lunes, 15 de noviembre de 2010

Gracias por llamar.



Un cortado y un Nestea sobre la barra aun sin empezar, dejaban constancia de que acabábamos de entrar hacía nada en aquel bar junto a las urgencias del hospital. Entre la gente, apareció una señora de avanzada edad, la cual le sugirió al camarero la posibilidad de hacer una llamada de teléfono, aunque el empleado le hizo saber que la única cabina que colgaba de un rincón de la pared se encontraba averiada. Y siguió atendiendo al personal, entre otras cosas porque el local estaba lleno y a nadie le importan los problemas de los demás. Un con leche. Un crianza, tres cortados y un croissant.

Ante la cara de preocupación de aquella desconocida mujer, no pudimos evitar abordarla y sugerirla que dentro de las urgencias encontraría otra cabina, aunque nos afirmó que ya había buscado y que tras la reciente remodelación del centro hospitalario, le habían asegurado que no existía ninguna. Y que la urgía llamar. Acompañaba a un enfermo y ella sola no se valía para estar con él. Le echó cara al asunto y nos pidió que si alguno disponíamos de teléfono móvil, la permitiésemos llamar, no sin antes ofrecerse a pagar lo que considerásemos por el favor.

Con la que cae, reconozco que uno ya no se fía una mierda ni de los octogenarios con muletas, pero algo me llevó a sacar mi móvil del bolsillo, puede que hasta un tanto resignado y dejarla llamar. No tardamos en darnos cuenta de que posiblemente aquel fuese el primer teléfono móvil que la mujer tenía entre sus manos, por lo que la pedí el número con el que quería contactar y yo mismo le marqué. Nerviosa, empezó a hablar y a decir que fuesen al hospital, que le dejaban ingresado, sin saber nosotros en ningún momento a quien se refería ni con quien hablaba. Tampoco nos tenía porqué importar. Al fin y al cabo cada uno va a lo suyo. Pero la inexperiencia de la mujer en esto de la tecnología quedaba patente y al final opté por volver a llamar yo mismo y explicarle su problema al interlocutor, que muy amable me comunicó que por favor le dijese a la señora que no se preocupase y que ellos iban enseguida. La mujer, agradecida, echó mano a su cartera, a la vez que preguntaba cuanto me debía por las llamadas. Yo la dije que nada, que marchase tranquila. Ella insistió, pero yo insistí aun más. Y se marchó. Dio varias veces las gracias y se marchó. Aunque nos dio tiempo a ver que lo hacía entre lágrimas. Solo entonces pensé en lo grande que puede ser una pequeña gran acción. Y en lo gilipollas que pude haber sido si cuando nos pidió el teléfono, le llego a decir que no.

Todo ello no duró más de un par de minutos. Mucho menos de lo que he tardado ahora en contarlo yo. Pero no sé porqué coño, aun no he conseguido quitármelo de la cabeza. No acerté a decirle nada más, pero ojala que todo vaya bien.

2 comentarios:

AƒяođiTส dijo...

Y si no va bien, seguro lo hiciste mas llevadero... seguro las veces quee che el cuento, te bendecira y dara nuevamente las gracis...
saludos!

Jeijo dijo...

tienes razón en que ya nadie se fía de nadie, una pena...