domingo, 18 de abril de 2010

Una historia de dos imbéciles



¿Recuerdan ustedes a Paloma, aquella vieja amiga que en realidad era más que amiga, pero a nadie le importaba? Pues ahí que sigue la mujer con lo suyo. Digamos que mejor que hace unos meses cuando estuvo ingresada por primera vez, pero no recuperada del todo, razón por la que estos días sigue alojada en una habitación de hospital. Y amenaza crónico el problema, pero sin más. Vida normal y a vivir, que son dos días. Poco más.

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Pero echemos a Paloma durante un rato hacia un lado y empecemos esta historia por el principio. Retrocedamos hasta aquella tarde en la que debido al bautismo en la fe católica de Hodei, mi primer y único sobrino hasta la fecha, mi mujer y yo nos pusimos manos a la obra a la busca y captura de unos zapatitos chulos y elegantes para Gaizka. En nuestra mente llevábamos ambos dibujadas las típicas botitas Kickers o similar, muy saladas y acordes a como íbamos llevarle vestido para la ocasión. Que no es que para mí sea un evento especial, ni mucho menos, ya que a estas alturas todo lo relacionado con la iglesia cada vez me da más grima y huyo de ella como la oveja al ver al lobo. Y si añadimos que en estos momentos me encuentro inmerso en la lectura de "El catolicismo explicado a la ovejas" de Juan Eslava Galán y que hace unas semanas vi el film "Camino" (recomiendo ambos), mi cariño hacia dicha institución se disuelve entre un enorme amargo mar de dudas. Pero desgraciadamente, la sociedad y el puto "qué dirán" sigue gobernando en este país de bobos y bien quedas.

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Nuestra primera parada, Calzados Andrés. Sinceros y profesionales ante todo o esa fue la impresión que me dieron.
- Buenas tardes -
- buenas tardes -
- queríamos unas botitas Kickers para el niño -
- ¿botitas? ¿para el niño? ¿de invierno? -
Toma ya. La primera en la frente. Catetos de nosotros, no habíamos caído antes en que la muchacha de aquella zapatería llevaba razón. Esas botas son de invierno.
- Pues tengo poco y retirado ya, pero ahora os busco algo y a ver que encuentro -.
Sin número y sin el color pretendido, abandonamos aquella tienda con el sabio consejo de aquella dependienta de que buscásemos algo más apropiado para el buen tiempo.

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Siguiente parada, Umetxu. En la misma calle. Unos metros más arriba. La misma historia. Botitas Kickers o similar.
- ¿De invierno? -
Nos las sacan y comprobamos que, elementalmente, aquel calzado le cocería el pie al pobre niño y desistimos, aunque la señora vendedora, pícara ella y con escuela en esto de la venta, intenta convencernos en ese momento de que en realidad son de entretiempo, aunque no lo consigue.
- Tengo algo parecido, pero en zapatito -
nos suelta la fulana.
- Muy bonito y vestidito -
Y va y nos saca un zapato horroroso, de niño tonto o similar que tiene de parecido con las Kickers lo que un caldero con un dragón. Unos zapatos de esos que la tipa no podría quitarse de encima, digo yo, también de invierno, por cierto, y vio aquí una buena oportunidad para deshacerse de al menos uno de los pares. Se lo probamos no obstante y resultó que le quedaba algo justo. Pequeño tal vez. Mi mujer entonces le pide un número más, a la vez que me pregunta, como viendo en aquel zapato rojo y feo como un obispo, su última esperanza de dar con un calzado para el peque al aproximarse la fecha del bautizo:
- ¿te gustan? -
- A mí no. Ni un poquito, pero tú verás. Si a ti te gustan... -
la respondo con cierto pasotismo. La tipa de la tienda, antes de subir las doce o trece escaleras donde se ubicaba el almacén, suelta entonces:
- a mí decirme si os los vais a llevar o no, porque si no, no subo -
Mi mujer y yo nos miramos atónitos y coincidimos a decirle a la muy imbécil que no, que no hacía falta que subiese. No nos los íbamos a llevar, pero solo por una simple razón que poco o nada tenía ya que ver con la belleza abstracta de aquella mierda de zapato. Jamás le compraré a mi hijo un zapato en un comercio regentado por una estúpida como esta.

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Y mira tú por donde, al salir de aquel cuchitril al que no volveré a entrar, nos vino la inspiración y decidimos calzarle unas Converse All Star. Como su aita. Como yo. Polo, camisa y jersey de Tomy, chamarrita Timberland y zapatillas All Star. Que estará mal que yo lo diga, pero iba que se salía el condenao.

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Llegado el día de la ceremonia bautismal de mi pequeño sobrino, resulta que mi amiga Paloma, la de antes, la de siempre, la que ahora duerme placidamente en el hospital, Paloma, la que es más que amiga, pero a nadie importa, en plena eucaristía, cuentacuentos, paripé sectario o como cada uno quiera llamarlo, se siente algo indispuesta por lo de su enfermedad, razón por la que decide quedarse quietecita y sentadita en su banco observando el evento y sin hacerle mucho caso a aquello de ponerse de pie, sentarse, ponerse de pie y volverse a sentar. Algo que todo sea dicho, nunca he llegado a comprender. En esto que la señora que se encontraba sentada en el banco de atrás de Paloma, le toca en la espalda y le suelta la muy imbécil:
- Estamos en el credo, a ver si tienes un poco de respeto y de educación, ponte de pies -.

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Típica beata de pacotilla, del a Dios rogando y con el mazo dando. De esas que abundan. De las que miran como si fuesen yonkis a los melenudos sin ser consciente de que el Cristo que a ella le han vendido llevaba también pelo largo. De esas que con ir a misa ya se creen haber hecho todo el bien para el resto de la semana. La misma que mira con odio al niño que la molesta con el balón. La que mira hacia otro lado cuando un anciano la pide un triste duro para comer. La que va a misa solamente para que la vean y comulga sin saber siquiera qué cojones significa comulgar. La que posiblemente - tampoco me atrevo a asegurarlo - la hubiese gozado en los tiempos de la Santa Inquisición como espectadora de aquellos atroces actos, sin tener del todo claro que la muy paleta sepa de lo que estoy hablando. En fin...

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Paloma no dijo nada. Es uno de sus fallos, que no acostumbra a sacar su genio y cagarse en la madre que parió a mucho meapilas que anda suelto por ahí, pero otro de los presentes en aquella ceremonia que escuchó a la beata, la puso de vuelta y media. No creo que la muy payasa vuelva a meterse donde no la mandan, aunque bien se hubiese merecido un sopapo. Ya no por beata, que al fin y al cabo me la sopla y seguro que hasta entre las beatas hay buena gente, sino por gilipollas.

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Por lo demás, el resto del evento de maravilla. Langostinos, pimientos del piquillo rellenos de bacalao, rape y chuletón. Que no todo iba a ser malo en esta historia de imbéciles. Y algo para contar, que llevaba mucho tiempo sin decir nada yo por aquí.

2 comentarios:

jeijo dijo...

pues sí ya era hora de tu vuelta...
y qué coincidencia! yo también estoy leyendo un libro de Juan Eslava Galán ("rey lobo")...

A estas alturas deberíamos estar acostumbrados a que en este mundo hay mucha gente estúpida.. pero a mí historias como éstas me siguen sorprendiendo... qué pena de gente!

Anónimo dijo...

eres muy bueno salva, pero deleitans mas a menudo con tus textos que los demas no tenems tiempo para escribir todas nuestras anecdotas, una que "siempre esta currando" besitos