martes, 18 de agosto de 2009

18 y 19 de Agosto en Lober


Hace ya muchos años, probablemente mucho antes de yo nacer, los días 18 y 19 de Julio se celebraban las fiestas en honor a Santa Marina en el pueblo que vio nacer mi padre. Como aquellas fechas pillaban a los lugareños en plena faena de la trilla, un trabajo duro que ya expliqué en este blog hace tiempo, los mismos vecinos decidieron cambiarlas a los mismos días del mes de Septiembre. Yo solo tuve ocasión de disfrutarlas un par de años y aunque era muy pequeño, recuerdo que aquellas fiestas se basaban en una pequeña verbena en la que con dos músicos era más que suficiente. Uno al tamboril y otro al acordeón. Aunque a veces el acordeón era sustituido por una dulzaina.

A mediados de la década de los ochenta, la gente que un día emigró a diferentes lugares de la península en busca de un futuro algo más prometedor y sobre todo los hijos de estos, entre los que podría incluirme, decidieron cambiar aquellas fiestas de Septiembre al mes de Agosto. La idea partía de una lógica aplastante, puesto que en Agosto el pueblo estaba lleno de gente y en Septiembre, para que andar con rodeos: allí no había más que cuatro gatos. Aun así, a muchos vecinos de aquel pueblo no les gustó nada la idea y durante al menos un par de años, creo yo que más bien por una absurda pataleta que por usar la razón, en aquel pueblo se celebraron dos fiestas. Las de Agosto y las de Septiembre. Unas con todos los veraneantes y aquellos vecinos que entendían el cambio. Otras con los cuatro gatos que no querían o no alcanzaban entender. Siempre bajo el punto de vista de quien suscribe. Al final cedió todo el pueblo y quedaron solo las de Agosto, sin tener nunca claro al finalizar un año, si volverían a celebrarse las del siguiente. El presupuesto era bajo y las orquestas caras.

Y desde entonces, cuento como una docena las veces que he podido disfrutar de aquellas fiestas, que aun siendo de lo más pobre que uno se pueda echar a la cara, para mí son de lo mejor. Guardo infinitos recuerdos de muchos dieciochos y diecinueves de Agosto en Lober. De aquellas verbenas que hoy se hacen sobre un pequeño y a veces cutre escenario y ayer se hacían sobre el remolque de un tractor. De las bombas que nos preparábamos a base de mezclar todo el alcohol que había en el mal llamado bar. De las horas y horas de botellón en el pajar de los abuelos de Juanan y Jose Manuel. De los partidos entre solteros y casados, que para un año que me da por pasar de público a jugar, va Gualter y me jode el pie de un patadón. Del buen rollo con algunos de los miembros de las orquestas, especialmente con aquella del 95, Caribú, y su voz cantante, Rosa Eva, con la que mantuve el contacto durante años, hasta que la distancia y el olvido pesó más que el buen rollo. De los enormes pedos que me pillaba con todos aquellos buenos amigos de medio mundo: Valladolid, Vitoria, Madrid, Zamora, Barcelona... Unos de veraneo en Lober. Otros en los alrededores: Gallegos, Tolilla, Flores, Rabanales o Valer. De amaneceres con resaca entre los montones de paja de la era. Y hasta de lo triste y duro que se hacía el día después, cuando todo se había terminado.

Hoy es de nuevo 18 de Agosto y a pesar de que me hubiese gustado, no puedo estar allí, aunque sé de sobra que a día de hoy ya nada sería lo mismo. Pero como leí no hace mucho no recuerdo donde, "la nostalgia es el patrimonio de los adultos".

2 comentarios:

jorgogi dijo...

ah! pues si.
los veranos en el pueblo tienen otro regusto... El pueblo de mis veranos se llama TORAL DE LOS GUZMANES

Jeijo dijo...

Pues yo tengo la suerte de no haberme perdido ni un año (sólo a medias un 19 de agosto de 2002 porque por la mañana me tocaba trabajar..) y espero que siga así.

Es verdad que todo cambia: ya no hay partido de fútbol, ni remolques (porque los han cambiado por camiones que ya no entran en la plaza), ni paja en la era, ni botellones (de lo que me alegro)... Ahora hay merienda-cena el 17, gaiteros, castillos de aire y espuma para los más pequeños (y los que no lo son tanto), campeonato de tute, etc. y lo mejor de todo: un ambiente especial que no se vuelve a respirar en todo el año en Lober.