miércoles, 12 de julio de 2017

Mi Dios




¿Creo en Dios o no creo en Dios? Buena pregunta. ¿Existe, o no existe Dios? Antes sé fijo que creía. Hace años, muchos años ya. Sabía que existía. Cuando me confirmé, allá por el 91. O cuando tomé la decisión de confirmarme, allá por el 86. Cuando acudía a la iglesia a menudo y escuchaba atentamente las lecturas que allí me ofrecían. Fue el propio hombre, bicho ruin donde los haya, quien, con sus estupideces y sus delirios de grandeza, iglesia católica incluida, como no, consiguieron ponerme a dudar. Porque creer, sigo creyendo, pero a mi manera. Porque mi Dios no es como el que ellos me quieren vender. No es como el que ellos me pintan a diario. Mi Dios no da miedo, ni siquiera lo pretende. Mi Dios no castiga al que se equivoca o hace algo mal, ni tampoco al que duda, porque dudar es de sabios y afirmar o negar, de ignorantes. Mi Dios no asusta, ni abandona en el limbo a un bebé por el mero hecho de no esté bautizado. Mi Dios no es rencoroso, ni prepotente. Mi Dios no apoya las guerras, ni mucho menos, se sitúa del bando aquel que las provoca. No entiende de patrias ni de banderas. De fascistas, ni de independentistas. Mi Dios no necesita adoración las 24 horas del día, tampoco necesita mis rezos, ni lanza rayos contra quienes no creen en él o incluso blasfeman. Para mi Dios, no existe el pecado. ¿Qué cojones es pecar? ¿Y quien cojones es un cura para confesarme y librarme los pecados que no he cometido? Ese cura es humano, como yo, nació de un polvo como yo, y por las mañanas tiene erecciones, como yo. Mi Dios no está pendiente de mis plegarias. Mi Dios no me escucha cuando le pido que me toque la lotería. Tampoco cuando le digo que no se muera mi amiga, aquella que al final no superó su mierda de cáncer y murió antes de lo previsto. Tampoco me aclaró nunca porqué cojones no me dejó despedirme de mi padre cuando murió, si mi padre sí que creía en él y era tan bueno, que se lo había merecido. Mi Dios no puede atender a 400 millones de ruegos y súplicas al minuto, algunas tan absurdas como que mi novia me quiera toda la vida, que apruebe una oposición sin antes haber estudiado o que no se muera el abuelo; alma cándida, que el abuelo tiene ya 97 años y o se muere, o va a empezar a oler en vida. 

Mi Dios no es el responsable de la curación de tu cáncer. El responsable directo, es el equipo médico que te atendió. Mi Dios no te te ha echado de casa. Han sido los del banco, con la ayuda del gobierno y su injusta justicia de mierda. Mi Dios no quiso que ocurriese aquel accidente en el que murió tu hermano. Fue culpa de aquel hijo de puta, que bebió y se drogó cuando no tenía que haber bebido ni haberse drogado antes de coger su coche. Mi Dios no cultiva ni trafica con drogas. Lo hace el hombre, por dinero, solo por dinero. Y tú hijo se droga por su puta mala cabeza, no por culpa de Dios. Mi Dios acepta a todo el mundo, ya sea homosexual, bisexual, heterosexual, blanco, negro, albino, aceituno, guapo, feo, de izquierdas, de derechas, cocinero, minero, tonto del culo, torpe, hábil, pajillero o prostituta. De lujo o de esquina, una puta es una puta y eso también le da igual.

Mi Dios se avergüenza cada vez que muere un niño. Cada vez que un ataúd blanco es facturado en la tienda de ataúdes. Mi Dios se avergüenza cada vez que se da un paseo por la planta de oncología infantil de cualquier hospital. Cada vez que el hombre empieza una guerra. Cada vez que se fabrica una pistola, aunque sea de juguete. Mi Dios se avergüenza cada vez que un hombre la usa, aunque solo sea para desenfundarla y no para disparar. Cada vez que un hombre sangra por culpa de otro hombre. Mi Dios se avergüenza cada vez que un hombre llora, sea de pena, de rabia o de dolor. Sea este dolor físico o mental. Cada vez que yo estoy triste, deprimido o de bajón, con razón o sin ella. Porque la tristeza o la depresión, ni siquiera Dios sabe por donde agarrarlas. 

Mi Dios no habla de familia. No está casado. No tiene hijos, ni si quiera tiene chica. Tampoco tiene nietos, primos o hermanos. Nunca ha dicho que las familias comiencen por hombre y mujer. Las familias son una simple continuidad de otras familias que se acaban fusionando, de abuelos a padres, de padres a hijos, generación tras generación, en la que todos tienen cabida, independientemente de la orientación sexual, religiosa o política de cada uno. Mi Dios habla de respeto. De profundo respeto a todas las ideologías y géneros, mientras no causen daños a terceros, ni a ellos mismos. La excusa de los “colaterales”, que tanto le gusta al hombre, tampoco le sirve. Y quién moralmente no lo acepte, tiene un serio problema, dice mi Dios, psicológico, de autoestima, inferioridad, arrogancia e intolerancia. Porque a veces, sucede que quienes más dicen adorarle, son quienes más pecan de intolerancia con sus aires de grandeza y quienes más pasivos y dudosos se muestran con él, son aquellos que mejor siguen sus pasos, marcados por una bondad que no conoce límites. Conozco cristianos de misa diaria más malos que la tiña. Y ateos que se desviven porque su en su entorno solo se respire felicidad. 

Y estoy en mi derecho. Sé de Dios tanto como ellos. Que no vayan de listos, que a algunos se les da muy bien. Yo nunca le he visto. Ellos tampoco. Ellos dicen que hablan con él a menudo. Yo hablo con él mucho más que todos ellos, casi todos los días. Y sabe que tengo mis dudas, porque yo se lo cuento. Que no sé si creo o no creo, pero que no es culpa suya, que es culpa del hombre y sus cuentos. Le he dicho que la iglesia como tal, es una gran mentira, una estafa, un negocio y que viven gracias al miedo y a la ignorancia. Y Dios no me lo ha afirmado, pero tampoco me lo ha negado. Solo me ha sonreído, como quien sonríe a un niño que pregunta sobre sexo antes de tiempo y no sabes qué responderle, porque aún no está preparado para la verdad, pero sabes que no va mal encaminado.

Y en una de aquellas charlas con Dios, una tarde me dijo: - mira Salva, da igual que creas o que no. Da igual lo que reces e incluso que no reces. Tú sé buena persona y ayuda en todo lo que puedas a los demás. Nadie te agradecerá nunca nada, tus iguales son así, ásperos, desagradecidos, egoístas, pero tampoco buscarás nunca tú ese agradecimiento. Y sobre la iglesia, ay sobre la iglesia... si yo te contara sobre la iglesia, amigo Salva, ay si yo te contara... Pero eso mejor otro día. 

Adiós, amigo Dios, adiós, le dije. Y se marchó. Pero sé que volverá pronto para hablar conmigo de nuevo, porque sabe que mis conversaciones con él son sinceras. Me recuerda un poco a cuando hacía la mili. Conmigo, en el cuartel, estaba Iñigo Larrainzar, un jugador de fútbol, entonces del Osasuna, que más tarde jugó en el Athletic. Todos querían ser amigo suyo y todos le doraban la píldora. Yo también me juntaba mucho con él. Y una tarde me dijo: “con el único que me encuentro a gusto, es contigo, tío, porque como no te gusta el fútbol, sé que no estas conmigo por interés, pero de todos estos, no me fío de ninguno”. Pues con Dios me pasa parecido. Como yo no le hago la pelota, le gusta charlar conmigo. Y no veáis la de cosas que me cuenta de vosotros, qué vais de cristianos y no sabéis ni lo que es... 

En fin, que si un día me necesitas, que me llames, que Dios me dijo, eso sí, ayuda a quien lo necesite, que en el fondo, creáis o no, todos estáis demasiado solos. Hasta los que presumen de que no. 


(Salva Belver. Julio 2017)