Día
1. Lunes. Te levantas, gracias al "tirorí" de tu
despertador, a las 7:30 de la mañana, te das una ducha rápida, más
por despejarte que por aseo puro y duro y acto seguido, despiertas y
preparas a los niños, para llevarles, después de pelearte con ellos
para que desayunen y se vistan, al colegio. Genial, que se piensan
muchos, porque tienes todo el día libre después y puedes hacer todo
aquello que te dé la gana. Elementalmente, este primer día de la
semana, desayunas a las 7:45, comes sobre las 14:00 y cenas a las
21:00, más o menos, como cualquier persona normal que lleve una vida
ordenada y normalizada. A las 21:50 sales de casa, porque a las 22:30
comienza tu jornada de trabajo. Sobre las 2 de la mañana, haces una
parada técnica de entre 15 y 20 minutos, dependiendo del día y de la carga de trabajo, y en esa primera jornada de la semana recién
empezada, como ya has cenado en casa a las 21.00, te tomas simplemente un
tentempié. A veces un café de ese horroso de máquina, a veces unas galletas. O unas patatas
fritas de bolsa. Cualquier cosa vale para que no te dé el bajón.
Llegas a casa sobre las 6:30 de la mañana. En mi caso, por una serie
de problemas estomacales un tanto serios, no puedo comer ni tomar
absolutamente nada, entre dos y tres horas antes de acostarme, así que, no puedo
siquiera disfrutar de ese vasito de Cola Cao, ni frío, ni caliente,
que muchos se toman antes de acostarse. Haces tiempo en casa, o bien
viendo la tele, escuchando musica o leyendo un libro, hasta que se
levantan los niños, a las 7:30, y una vez preparados para ir de
nuevo al cole, que hoy tú no les llevas, te acuestas. Son, aproximadamente, las 8:30 de la
mañana. Llevas despierto más de 24 horas. Con suerte, no tardarás
mucho en dormirte. Aunque, como estás extremadamente cansado, puede
costarte mucho más de lo que en principio habías pensado.
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Día
2. Te levantas sobre las 3 de la tarde. Has dormido regular. A las 10
de la mañana, un coche tocaba el claxon. Te supones que estaría
aparcado, querría salir y tenía a un gilipollas aparcado en doble
fila. Te ha despertado. Te cuesta un rato, pero acabas cogiendo el
sueño otra vez. Sumando todo, has dormido unas seis horas. Poco, la
verdad, para alguien que estaba acostumbrado a dormir en otros tiempos, una media de
ocho. Desayunas. Sí, aunque son las 3 de la tarde, no comes, no.
Desayunas. Porque recién levantado, a nadie o a casi nadie, le
apetece meterse unas alubias, ni unos macarrones, ni un filete, ni
tampoco una lubina. A mí al menos, no. Me entra un café y poco más.
Tienes la tarde libre. Genial. Comes sobre las 8 de la tarde. Aunque
no entras a trabajar hasta las 22:30, tienes que comer un buen rato
antes. ¿Porqué tan pronto? ¿Porqué a las 8? Sencillo: porque la
cena, la haces luego, en el trabajo, en mi caso, sobre las 2 de la
mañana. Y si comes más tarde de las 20:00, apenas dejarías tiempo
entre la comida y la cena. La cena, que como ya he dicho, la haces en
el trabajo, es una cena rápida, generalmente, a base de bocadillos.
Poco sana, la verdad. Regresas de nuevo a casa a las 6:30 de la
mañana. Vuelves a hacer tiempo, entretenido con la tele o con algún
libro, levantas y preparas a los niños, y te metes de nuevo en la
cama. Son las 8:30. De nuevo, te cuesta dormir. Estás agotado.
Encima, hoy has discutido con tu encargado. Nada serio, pero lo
suficiente para que ahora, con el silencia de las persianas bajadas,
te comas el coco y te cueste dormir. A las 11 de la mañana suena el
teléfono. Te despiertas y contestas. - ¿Sí?-. Es del ambulatorio,
que te citan para esa prueba que estabas esperando desde hacía un
par de meses. La cita, es este viernes a las 11:20 de la mañana. Te
cuesta volverte a dormir. En parte, porque te has desvelado, y en
parte, porque la prueba esa te hace pensar. ¿Estará todo bien?
Cuando por fin parace que te quedas dormido, suena el portero
automático. Es el cartero. No hay carta para ti, pero como sabe que
en este piso siempre hay gente, siempre toca tu puto timbre. Ahora ya
no vuelves a dormirte, aunque te pasas algo más de 2 horas
intentándolo, dando vueltas y vueltas en la cama. Cualquier ruido
del exterior, te altera. Porque es de día. Y el mundo está en
movimiento. Sirenas lejanas de ambulancias o coches de policía. El ruido de un camión. La máquina
barredora del ayuntamiento que limpia tu calle. El camión que recoge
los vidrios. Otro claxon. El helicóptero ambulancia, que sobrevuela
tu casa porque vives no muy lejos del hospital. El perro del vecino
del primero, que no deja de ladrar. Más sirenas. Gritos de niños en
la calle. Más perros que no son de tu vecino el del primero...
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Día
3: Te levantas a las 3 de la tarde, aunque las últimas dos horas te
las ha pasado despierto dando vueltas y más vueltas en la cama. No
has dormido ni 4 horas. Estás agotado. Desayunas. Recoges a los
niños del cole y mientras ellos ven la tele y hacen algunos deberes,
tú te acuestas un rato y tratas de dormir un poco. Son las 7 de la
tarde. No es fácil conciliar el sueño a esas
horas. A las 20:00 te levantas y comes. Has conseguido dormir 15
minutos. Te levantas peor que cuando te acostaste. A las 22:30 entras
a trabajar otra vez. Estás agotado. No rindes lo suficiente. No
puedes ni con los pies. Pero a tu encargado no le valen las excusas.
Al fin y al cabo, él es otra víctima del turno de noche y está
igual de jodido que tú, aunque no se le note. A las 2 de la mañana
cenas, otra vez un bocadillo, en el trabajo. A las 6:30 llegas de
nuevo a casa. A las 8:30 te metes en la cama después de haber dejado
a los niños en orden. A las 9:10, con suerte, consigues dormirte. A
las 12:20 te despierta el ruido de un taladro. Es el vecino de
arriba. Para él, las 12 del mediodía es una hora normal para hacer
un simple agujero y colgar un cuadro. Tú, de buena gana, le colgabas
a él de las pelotas. No consigues volver a dormirte. Has dormido
solo 3 horas. Tu cabeza está a punto de explotar.
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Dia
4: te levantas de la cama a la una y pico del mediodía, porque no
has conseguido volver a dormirte después del ruido del puto taladro
y llevas una hora dando vueltas y vueltas. El día promete, porque ya
estás de mala hostia desde primera hora. Desayunas. Te tumbas un
rato. Te quedas traspuesto. Poca cosa. Veinte minutos, no más. Lo
suficiente para levantarte con un fuerte dolor de cabeza que vas a
arrastrar todo el puto día, que sumado a tu mala hostia, se
convierte en una verdadera bomba de relojería que tarde o temprano,
terminará por explotar. Vas al cole a recoger a los niños. A la
vuelta, te vuelves a quedar traspuesto en el sofá. Otros veinte
minutos que, en realidad, necesitabas casi como el respirar. Cuando
te despiertas, no sabes si es de día, si es de noche, si tienes que
ir a trabajar, a buscar a los niños al cole, a comer, a cenar, a merendar, a desayunar, al
monte, a la playa, a misa de 12... a por agua con el cántaro a la
fuente... a matar a media docena de hijos de puta sueltos por ahi... Cuando por fin reaccionas, ves que son las 8 de la tarde.
Sigues con el mismo puto dolor de cabeza y con la misma mala hostia que está
mañana. Tu estado de humor es ese al que llaman "de perros".
Y claro, lo pagas con todos los que te rodean. Con tus hijos, con tu
mujer, con tu madre, que te llama para ver qué tal el día y la
pones a caldo sin razón. Con tus amigos. Con tus propios compañeros de trabajo. Todo te parece mal. Tienes la sensación de
que el mundo entero se ha puesto en tu contra. Discutes con tu esposa porque... porque... por lo que sea, qué más da?. Comes. Porque ya
lo he dicho antes, a las 8 de la tarde, comes. Vuelves al trabajo.
Vuelves a cenar en el curro a las 2 de la mañana. Esta vez, para
variar un poco la dieta, toca una ensalada de las preparadas de
supermercado. Parece un menú sano, pero en realidad no lo es. Ningún
producto envasado es sano. Pero estás hasta los huevos de
bocadillos. A las 6:30 de la mañana, llegas a casa. A las 8:30 te
metes en la cama. Antes, tus hijos han conseguido sacarte de tus
casillas un par de veces porque no querían ni desayunar, ni ir al
cole. Te cuesta dormir, sobre todo, porque a las 11:20 tienes la
prueba esa en el ambulatorio para la que te llamaron el otro día y
no te quitas de la cabeza que, siendo ya la hora que es, no vas a
poder dormir ni dos horas. Te duele la cabeza. Te duele el pecho. Te duele todo. Cada vez más.
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Día
5. Viernes. Te levantas a las 10:30 de la mañana. Desayunas. Te vas
nervioso al ambulatorio. Tienes un sueño que te caes. A las 11:20
tienes la prueba. Te llaman a las 12:05. En la sala de espera
parecías un zombie. Un puto zombie de mierda. Los retrasos en la seguridad
social, son el pan nuestro de cada día. - Qué mala caras tienes -,
te dice la enfermera, - es porque trabajo de noche -, le digo.
Cuando llegas a casa, es la una y media del mediodía. Comes algo. Te
acuestas un rato. Te duermes. Poca cosa. Una horita justa. Cuando te
despiertas, son las 3. Te sigue doliendo la cabeza. Sabes que es por
el puto sueño. Estás agotado. Vas a desayunar, pero de repente
recuerdas que hoy ya has desayunado e incluso ya has comido antes de
acostarte. Te tomas un café. Tienes el estómago revuelto. Vas a
buscar a los niños. Meditas sobre si cenar a las 8 de la tarde en
casa, o esperar para hacerlo a las 2 de la mañana en el trabajo, porque hoy ya has desayunado y ya has comido.
Tienes hambre, así que, picas algo. A las 2 de la mañana vuelves a
picar algo más en el curro. Un bocata, que dejas a la mitad. No te
entra nada más. Y el estómago revuelto. Necesitas café, pero a esa
hora ya no te conviene tomar otro, sino luego ya no duermes. La
cabeza te va a explotar. Estás agotado. Vuelves a casa a las 6:30.
Hoy te acuestas antes. Es sábado, los niños no tienen cole y se
levantarán más tarde. Tú a las 7 de la mañana estás ya en la
cama, aunque te cuesta un buen rato dormir. Aun tienes la mente
activada y nada relajada. No hace ni una hora, estaba aun en trabajo.
Nos creémos que cuando estamos muy cansados, nos dormiremos antes, y
la realidad es muy distinta. Cuento más cansado estás, más te cuesta dormir. Los niños se levantan a las 10. Son
dos. Pequeños y revoltosos. Qué coño, son como todos los niños.
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Día
6: Diles tú a dos niños, pequeños y revoltosos, que se estén
calladitos y sin hacer ruido en casa, porque su padre, pobrecito él,
esta durmiendo a deshoras... A las 10:30 ya estás despierto. Los
diálogos de Bob Esponja y de la Patrulla Canina por la tele y varios
gritos infantiles, son los responsables. Has dormido unas 2 horas y
media. Desayunas. Hoy toca jornada con los niños. Son tus hijos. No
te queda otra. El parque, un paseo, las bicis, el patin... Yo también
trabajo los sábados. Y los domingos. Hoy como a las 3 del mediodía,
pico algo a las 8 de la tarde y volveré a picar a las 2 de la
mañana. A las 22:30 empiezo a trabajar. A las 6:30 de la mañana,
entro de nuevo por la puerta de mi casa. Por el camino, me cruzo con
un par de borrachos, viejos conocidos, que se creen que, al igual que
ellos, también vuelves de fiesta. A las 7 estoy por fin en la puta cama. Adoro mi cama. Es
domingo. Se repetirá el plan del sábado. Niños y más niños.
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Día
7: Sobre las 11 estás despierto. El ruido de los niños te ha vuelto
a recordar aquello de "¿porqué cojones tuve hijos?" . De
todas las cosas que se me ocurren en estos momentos, todas ellas son
delito, asique, las descarto. Y además, qué coño, que son mis
hijos y les quiero. Desayunas. Los niños se van a comer a la casa de
los abuelos. Tú te quedas solo en casa y aprovechas para meterte un
rato en la cama. Son casi las 2 de la tarde y no has comido. Tampoco
tienes hambre y prefieres aprovechar este rato para dormir.
Necesitas, si ya no puedes dormir, porque tampoco es tan fácil
hacerlo cuando te apetece, al menos descansar. Te levantas a las 17:00.
Tarde para comer y pronto para cenar, asique, ni lo uno, ni lo otro.
Te tomas un café. Otro. Comes a las 20;00. Vas a currar. Llevas ya siete
días seguidos de curro de noche. Siete días, sí, que se dicen
pronto. Y el cansancio pesa y se acumula. Cenas a las dos de la
mañana. Otro puto bocadillo de mierda. Los antiácidos y los protectores de
estómago, son parte obligada de tu dieta. Tres antiacidos y dos protectores cada día. Los
protectores, uno antes del desayuno y otro antes de la cena. Los
antiácidos, uno después de cada una de mis tres desordenadas
comidas. Como coño no voy a tener el estómago y el esófago hechos
una puta mierda, con este desorden alimenticio... Vuelves a casa a
las 6:30. Ya es madrugada del lunes. Haces tiempo de nuevo para
levantar a los niños justo una hora más tarde; a las 7:30. Les preparas para
que vayan al cole y te acuestas. O no te acuestas. Y es que, aquí viene el gran
dilema. Ahora libro tres días seguidos. Lunes, martes y miércoles,
aunque bien podría ser miércoles, jueves y viernes, o
domingo, lunes y martes. O en vez de tres días, podría librar
cuatro, o tan solo dos. Eso ya, depende de la semana. Pero al lío. O
mejor dicho, al dilema: tengo varias opciones. Una, que me acueste y
me levante como siempre: si nada me despierta, sobre las 3 de la
tarde, pero a la noche no tendría sueño y me vería obligado
a contar más ovejitas de la cuenta para quedarme dormido,
seguramente, sin conseguirlo. La otra opción, sería acostarme solo
un rato, pero sé, a ciencia cierta, que me levantaré peor y que
tendré dolor de cabeza y mala hostia para todo el puto día. Una
tercera opción, pasa por no acostarme. Así, a las 9 de la noche
estaré muerto de sueño y me dormiré rápido, que luego nunca pasa
por lo que ya he dicho antes, que estás tan cansado, que dormir te
resulta imposible. Pero claro, de esta manera, iniciaría un ciclo
similar al del resto de los mortales, que sería el de dormir de
noche, aunque sólo fuese durante tres días. Los tres que libro.
Pero ese día sin dormir, semana tras semana, después del cansancio
que llevas acumulado, hace que tu primer día libre, se convierta en
un verdadero infierno. Elijas la opción que elijas, esa primera
noche que duermes en casa, te despertarás a las 3 de la mañana
sobresaltado y con el corazón latiéndote a mil, porque sí, porque
lo sé, porque me ha pasado siempre y no sé decir una razón. Y no
soy el único. Esto mismo le pasa a mucha gente que trabaja de noche.
Pasados esos tres días, en los que al final, no has sido capaz de
acostúmbrate a dormir de noche y no has dormido ni una sola del
tirón, vuelves otra vez al inicio de tu semana laboral, al día 1.
Al de levantarte a las 7:30 de la mañana, siendo, por ejemplo,
jueves, para preparar a los niños para ir al cole y meterte en la
cama a las 8:30 de la mañana del día siguiente, tras más de 24
horas despierto, haciendo lo que te da la gana, porque "joder,
qué suerte tienes, cuanto tiempo libre..." y trabajando
tus ocho horas en el puto turno de noche. Y así, día tras día,
semana tras semana. Mes tras mes. Año tras año. Y yo llevo ya
muchos. Demasiados. Repitiendo la misma historia que te acabo de
contar. Sin saber si es de día o es de noche. Sin saber si me toca
desayunar, si comer o si cenar. Con mis antiácidos y mis
protectores. Sin saber si llueve o si hace sol. Frío o calor. Sin
saber si tengo que ir a currar o a dormir. Un año. Y otro. Y otro. Y
al final, te acaba pasando factura. Una factura enorme. En tu salud.
La física y la mental. En tu calidad de vida. En tu familia. En la
relación con tus amigos. En tu estómago, porque cada día
desayunas, comes y cenas a una hora distinta. En tu estado anímico,
porque no duermes, y cuando lo haces, no descansas. Porque la noche
se hizo para dormir. Y al final, acabas como acabas. Volviéndote
loco, encabronado todo el santo día, mandando a la puta mierda al
primero que te lleva la contraria, deseando partirle la boca al subnormal que te ha dicho lo raro que eres, rodeado de psicologos,
psiquiatras y pastillas. Muchas pastillas. Ansiolíticos,
analgésicos, estabiliadores de tu estado emocional, hormonas, hipnóticos, antidepresivos, psicotrópicos, antispcóticos, y la puta madre
que les parió a todos. Y lo sé, es muy fácil decir: "no te
tomes eso, que luego te enganchas y es jodido dejarlo". Pero no,
que va, lo difícil no es eso, lo difícil, es saber qué es lo que
se siente trabajando toda tu puta vida de noche, si nunca has
trabajado ni una sola de todas ellas. Y es que al final, te lo creas
o no, tienes muchas papeletas para terminar tocado realmente del
bolo o para hacer una locura el día menos pensado, porque al final, acabas hasta la puta polla de todo. De todo y de todos.
2 comentarios:
Hola Salva, hacía tiempo que no escribías y me ha dado alegría, alegría que se ha disipado al leerte.
Me has impresionado ¡y mucho! porque aunque siempre he pensado que hay trabajos pesados y difíciles para compaginar con la familia y los amigos, especialmente los nocturnos, nunca imaginé lo sufrido y jodido que es hasta que te he leído.
No sé si te acuerdas de mí, de cuando compartíamos el blog de María (Drea) de "A dos pasos del paraíso"
No puedo aliviarte, ni darte dinero para que lo dejes y te busques otra cosa, pero puedo darte mi apoyo moral y decirte que las cosas se han de decir así, con la crueldad de la realidad por delante.
Ahora paso un mal momento laboral, nada comparado con lo tuyo y me siento más sensible que nunca a todo.
Un beso!
Perdona por no aceptar tu comentario antes. No lo había visto. Gracias por tu comprensión.
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