jueves, 18 de diciembre de 2008

Las monjitas de Illescas y Sor María Isabel




En mi último post publicado hace solo uno días, hacía mención entre otras cosas al gran atracón de Nochebuena. Pues bueno, solo unas horas después de publicar dicho artículo, leí en una gran revista de tirada "semanal", nunca mejor dicho, una entrevista a una tal Sor María Isabel. La verdad es que en mi vida había oído hablar de esa mujer, que al parecer lleva ya unos cuantos libros publicados sobre cocina, pero me llamó la atención lo suficiente como para dedicarle un trocito de mi blog.


En dicha entrevista, Son María Isabel afirmaba que su menú para esta víspera de Navidad será como siempre: cardo con salsita de almendra y una tortilla francesa. Sin más lujos y sin más ostentaciones culinarias. Y no se porqué, pero fíjate que la creo. También dice que la cena del resto del año consiste en verduras y sopa de leche. Siempre lo mismo.


No deseo entrar aquí a valorar o a juzgar a este gremio de mujeres al servicio de una iglesia quizá algo anticuada, pues sin duda es algo que no entiendo ni creo que entenderé jamás, aunque no me cabe la menor duda de que su fe y su amor por Dios está muy encima de mi capacidad de razonamiento. Pero me apetece contar que cuando hace unos años, no muchos, tuve la ocasión de visitar el convento de clausura de Illescas, en la provincia de Toledo, me llevé una impresión imposible de describir. Por un lado, vi a varias personas encerradas entre cuatro paredes, como presas de una sociedad extraña, cumpliendo una dura condena perpetua por algo que jamás cometieron, pero por otro, vi a unas mujeres felices y encantadoras, las cuales desbordaban humildad, infinito amor al prójimo y un espíritu que el resto de mortales deberíamos de envidiar durante toda la vida. Cada monjita nos contó su historia y cada historia era digna de ser escuchada y guardada para siempre en el corazón de quien la escuchaba. Yo así lo hice, aunque cuando salimos de allí para continuar con nuestro viaje hacia Málaga y mientras el resto de vecinos de Illescas parecían ajenos a aquella realidad, no se porqué razón sentí una gran angustia en mi interior. Hoy es el día que al recordar aquel momento y aquellas conversaciones con aquellas buenas mujeres a través de unos fríos y oscuros barrotes, sigo sintiendo aquella misma sensación de angustia. Angustia, un enorme cariño y mucho respeto por ellas. Aunque jamás en la vida creo que las llegue a entender.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En efecto, tu racionalismo radical no te llevará a entender demasiadas cosas en este mundo.

Pide la Fe.

Mundos Azules dijo...

Depende que cosas, mejor no entenderlas nunca. Ni tan siquiera molestarse en poder hacerlo.