martes, 17 de noviembre de 2009

Un ratito en la vida de Paloma



Resulta que mi amiga Paloma, que en realidad no es solo amiga, pero eso a nadie le importa, se encontraba mal desde hacía varios días y decidió acercarse al servicio de urgencias de un hospital cualquiera de la Sanidad Pública del País Vasco. O lo que es lo mismo, Osakidetza.

Pasaban solo unos minutos de las tres de la tarde cuando tras identificarse correctamente tras un cristal con un sistema de micrófonos y altavoces, como si se tratase del mismísimo Banco de España y estuviese aquello lleno de millones de euros o de vete tú a saber qué, la invitaron a pasar a una salita de espera abarrotada de gente, quienes la miraban casi hasta sonrientes por saber qué es lo que la pasaba. Y es que la mierda del sistema de micrófonos nunca funciona como dios manda y al final te toca gritarle al administrativo de turno las razones que te han llevado a acudir a Urgencias. Lo de Paloma no resultaba gracioso, aunque la mujer se cagaba literalmente patas abajo, pero imagínate tú las risas de aquellos que hubiesen llegado a la urgencia antes que ella si lo que la pasase fuese un tremendo dolor de huevos aun siendo mujer. O peor aun, que por error se hubiese metido un lapicero por el culo. Que en esta extraña vida de todo te puede pasar y cosas más raras se han visto. Pues toda la sala de espera a partirse de risa en tu jeto.

Entonces Paloma se sienta en uno de aquellos incómodos asientos de plástico y a esperar. Que me imagino yo que el Consejero de Sanidad tendrá un sillón más cómodo, pero para algo es Consejero, qué cojones. Clases las ha habido siempre y como el pueblo les ha votado, tú y yo a callar. Si hasta el facultativo que la atendió cuatro horas después tenía su silloncito de cuero en la consulta. Y mientras, Paloma allí, en aquella mierda de sala, repleta encima de biombos de metro y medio de altura para separar a los supuestos contagiados de gripe A del resto de enfermitos, todos apretaditos. El de al lado que llora. El de enfrente que se queja a grito pelado de su hombro. Y el de más allá que no para de toser. Mira tú que tiene la mencionada gripe esa de laboratorio y al final le sale cara la diarrea a mi buena amiga Paloma.

Tras un sinfín de pruebas que convierten la estancia en aquella puta sala tercermundista en la historia interminable, deciden que hay que ingresarla. Y la ingresan. Primera planta. Habitación ciento y pico. Cinco noches, cuatro pruebas y a su puta casa. Todo está bien. Mejor imposible. Algo de reposo y a correr. En ningún sitio como en tu hogar. A nadie le gusta estar en un hospital. Y menos cuando a veces uno tiene la sensación de estar en una cárcel. Horarios de visita restringidos, dos fulanos por paciente, normas absurdas instauradas por anormales con la coletilla de "jefe de...", y para colmo, pagar por ver la televisión. Manda huevos. Que te cuelgan allí una mierda de tele de marca blanca que no supera los 150 euros y te cascan una pasta por ver canales gratuitos. Total, que en quince días de ingreso te has pagado tú la tele al completo y a partir de ahí, a forrarse algún miserable. Y para que dos pacientes de la misma habitación no puedan aprovecharse de la misma tele sin así pagar dos veces, solo se escucha con auriculares. Cada cama con su tele. Cada tele con su toma. Cada cual que saque sus propias conclusiones.

Paloma deja el hospital y encantada entra en su casa de la mano de su marido, pero las cosas no van bien del todo. Ella está incómoda, peor incluso que antes de ingresar. Al día siguiente una llamada del hospital la informa de que vuelva. Algo no va bien. Tiene que ingresar de nuevo. Quizás hayan encontrado algo. Nunca debieron darla de alta, pero lo hicieron. Ha de volver a la misma planta, pero la burocracia que es más fuerte que el factor humano, hace que Paloma repita pruebas y consulta por urgencias. Y de nuevo aquella ventanilla de micrófonos y altavoces y lo que es peor, cinco horas y pico en la misma sala de espera. Treinta incómodas sillas para doscientos enfermos que esperan a ser atendidos por el residente de turno, que todo sea dicho, será probablemente un jovencito sin apenas experiencia. Decir que aquello era vergonzoso es quedarse corto. Demasiado corto.

Al final tanta espera acaba con su paciencia. Y con la de su marido. Y con la de su madre. Y con la de mi mujer. Y como no, con la mía. De mala ostia, pedimos explicaciones en admisión. Y lo de siempre, que si el protocolo, que si no hay camas, que si el hospital se queda pequeño para tanto enfermo... Pues claro, cojones, ¿como no se va a quedar pequeño si en treinta años no se ha construido ni uno más en toda la provincia? Mejor invertir en ferias de muestras o campos de fútbol donde den patadas a un balón cuatro monos. Si total, la peña tiene que morirse, ¿qué más da con ochenta años que con veinte? La sanidad poco importa. Debe además de dar pocos votos, porque nunca he escuchado a ningún político ni del partido de Pepe ni del partido de Juan hacer campaña en elecciones prometiendo hospitales.

Cuatro gritos y las cosas se agilizan. Aparecen camas donde antes no había. No son las formas, lo sé, pero no hay más remedio. Una enfermera aparentemente comprensiva y agradable nos sugiere poner una queja, pero asiente cuando la respondo que los de arriba con las quejas se limpian el culo. No es del todo cierto, pues el dina 4 es incómodo para dicho menester, pero por ahí van los tiros, las cosas como son.

Veinticuatro horas más tarde, Paloma aterriza en la misma planta donde estuvo hace días y de donde no debió salir hasta estar recuperada del todo. Pero en un hospital a nadie le gusta la palabra "cagada". Lo llaman prevención. Ahora van y la detectan una bacteria peligrosa y la aíslan en una habitación al fondo del pasillo. Lo que nadie dice es el porqué de tal bacteria. ¿No la pillaría aquí el otro día? Los síntomas ahora son distintos y eso desconcierta, pero nadie admite que tú, tonto de la calle, pienses mal de ellos. Prevención, no cagada. Eso sí, se permiten las visitas, no hay problema, pero hay que ponerse guantes al entrar. Por si acaso. Algunas enfermeras tienen miedo y no entran en la habitación. La preguntan desde fuera. Con la comida pasa parecido, se la dejan en la puerta. Y tras un par de días detrás de la empleada de la limpieza y algún juramento que otro, Paloma consigue que la limpien la habitación. Y aquí mi pregunta es simple: ¿Pero esta puta gente donde coño se cree que trabaja? ¿en El Corte Inglés?

Hoy publico este post y mi amiga Paloma, que en realidad no es solo amiga, pero eso a nadie le importa, continúa ingresada en ese hospital. Yo voy a verla todos los días y me pongo guantes al entrar. Son órdenes expresas del hospital. Pero en una de estas nos informa una cincuentona vestida de rosa que ya no hay guantes, que se han acabado. Extrañado, la pregunto que si no hay guantes en todo el hospital y soberbia la mujer, como acostumbrada a ser tan borde y a que nadie la haya llamado nunca soplapollas, me mira con cara de grandeza y me suelta que no, que no hay guantes en todo el hospital. Respiro hondo y quiero ser correcto, pero no me sale y la digo de no buenas formas que no vacile y que no me venda motos. Y es que tiene cojones que con todo lo vivido por Paloma en los últimos ocho días, todavía se ofenda ella, la muy cretina de bata rosa y que me suelte que ella no está allí para aguantar insolencias. Claro, que ipso facto abandona el lugar y corre como una rata a pedir sopitas a sus compañeras, quienes más amables y profesionales, nos prometen una pronta solución. Aunque al final tiene que ser el marido de Paloma quien suba a otra planta del hospital, pida guantes y solucione el problema. Y la fulana ya desaparecida.

Quien sabe... mi amiga continúa en aquel hospital con fama de ser uno de los mejores. Puede que en unos días cuente algún que otro ratito de la vida de Paloma. Vamos, que igual hay segunda parte. Mientras tanto, me conformaré con verla en su casa cuanto antes recuperada del todo y así poder seguir discutiendo por tonterías con ella. Al fin y al cabo no es solo una amiga, pero eso a nadie le importa.

2 comentarios:

jorgogi dijo...

todo mi animo y todo mi deseo ... q todo acabe bien ;)

Y otra cosa: si no pones queja avalas cualquier irresponsabilidad; si no pones queja engrosas la estidistica que dice que todo va bien; si no pones queja, aunque tu creas que les das papel de combate, realmente les das la razon.

animo.

Anónimo dijo...

Lo primero que Paloma se recupere, un bsazo muy fuerte y muchas dosis de paciencia que por desgracia cuanto mas tiempo se pasa cerca de los hospitales mas se encabrona uno con lo que hay dentro. Llevo años oyendo el mismo rollo y las mierda de las tias de rosa. En mi casa , que por desgracia hemos chupado mucho hospi siempre decimos: la aux (rosa) se cree enfermera, la enfermera se cree medico y el medico se cree Dios, y con tanto narcisista ¿a quien le va a importar una pacientucha como Paloma????y encima con cachondeo el cirujano no tenia guantes para operar?????que lo hizo a pelo???? y en la planta de VIH les sacan sangre tb sin guantes???? que imbecil la tia.
Lo importante que Paloma se ponga bien , no sera el Ecoli????(ya sabes que tengo una extraña aficion por la medicina)
Un besazo Nieves