domingo, 15 de marzo de 2009

Nerea

La verdad es que tuve mucha suerte al poder hacer el servicio militar al lado de casa. Tan solo pasé un par de meses dentro de un cuartel militar, donde salvo el capitán de la compañía y un par de sargentos bonachones, el resto de los mandos no  fueron más que una cuadrilla de impresentables, sobre todo uno de los más "pringaos" de todos;  mi cabo primero. Un imbécil de reemplazo al que se le subió el papel a la cabeza de tal forma, que fueron muchos los que juraron partirle la boca en cuanto terminase aquella mierda de mili. Pero de ese soplapollas quizá hable en otra ocasión. Hoy me centraré en Nerea.

Una vez terminados aquellos dos meses de instrucción en un cuartel militar cualquiera, pasé a realizar mi servicio como conductor de ambulancias en la Cruz Roja, institución a la que pertenecía dos años antes y a la que aun sigo unido, aunque últimamente apenas le dedique tiempo.

Aquella tarde era una de tantas y a mí me había tocado hacer guardia en el puesto de socorro de un pueblo de Bizkaia llamado Munguía. No era difícil encontrarme de servicio, ya que al ser militar, las guardias que hacíamos eran en turnos de 24 horas, librando luego otras 24. Corría el mes de Noviembre de 1.990. Una tarde de sábado. Un sábado cualquiera. Tranquilo tal vez. El teléfono que teníamos junto a una vieja emisora de radio frecuencia, por donde también recibíamos los avisos desde el centro coordinador llamado "Sos Deiak" sonó y nos dieron una dirección con un mensaje muy claro: una persona joven herida por arma de fuego. Rápidamente subimos a la ambulancia los tres miembros de la dotación que estábamos a la espera de avisos y nos dirigimos al lugar. Cuando hay armas por el medio, uno hace el viaje más tenso, aunque la verdad es que te vas acostumbrando tanto a todo, que aquella no era más que una urgencia como tantas. También se nota más la tensión cuando te diriges hacia un accidente grave de circulación o hacia un atentado recién perpetrado, pero es lo que hay y cuando decidí entrar en ese mundo, ya sabía con lo que me podía encontrar. Solíamos salir a alguna urgencia entre ocho y diez veces diarias. A veces más, sobre todos los fines de semana. A veces menos. Algunas de ellas podrían incluso no ser tan urgentes como para llegar a movilizar a una ambulancia, pero ocurre que el miedo a la muerte y al dolor suele vencer al sentido común.

Cuando llegamos al caserío que nos habían indicado por teléfono, nos encontramos con una chica jovencita tirada en el suelo, consciente, con los ojos bien abiertos y con un disparo de escopeta en el estómago. El tiro había sido fortuito, sin querer y a simple vista tampoco parecía extremadamente grave, pero elementalmente requería el traslado urgente de la muchacha a un hospital.

Se llamaba Nerea y no dejó de hablar con nosotros durante todo el trayecto. Iba estable, pero he de reconocer que fueron veinte minutos de viaje entre luces y sirenas que a mí, al volante de aquel vehículo, se me hicieron eternos. Al mando de una ambulancia esto sucede a menudo. Desde fuera parece que van como locos. Desde dentro parece que no llegas nunca. Pero eso la gente de la calle no lo sabe. Hay quien se piensa que incluso nos divertimos. Como si jugar a vida o muerte fuese divertido. Nerea nos contó que tenía dieciocho años, solo uno menos que yo en aquellos tiempos y que se estaba sacando el carnet de conducir. Ahora, aquel desgraciado accidente le iba a hacer perder tiempo para poder sacárselo cuanto antes y eso la mosqueaba un poco, pero incluso se lo tomaba a broma, llegando en varias ocasiones a reírse con nosotros tumbada en aquella estrecha camilla.

Una vez en las urgencias del hospital, le deseamos la mejor de las suertes y regresamos a nuestra base. Otras llamadas nos volverían a movilizar y había que estar preparado para cualquier cosa cuanto antes. O en "Estado 2", como se denomina internamente al hecho de que la ambulancia esté lista para actuar de nuevo en su base.

No sé qué fue lo que me llevó a telefonear el lunes siguiente al hospital donde la habíamos dejado ingresada, pues era algo que como profesionales no acostumbrábamos a hacer, pero aquella chica nos había dejado preocupados. Por ello, nada más entrar aquella mañana de guardia y tras comentar la historia con mis compañeros, cogí el teléfono y llamé yo mismo al centro hospitalario.

- Hola, llamo de Cruz Roja Munguía, era para preguntar por el estado de Nerea tal y tal, a la que llevamos el otro día en ambulancia con un disparo...

- Pues está en la planta no se qué, habitación no se cuantos... Un momento , que te paso con la planta.

- De acuerdo, gracias... 

Tras unos segundos de espera en los que ya no recuerdo si fueron silenciosos o acompañados de esa típica y absurda musiquita, cogieron el teléfono en la susodicha planta.

- Hospital tal cual, planta no se cuantos, dígame? -

- Si, buenos días, llamo de Cruz Roja Munguía. Era simplemente para preguntar por el estado de Nerea tal y tal, a la que trasladamos en ambulancia el otro día con una herida de arma de fuego. Nos quedamos preocupados y solo queríamos saber si está bien. 

- Pues mira majo, está muy bien y si Nerea quiere, podéis incluso hablar con ella y todo, así que espera un poquito que la pregunto.

- Hostia, genial - pensé yo, aunque en el fondo he de decir que me daba bastante palo hablar con ella, ya que no me esperaba esto y a ver qué cojones le iba a decir yo ahora a esta completa desconocida. Igual se pensaba que yo era un chalado o algo así. Pero qué va; nada más lejos de la realidad. Nerea se alegró un montón por aquella llamada y por nuestro interés. Me dijo que estaba muy bien, aunque aun tendría que estar ingresada varios días. Y se comprometió a que en cuanto estuviese bien y dejase aquella cama de hospital, nos haría una visita por la base de Cruz Roja y nos llevaría una caja de bombones, unos pastelitos o lo que se terciase. Volvió a darme las gracias y quedamos en que un día no lejano volveríamos a vernos. Y lo mejor de todo, el buen cuerpo que se nos quedó a todos al saber que ella estaba bien. Era un alivio.

Un par de semanas después, tomándome un cafecito en la cafetería habitual, que se encontraba a treinta metros escasos del puesto de socorro, le echaba una ojeada al periódico del día. Al llegar a la sección de necrológicas me encontré con una desagradable sorpresa. Era la esquela de Nerea. Había fallecido. No tenía más que dieciocho años. Uno menos que yo. Me quedé helado. Sin voz y sin ganas de seguir leyendo más. Tampoco de seguir tomándome aquel amargo café, que seguramente estaba dulce, pero amargo como pocos me he tomado en la vida. No la conocíamos de nada pero nos había caído bien. Y se estaba sacando el carnet de conducir. Además había prometido hacernos una visita. Y llevarnos pasteles. O bombones. O lo que se terciase. Poco me importaba lo que fuese. Jamás volví a saber nada sobre ella. Ni un "¿como?", ni un "¿porqué?" del tener que irse. Al fin y al cabo daba igual y ni mis compañeros de ambulancia ni yo éramos nadie para aquella dolida familia, así que para qué enredar más de la cuenta... Y después de todo, a uno tampoco le quedan ganas ni de involucrarse más. Recuerdo mi primer curso de primeros auxilios, donde nos dijeron que jamás nos involucrásemos con las desgracias ajenas, que eso solo podría traernos problemas emocionales. - Esta vida es una puta mierda -, fue la frase en la que coincidimos a decir cuando les conté al resto de mis compañeros cual era el motivo de mi cara al regreso del café. No la conocía de nada, pero algo hizo que aquel día me resultase extremadamente duro y aquella tarde no pude evitar que se me cayesen algunas lágrimas por alguien a quien ni siquiera era capaz de ponerle cara.

No la conocía de nada, pero sé que solamente tenía dieciocho años, que aun guardo aquella esquela y que se llamaba Nerea.


Va por ella. 

5 comentarios:

jorgogi dijo...

entre la del maku, la cagada del calatrava y la de hoy, le veo a Ud. un poco oscuro estos dias.

...pero no puedo negar que me ha gustado el relato ;)

1 saludo

Unknown dijo...

Qué triste, de verdad.

CONTRADICTORIA dijo...

hay historias en la vida que son dificiles de olvidar.......
un besazo niño...

Anónimo dijo...

No puedo añadir nada
El recordar este relato, la verdad que entristece.
Un besazo mi niño
Nieves

ilu dijo...

Te entiendo, todos los que hemos trabajado en algo parecido, tenemos una Nerea (o varias) en nuestra vida. Y aunque sabes que es mejor no implicarse, e intentas no hacerlo, hay veces que no puedes evitarlo, la parte buena, es que algunas sí salen bien.