domingo, 6 de junio de 2010

Por tí... o por todos...



Soñé que aún estaba despierto y me dejaban pedirle a un genio un deseo. Pedí tener suerte y encontrarte en otra vida más decente sin las prisas ni los agobios que me presta mi ciudad. Otra vida de regalo en la que no existiesen las despedidas para siempre ni el miedo a perderte de nuevo, aun sabiendo que camino lejos de la realidad.

Soñé que tuve suerte y gracias a aquel genio te encontré encantado de encontrarme y tras un efusivo abrazo y cuatro risas nos marchamos a comer. Y comiendo recordamos aventuras del pasado que olvidamos olvidar. Y descubrimos que en el fondo y pese a todo, nada había cambiado y que éramos de carne, piel y hueso y de verdad.

Soñé lo que nunca había soñado. Que la magia era el mundo en sí y en el mundo por arte de magia estábamos todos otra vez. No solo tú. También todos ellos. Y compartimos risas a la vez que prometimos respetarnos para siempre con el fiel compromiso de que nadie, ni uno solo de nosotros, nos volviese a abandonar.

Soñé que ya nunca nos echamos más de menos porque nunca faltamos ya a la cita y no tuvimos necesidad.

Al despertar y volver a la vida más real, comprendí sobre todo tres lecciones: que una persona no es más grande por el hueco que llena cuando está, si no por el vacío que nos deja al marchar. Que no se echa de menos a quien tienes, sino a quien ya nunca más verás. Y que el hombre, por exigencias del guión de la vida, muere, pero el amor que le rodea es eterno. Y suspiré porque el genio de mis sueños fuese bueno y lo soñado, quien sabe, fuese un día realidad.

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Texto inspirado en cientos de canciones que uno no se cansa de escuchar.

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