus y te jode tu relax. Otros te dan la chapa de igual manera, pero con el rollo de la osa mayor, el carro, la estrella polar, Marte o el rollo del avión. Como si de verdad te importase lo más mínimo el mundo de la estrella, que si quiero saber de estrellas, nada como la App Night Sky; que yo me he sentado para relajarme, En realidad, resultó que aquella luz que llamaba tanto la atención de Sara, ni era Venus, ni era Marte, ni una estrella, ni tampoco Super Coco, ni un avión; era una antena de los misemisemisemisemiserables de Vodafone, que había en lo alto del edificio de Iberdrola, la cual habían decorado con una luz gigante que se movía en todas las direcciones para llamar la atención a modo de publicidad. Pero cierto es que dicen que la fe a veces mueve montañas y quien sabe... Al hilo de esto último, he aquí una de las razones por las que no entiendo que, todavía a día de hoy, se sigan cavando túneles para hacer carreteras, autopistas y líneas de tren, cuando lo más sencillo, poético y barato, sería sentarse y creer, creer, creer y seguir creyendo; y creer mucho más y tener mucha fe. Fe para que las montañas se abran por sí solas en lugar de tener que agujerearlas. Pero no, en lugar de usar la fe, seguimos usando la excavadora. A lo bruto. Como si todos fuésemos vascos. O más concretamente, de Bilbao. Qué coño... Los más chulos del planeta. ¿Que no nos gusta nuestro campo de fútbol? Lo tiramos y nos hacemos uno nuevo. ¿Que estas angulas tienen poco ajo? Las tiramos y compramos otro kilo. Otro kilo de angulas, ojo, no de ajos, que a los que no tenéis la suerte de ser Bilbao, os veo venir. Ya sé que muchos no os lo creéis, pero Dios es de Bilbao. Ahora, allá vosotros.
Fueron pasándo los años y Borja Mari fue creciendo, hasta que un día empezó a ir al colegio. Allí, sus compañeros, malvados niños donde los haya, no tardaron en ponerle, vete a saber porqué razón, el mote de El Mesías. A Borja Mari no le gustaba mucho estudiar, aunque siempre sacaba muy buena nota en todos los exámenes. También ganaba siempre que jugaba al cara o cruz, porque siempre pedía cruz y siempre salía cruz. Algunos decían que tenía un don divino incomprensible. Otros, los que más, que Borja era el niño preferido de la señora directora, única religiosa que quedaba ya en aquel centro de enseñanza concertado de monjas, donde solo daban clase profesores eventuales y malhumorados, puesto que los que tenían su plaza fija en aquel centro, o estaban de baja por estrés o estaban liberados para poder acudir a clases de euskera. ¿O eran clases de arameo? En esta parte, la verdad, sí que me lio siempre un poco, pero creo que es un dato que carece de importancia. Arameo o euskera... euskera o arameo... ya no sé cuál es más antiguo de los dos.
Un buen día, siendo aún adolescente, a Borja Mari le dio por no afeitarse y por dejarse el pelo largo. Muy largo. Una mañana de aquellas, tuvo un par de llamadas a su iPhone de un tipo que le dijo ser el mánager de los Judas Priest, explicándole este que necesitaban un nuevo batería para el grupo, ya que el de la banda se había ido de gira con Pablo Alborán, pero Borja Mari no quiso saber nada, además, que ni sabía tocar la batería, que ni mucho menos era heavy, que todo lo que se llamase Judas, le daba yuyu, y que a ese grupo, qué coño, no lo conocía de nada, aunque sí que conocía al Alborán, puesto que sus canciones le ayudaban a dormir. Fue por entonces cuando, agobiado de la gente, se juntó con los colegas del tío aquel de lo de <<y el plus pal salón>>, a los que conoció de compras en un outlet en Medina de Pomar, y tras docena y media de petas y algún que otro chino, empezó a decir que era el hijo del padre. O el hijo y el padre. O el hijo, el padre y una gaviota. Y no se qué de una tal Trinidad. O Santa Trinidad. O algo así, que yo aquí también me lié y decidí no hacer preguntas. Si total, nadie me hubiese sabido responder y los crédulos y fanáticos hubiesen empezado a pegarme otra vez la tabarra con el rollo de la Fe. Como con lo de la montaña. Pero como era evidente, a Borja Mari nadie le creyó. Ni siquiera Doña Angustias, la directora religiosa del colegio que, <<angustiada>>, llamó una tarde a Emilio y a Sara y les citó para una tutoría; les dijo que tenían que hablar, que su hijo debía ingresar en un psiquiátrico cuanto antes, ya que se creía un ser único, divino y superior. Qué iba de Dios. Y le encerraron. Vaya que si le encerraron. Camisa de fuerza, habitación blanca y acolchada, ventanas con candados, canciones de Alex Ubago, Kenny G y demás cosas que uno relaciona con la locura.
Años después, le dieron por sanado. Una buena terapia y docenas de miles de millones de ansiolíticos, juanolas y antidepresivos, le ayudaron hasta tal punto, que le hicieron olvidar el mensaje que supuestamente tenía que darnos a toda la humanidad, algo del estilo a "amaros los unos a los otros y follar todo que podais, pero nunca más de una vez al mes" . Y volvió a su casa con su adorable familia.
Tras doce o trece millones de Curriculums en los que mintió como miente un ministro del interior, llegando a poner incluso que había acabado teología a distancia por el CCC y que había trabajado de asesor comercial en el Vaticano Bank, del cual tenía hasta tarjeta black, encontró un trabajo de dependiente en el grupo Inditex. Y una tarde, jornada de huelga en el comercio, luchando por sus derechos, por no abrir los domingos y festivos y por mejorar la mierda de convenio que tenían, fue detenido por la policía, acusado de romper escaparates arrojando arquetas. Creo que era por Semana Santa o así, aunque esta semana, creo también, que tampoco existía aún como tal. La Semana Santa vendría tiempo después. Su encargada de zona, al reconocerle rompiendo los escaparates, gritó: -que la detengan, que la detengan, que es una mentirosa... -. No no, calla, que me he liado. Empiezo. Su encargada de zona, al reconocerle rompiendo los cristales, gritó: -que lo crucifiquen! que lo crucifiquen!-, aunque, como todo el mundo que trabaja en el grupo Inditex, sabía que aquella mujer era demasiado malvada, una completa comepollas y bastante hija de puta (creo que se lo piden como requisito en el grupo para ocupar el cargo), nadie le hizo caso y Borja Mari solo se comió varios días de interrogatorio en un sucio calabozo lleno de tierra y paja que parecía más bien una cueva. La primera noche de calabozo, a Borja Mari le permitieron hacer una llamada, por lo que optó por llamar a Emilio, su padre, quien era sindicalista, de Comisiones Obreras creo, que además estaba liberado, y mirando Borja Mari muy serio hacia el techo, le dijo: -padre, ¿porqué me has abandonado?- Su padre no contestó. Estaba mirando los papeles de un ERE muy donado que había ocurrido en Andalucía.
A Emilio le soltaron al tercer día, sin ni siquiera tener que declarar en el juzgado, puesto que el juez pasaba unos días de vacaciones de semana santa en la casa de la costa de una tonadillera muy famosa, en compensación por una sentencia muy comentada en televisión, que le había librado del talego también. Lo primero que hizo Borja Mari al abandonar el calabozo, fue ir al Reynolds, el bar de Mauricio Colmenero, a desayunar. Allí se pidió un orujo con ginebra y el camarero, un extraño coreano gordito y con melena, le dijo: - coño, Borja, si esto resucita a un muerto! - . - Por eso, machupichu, por eso - respondió Borja Mari, -porque resucita a un muerto- añadió, mientras apuraba su orujo, pálido como un cadaver; orujo que le dio color y que le dio por cantar un: “Tiri tiri tiri!”.
Tras desayunar, se dirigió a la oficina central de Comisiones Obreras, donde estaba su padre estudiando el caso de un compañero de trabajo despedido de forma improcedente, y se sentó frente a él, momento en el que su padre le dijo: -no hijo no, no te sientes ahí; no te sientes frente a mi; siéntate aquí, siéntate a mi derecha-. - Papá, ahí fuera están todos locos-. - Lo sé hijo mío, lo sé. Tú y yo teníamos que haber nacido dos mil y pico años antes-. - Dos mil años antes dices... Virgen Maria y José, dos mil años antes...
Del resto poco puedo decirles, pues no se más. Algunos hablan de apropiación indebida de derechos de imagen de Borja Mari, por parte de unos extraños señores con sotanas que huelen, misteriosamente, a muerto. Otros hablan de inquisiciones disfrazadas de santas, dictaduras, cruzadas, apoyos a dictadores, abusos de menores, creación de un extraño y pequeño estado dentro de otro estado y con más poder que todo el resto de estados juntos, dinero negro, muy muy negro, más negro que el carbón, corruptelas y demás, pero como de eso no hay nada demostrado, no nos lo podemos creer. Eso sí, de todo lo demás, aunque tampoco pueda demostrarse, hay que tener Fe ciega en ello. La misma fe que mueve esas montañas que en realidad nunca se mueven y por eso seguimos cavando túneles. Porque la Fe... la Fe... la Fe... joder, que la Fe es una puta broma, joder. Que tener Fe, es como crees en los X-Man.
En fin... Hoy, Borja Mari celebra otra vez su cumpleaños y está de baja, otra vez por depresión. Psiquiatras, psicólogos, pirulas... pero los peces beben en el río, en la puerta de mi casa voy a poner un petardo y campanas de Belén...
En fin… que les cuento esto por desahogarme un poco. Hoy será una noche rara. Otra de esas llamadas “buenas”, en las que no estaré con mis hijos. Y eso, créanme, aunque uno no crea en la navidad, duele.
Para todo lo demás: Feliz naVIDAd.
(Salva Belver)
Original: 2010. Modificado: 2023
(No os puedo querer, porque dicen por ahí, y es ya una tradición, que yo no creo en el amor, pero quizás algo de aprecio sí que os tenga).
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martes, 21 de diciembre de 2010

Una de ascensores



Un cartel en los accesos de cada planta recuerda las prioridades. Ancianos o personas con limitaciones, sillas de ruedas y carritos de bebé. Tonto el que no lo entienda, vamos. Un servidor, acompañado de uno de estos carritos de bebé en el que descansa mi pequeño tesoro con forma de niño, aprieta el botón de bajada y espera al ascensor. Hablemos de cualquier centro comercial de esos donde uno acude en masa a dejarse los cuartos por culpa del sistema y de la puta comodidad, para que cuatro mierdas con más talegos que todos sus potenciales clientes sigan haciendo caja a destajo a la vez que lloran por culpa de una crisis inventada que en realidd no va con ellos. Aunque también podría aplicarse al ascensor aquel que me lleva a las profundas entrañas del metro de mi ciudad. Única forma de acceder muchas veces cuando uno acude con semejantes artilugios o limitaciones a uno de estos lugares.

Junto al mismo que ahora escribe, cuatro adolescentes con cara de pajilleros y tres fulanas de mediana edad emperifolladas hasta la médula, cargando con una decena de bolsas llenas de trapos o lo que sea, hacen lo propio. Esperar al ascensor. Mientras, tampoco está de más decirlo, las fulanas ponen a caer de un guindo a una cuarta que no está. Típico entre mujeres. Pero no me llamen machista, que no lo soy. Si acaso un tanto realista. Y llega el ascensor. Se abren las puertas y a pesar de que se apea una pareja aparentemente sana y con buena pinta, el trasto va hasta las patas, por lo que ni los pajilleros, ni las fulanas, ni mucho menos el menda con su carrito, hacemos el mínimo esfuerzo por entrar. Aunque antes de cerrarse las puertas para seguir su breve viaje entre plantas, tengo tiempo para observar que aparte de otro carrito de bebé, el aparato va ocupado por gente de lo más normal. De la que podría subir y bajar por las escaleras sin aprieto alguno. Que encima las de ese centro comercial son mecánicas y el esfuerzo sería mínimo, excepto para salvar el medio metro que uno ha de caminar entre plantas para hacer la tan dura tarea del transbordo entre escalera y escalera. Pobres...

Vuelvo a apretar el botón de bajada. El de la flechita hacia abajo. Porque estas máquinas tienen memoria, son inteligentes y todo lo que nos vendan, pero no son tan listas como para saber que todos, pajilleros, divinas de la muerte y el que narra, nos hemos quedado con las ganas de subir al ascensor en aquel rellano. Junto a los baños de la cuarta planta del centro comercial. Con el inconveniente de que a cada rato, va llegando gente y más gente. Y como siempre, sucede que hay alguno más tonto que otro, porque al final aparece aquel tonto a las tres que aprieta botones a destajo. El de subir y el de bajar. Y porque no hay más. En realidad el membrillo lo que quiere es bajar, pero no se qué cojones tendrán esos botones, que siempre hay alguien que tiene que meter el dedo e iluminarlo todo. Total, que al momento abre sus puertas otro ascensor, pero no baja. Sube. Y encima, aunque poco nos importa esta vez, va lleno también. Eso sí, ni una silla.

Sigue acumulándose gente y a uno se le infla la vena y le entran ganas de meter fuego a la mierda de centro comercial con todos sus accionistas dentro, pero con la silla de mi niño a cuestas me iba a resultar complicado escapar de allí, por lo que desisto y mi mente vuelve a la realidad. Y además, qué coño, que ladro mucho, pero tampoco soy tan malo. Y ahí que llega por fin otro ascensor. Esta vez baja, pero de nuevo hasta las cartolas de gente. Más pajilleros. Niñas de las que seguro gritan y lloran con Justin Bieber o con Take That. Un par de señoras con su abrigo en la mano y un señor de traje, que no sé porqué, me da que trabaja allí, pues huele a vendedor brasas a comisión que jode. Pero queda hueco. Poco, pero algo queda. Los cuatro adolescentes no hacen ni el amago, pero las tres payasas que no han dejado de criticar a la Josefa -ya la han nombrado siete u ocho veces-, corren para entrar. -Me cago en los rizos de David Bisbal! Ostias, que yo he llegado primero- suelto de mala ostia, pero las muy perras ni se inmutan. Se acomodan dentro y siguen a lo suyo. Bla, bla, bla y tal y tal. En estas cojo yo con el carrito de mi nene y sin pensármelo ni un segundo, arranco picando rueda y casi de trompo me meto dentro. Aplasto bolsas y barrigas, golpeo espinillas con la silla, blasfemo en ruso y en arameo y tenemos la fiesta en paz porque nadie dice nada. Mi cara de perro mal domado ya lo dice todo. Las gilipollas de las bolsas dejan de hablar de Josefa, la cuarta que no está y de repente me miran y parecen regresar a la realidad, aunque seguro que las muy hijas de puta encima se piensan que yo soy un sinvergüenza. Y solo una de aquellas señoras que ya venía en el ascensor abrigo en mano, se aprieta un poco y se atreve a decir lo que yo ya he dicho antes: -la verdad es que somos la leche, porque nosotros tenemos las escaleras, que encima son mecánicas-. Yo sonrío y le añado: -el pan nuestro de cada día, señora. El pan nuestro de cada día-.

La guinda del pastel la ponen otros al llegar a la planta baja. Otros dos carritos con niños esperan para subir. No había acabado yo de sacar mi silla, cuando el ascensor ya estaba lleno de gente otra vez. Y la historia va y se repite, pero con otros protagonistas. Aquellos de las sillas se encabronan y vuelta a empezar. Me dieron ganas de meter baza, pero iba demasiado quemado y aquella en realidad no era ya mi guerra, así decidí seguir mi camino balbuceando de nuevo, eso sí: -el pan nuestro de cada día-. Y es que además de vagos, sinvergüenzas.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Famosillos, alcahuetas y otros derechos laborales



Que sea yo un defensor de los derechos laborales de la clase trabajadora, no es ningún secreto para nadie que me conozca al menos un poquito. Soy consciente además de que para tener muchas de las cosas que hoy tenemos a nivel laboral, otras generaciones lucharon lo suyo, a base de huelgas, encierros, pataletas, protestas varias y demás. Y aunque algún cantamañanas inorpotuno critique a menudo el trabajo sindical, gracias a ellos, nuestros derechos son algo más numerosos que hace quince, veinte o treinta años. Y el que lo dude, lo siento por su completa ignorancia. Aunque, y como en todo, no pongo en duda que hasta en los sindicatos más serios y peleones haya, no uno, si no mil garbanzos negros. Osea, completos miserables de mierda.

Por ello y por ser ejemplo a diario de nuestra televisiva sociedad, me molestan, y qué coño, me tocan ampliamente las pelotas, detalles puntuales de famosos o famosillos, alcahuetes o alcahuetillos, como el presentador de ese absurdo y patético programa bautizado como "Sálvame", el cual tras un accidente, aparece al día siguiente trabajando, o mejor dicho, dando la brasa y presentando su programa con un brazo escayolado a la birulé. Unos días más tarde, el mismo presentador aparece en su estúpido programa luciendo un aparatoso armatroste metálico del que salían media docena de varillas desde las mismísimas entrañas de las carnes de su brazo, cuando donde tenía que estar el susodicho, era descansando es su puta casa y con una baja médica laboral por su estado. Como hubiese hecho cualquier trabajador.

También me sacan de quicio aquellas mari marujonas, parásitos de la cutrevisión más hortera de todos los tiempos, tipo Carmen Alcaide o Marta López (ex Gran Hermano), las cuales lucieron embarazo colaborando o presentando abobinables programas hasta casi dar a luz. Que algún día acabaremos viendo a alguna gilipollas de estas pariendo sobre su mesa de charla-coloquio barato o bailando como las sin sentido esas del "vuélveme loca". Que me quedé de piedra encima cuando el otro día me enteré de que lo dirige una gachí que conozco personalmente, aunque de eso van ya muchos años y ni ganas de presumir de hazaña. No por ella, que parecía buena gente, sino por el programa. Y después, no contentas solo con casi parir en directo mientras nos nos torturan con títeres y abogados prófugos de una dudosa justicia, las sinvergüenzas estas vuelven a su puesto de trabajo a los pocos días de haber dado a luz, cuando donde deberían estar es compartiendo esos primeros ratos con sus retoños. Como cualquier madre a la que flaco favor hacen, por cierto, con dicha actitud.

Mención aparte tienen todos aquellos amagos de fósiles, sirva como ejemplo una tal Carmen Sevilla, la cual debe de rozar ya el siglo y pico de vida, que deberían de estar jubilados hace años, torrándose al sol de Benidorm, Ibiza o Salou, disfrutando del calor de sus nietos o paseando su garbo desgarbado allá por donde les plazca, pero dejando sobre todo, y esto es lo más importante, esos puestos de trabajo para gente más joven y capacitada.

Total, que tantos años de lucha sindical y tanta maraña, para que vengan toda esta recua de famosos y famosillos y se salten los derechos de los hombres y mujeres por el forro de las pelotas.

lunes, 13 de diciembre de 2010

El curioso caso de Ibai



Ibai. Cuatro añitos. Demasiado joven para entender esto de la vida. Y demasiado pronto, como no, para saber de errores médicos y humanos.

Ibai. Cuatro añitos. Una revisión cotidiana con su pediatra. Un bulto en un costado. Una primera valoración por especialistas. Una delicada decisión. Un quirófano. Una intervención. Misión sencilla para quien vive de abrir y cerrar a humanos. Extirpamiento de un cuerpo extraño. Cuerpo consistente en un feto. Un nonato. Su hermanito no nacido. Desde hace cuatro años, sin saberlo ni él ni nadie, le acompaña y va creciendo. Extraño, pero real. Como la vida misma.

Ibai. Un niño. Feliz como tantos. Ya va al cole. Y canta. Rie. Grita. Llora. Juega. Y adora los columpios. O eso me imagino yo. Tras ser operado, surgen las inesperadas complicaciones. Un error. Un accidente quirúrjico. Un despiste. Una negligencia... Una putada. Que más da como se le llame cuando el daño ya está hecho.

Ibai. Cuatro añitos. Urge su traslado a otro centro de Madrid. Una ambulancia medicalizada se ocupa de ello. Toda mi vida escuchando a los que nunca voto que aquí tenemos la mejor sanidad del mundo y cuando vienen mal dadas, quien no acaba en Boston, acaba en Madrid. Otros con menos suerte, en sitios peores aun más fríos.

Ibai. Tan pequeño, que aun no sabe qué son los impuestos. Ni el trabajo. Ni el dinero. Ni un amigo de los de verdad. Tampoco sabe apenas nada de los palos de la vida. Ni conoce el amor, salvo aquel que a diario le profesan sus aitas y sus aitites. Desconoce que algún día puede que también él tenga hijos. Y los querrá con locura. Como ahora le quieren a él. Tan pequeño y poca cosa para todo y sin embargo está a la espera de un trasplante multiorgánico. Hígado. Páncreas. Intestino. Bazo... Un descuido al no unirle una arteria en la intervención, hizo que no le llegase oxígeno a sus órganos.

Ibai. Cuatro años. Un milagro hace que de la noche a la mañana, sus pequeños órganos comiencen a funcionar. Nadie se lo explica. Los médicos, dice la prensa, tampoco. Porque yo todo lo que cuento, lo saco de la prensa. Ni si quiera le conozco, pero eso poco importa. Sale del "nivel 0" de la lista de espera. El nivel más alto. Máxima prioridad. Solo es un niño. Y para ser trasplantado, otro niño ha de... (...)

Ibai. De Zaratamo. Cuatro años. Cuatro añitos. Hoy he leido que sus órganos han comenzado a funcionar. La misma arteria que mantuvo durante estos años a su hermanito en forma de feto en su costado, ha sido la que le ha hecho llegar el oxígeno que le faltaba a sus propios órganos.

Ibai. Cuatro añitos. No estaba solo. Tenía un hermanito que en el peor momento, quiso ayudarle. Aun no sabe nada de la vida y ya ha conseguido darnos a todos una lección de supervivencia. De lucha. Y de que los milagros existen. A veces la naturaleza demuestra más bondades que nosotros, los de carne y hueso. Los que nos creemos invencibles.

Ibai. Aun es pronto para alegrías, pero seguro que todo sale bien. Te lo mereces. Y tú puedes con todo. Nadie lo pone en duda. Estaremos pendientes.
 
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Esta entrada tiene solo la misión de informar y de dar a conocer el caso de Ibai Uriarte. La fotografía del niño que aparece en esta entrada ha sido sacada de la prensa digital(El Correo, Deia, Eitb) así como parte de la información. Gracias también a Ana (Sorgi Beltza) por tenerme informado.


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Un día después de hacer pública esta entrada, las noticias no se antojaron alegres. Tras una intervención a Ibai en el hospital de La Paz de Madrid para comprobar el alcance de las lesiones, confirmaron que había que trasplantarle al menos cuatro órganos, por lo que de nuevo entró en lista de espera dentro del Nivel 0. El de Máxima Prioridad Nacional.

El día 29 de diciembre de 2010, Ibai fue trasplantado de los cinco órganos que finalmente necesitaba.

El día 15 de Abril de 2011, Ibai abandonaba el hospital de La Paz y regresaba a su casa de Zarátamo, en Bizkaia. Todo ha salido bien. No obstante, los trasplantes de órganos son un tratamiento, no una cura definitiva. Ahora deberá medicarse día tras día.

El 24 de Julio, cosas del azar, me encontré en un centro comercial con Ibai, con su hermano y con sus aitas, con los que tuve el gusto de charlar unos minutos y los que me hicieron saber que todo iba muy bien. A mediados de agosto volverían a Madrid para realizar una revisión, pero el estado anímico en general parecía bueno. Y pude ver a Ibai corriendo, jugando, riendo y escapando de su madre, la cual le preseguía con la merienda por el centro comercial. Como todos los niños. Y aunque esta era la primera vez en mi vida que yo veía a Ibai personalmente, sentí una emoción imposible de explicar.