miércoles, 4 de abril de 2018

Soledad de un hombre

Era mediodía y apurábamos, creo, el tupper de comida en aquel viejo puesto de Cruz Roja, ya cerrado. Un aviso hizo que dejásemos la tortilla y la Coca Cola a medias y salíésemos pitando con aquella ambulancia, denominada internamente como "doscientos diez primera". Al llegar, la escena no imponía. Un tipo, de unos 40, descansaba tranquilamente en su cama. Fue claro, tranquilo y sobre todo, sincero:

- No me pasa nada, no he hecho nada malo, tampoco estoy enfermo. Solo quiero morirme.

El aviso, lo habían dado sus padres, quienes le habían encontrado en esa situación de casualidad. A su alrededor, docenas de cajas de pastillas vacías, nos confirmaban sus intenciones.

No teníamos opción. Aquel tipo tenía que ser trasladado de forma urgente al hospital. Y así se lo hicimos saber. Pero lo tenía todo estudiado:

- Ni se os ocurra ponerme una mano encima y si me sacáis de mi casa sin mi consentimiento, os denunciaré por secuestro. Os he dicho que me quiero morir.

Ante el cariz que tomaban los hechos, pusimos el caso en conocimiento del centro coordinador, desde donde procedieron a enviarnos una patrulla de la policía. Mientras esperábamos y con el tipo aquel un poco más tranquilo, conseguimos charlar, digamos que de forma amena, con él. Y de nuevo, volvió a ser claro:

- Tengo razones suficientes para hacer lo que acabo de hacer. Si queréis saberlas, ir al salón, allí hay una foto, la más grande.

Fuimos al salón y, elementalmente, había una foto. Una mujer, más o menos de su edad, y un niño pequeño. ¿Tres, cuatro años? No más. Y fueron precisamente aquellos que nos habían avisado, sus padres, quienes nos dijeron quienes eran. Su hijo y su mujer. -  Murieron en un accidente de coche. Conducía nuestro hijo.

Ante una situación de estas, te quedas bloqueado. Entiendes los deseos del hombre, pero tu función, es no permitírselo, de ninguna de las maneras. Cuando poco después, llegó la policía, les pusimos en antecedentes. Todos coincidimos en la dureza de la situación y en no saber muy bien como actuar. El tipo seguía tranquilo y lo mismo que nos había dicho a nosotros, se lo dijo a ellos. "Me quiero morir. Si me sacáis de mi casa sin mi autorización, os denunciaré por secuestro" . Mientras, informado el centro coordinador de las cajas y los nombres de los medicamentos que habíamos encontrado en la habitación, nos conminaban a llevarle a un centro hospitalario cuanto antes. Es fácil dar instrucciones cuando uno no está en el ajo.

Entonces, uno de los policías, pareció tener una idea, aunque sólo nos dijo que estuviésemos atentos, con la camilla en el pasillo y que actuásemos rápidos una vez nos dijese. Llevábamos ya mucho tiempo perdido. Se acercó al tipo de la cama y le dijo algo, que no pudimos entendeder, al oído. Entonces, el tipo de la cama se revolvió, intentó agarrar al policía, cosa que no consiguió, y le soltó un "hijodeputa", con toda la mala baba que alguien pueda guardar en su interior. El policía fue rápido. Sacó las esposas, le indicó que estaba detenido y que se lo llevaban a comisaría, pero que antes, deberíamos de pasar por el hospital para un reconocimiento. Fuimos rápidos. Muy rápidos. El tipo seguía llamando hijo de puta al policía. Sus padres lloraban y nos daban las gracias. Nosotros corríamos escaleras abajo con un tipo que solo quería morir.

No sé cómo acabaría aquel hombre, aunque al hospital llegó vivo y tranquilo, ni tampoco sé como justificaría la patrulla el incidente, que, aunque nos dijeron que quizás nos llamasen para declarar, nunca lo hicieron. Pero para mí, aquel policía fue todo un héroe. De esas "salidas", como le llamamos en el mundo de la ambulancia a cualquier urgencia, que uno nunca olvida.

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