martes, 31 de marzo de 2009

Lo que me gusta y no regalaré más


Aquella mañana de Reyes de 1.989, mi amigo Xaho me regaló un libro. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, a pesar de haber pasado ya más de veinte años. Estábamos en el Aitor, una taberna del barrio que parecía nuestra casa. Y es que a cualquier hora del día nos podían encontrar allí. Aquel libro se titulaba "El Profeta" y lo firmaba un tal Gibrán Kalhil. La verdad es que me encantó, pues hablaba de la vida. De la amistad. Del amor. Del matrimonio. De la familia. Del dinero. De los hijos... Aquel libro era una pequeña maravilla y una obra de arte, ameno y de fácil lectura incluso para mí, más preocupado entonces por mis quinitos de fin de semana y por babear por las niñas, que por la literatura. Pero me rendí al regalo de mi buen amigo y en una noche de insomnio me lo leí.

A partir de entonces, me pareció una buena idea seguir con aquella cadena que había iniciado mi amigo Xaho y decidí regalar de vez en cuando El Profeta. Visité varias veces la misma librería de Bilbao y me hice cada una de ellas con un ejemplar, pidiendo que me lo envolviesen para regalo. Y cuando lo regalaba, casi siempre contaba que a mí me lo habían regalado también hacía muchos años. Incluso envié algún ejemplar por correo.
Hace unos días leí algo sobre Gibrán en un periódico y de repente se me vino a la cabeza un curioso detalle: con el paso de los años, he perdido el contacto con todas aquellas personas a las que en su día les regalé el libro. Unos cayeron en el olvido y no tengo forma alguna de contactar. Otros abandonaron mi camino sin decir nada ninguno de los dos al hacerlo y algunos decidieron que yo no era buena persona para seguir queriéndome como un día lo hicieron. Hasta ese momento no me había dado cuenta de ese detalle. Incluso durante la mudanza, me había olvidado de aquel que en Reyes del 89 me habían regalado a mí, así que me decidí a buscarlo. Busqué en mi casa y busqué en la casa de mis padres. Pero no lo encontré.
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Quizá un día vuelva a buscarlo. O quizá no. Porque quien sabe si por estar desaparecido es por lo que aun después de estos veinte años, quien me lo regaló, la única persona que me queda relacionada con ese libro y yo, seguimos siendo buenos amigos.
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Si algún día lo lees, hazme un favor: cuentame si dentro pone algo sobre esto, que yo ya no lo recuerdo. Y si de repente te das cuenta de que ya sabes de quien es ese libro que tenías olvidado y que te dejaron hace tiempo... y que nunca devolviste... no me lo digas. Aunque corres el peligro de que algún día perdamos el contacto. Si es que no lo hemos perdido ya, claro está.

domingo, 15 de marzo de 2009

Nerea

La verdad es que tuve mucha suerte al poder hacer el servicio militar al lado de casa. Tan solo pasé un par de meses dentro de un cuartel militar, donde salvo el capitán de la compañía y un par de sargentos bonachones, el resto de los mandos no  fueron más que una cuadrilla de impresentables, sobre todo uno de los más "pringaos" de todos;  mi cabo primero. Un imbécil de reemplazo al que se le subió el papel a la cabeza de tal forma, que fueron muchos los que juraron partirle la boca en cuanto terminase aquella mierda de mili. Pero de ese soplapollas quizá hable en otra ocasión. Hoy me centraré en Nerea.

Una vez terminados aquellos dos meses de instrucción en un cuartel militar cualquiera, pasé a realizar mi servicio como conductor de ambulancias en la Cruz Roja, institución a la que pertenecía dos años antes y a la que aun sigo unido, aunque últimamente apenas le dedique tiempo.

Aquella tarde era una de tantas y a mí me había tocado hacer guardia en el puesto de socorro de un pueblo de Bizkaia llamado Munguía. No era difícil encontrarme de servicio, ya que al ser militar, las guardias que hacíamos eran en turnos de 24 horas, librando luego otras 24. Corría el mes de Noviembre de 1.990. Una tarde de sábado. Un sábado cualquiera. Tranquilo tal vez. El teléfono que teníamos junto a una vieja emisora de radio frecuencia, por donde también recibíamos los avisos desde el centro coordinador llamado "Sos Deiak" sonó y nos dieron una dirección con un mensaje muy claro: una persona joven herida por arma de fuego. Rápidamente subimos a la ambulancia los tres miembros de la dotación que estábamos a la espera de avisos y nos dirigimos al lugar. Cuando hay armas por el medio, uno hace el viaje más tenso, aunque la verdad es que te vas acostumbrando tanto a todo, que aquella no era más que una urgencia como tantas. También se nota más la tensión cuando te diriges hacia un accidente grave de circulación o hacia un atentado recién perpetrado, pero es lo que hay y cuando decidí entrar en ese mundo, ya sabía con lo que me podía encontrar. Solíamos salir a alguna urgencia entre ocho y diez veces diarias. A veces más, sobre todos los fines de semana. A veces menos. Algunas de ellas podrían incluso no ser tan urgentes como para llegar a movilizar a una ambulancia, pero ocurre que el miedo a la muerte y al dolor suele vencer al sentido común.

Cuando llegamos al caserío que nos habían indicado por teléfono, nos encontramos con una chica jovencita tirada en el suelo, consciente, con los ojos bien abiertos y con un disparo de escopeta en el estómago. El tiro había sido fortuito, sin querer y a simple vista tampoco parecía extremadamente grave, pero elementalmente requería el traslado urgente de la muchacha a un hospital.

Se llamaba Nerea y no dejó de hablar con nosotros durante todo el trayecto. Iba estable, pero he de reconocer que fueron veinte minutos de viaje entre luces y sirenas que a mí, al volante de aquel vehículo, se me hicieron eternos. Al mando de una ambulancia esto sucede a menudo. Desde fuera parece que van como locos. Desde dentro parece que no llegas nunca. Pero eso la gente de la calle no lo sabe. Hay quien se piensa que incluso nos divertimos. Como si jugar a vida o muerte fuese divertido. Nerea nos contó que tenía dieciocho años, solo uno menos que yo en aquellos tiempos y que se estaba sacando el carnet de conducir. Ahora, aquel desgraciado accidente le iba a hacer perder tiempo para poder sacárselo cuanto antes y eso la mosqueaba un poco, pero incluso se lo tomaba a broma, llegando en varias ocasiones a reírse con nosotros tumbada en aquella estrecha camilla.

Una vez en las urgencias del hospital, le deseamos la mejor de las suertes y regresamos a nuestra base. Otras llamadas nos volverían a movilizar y había que estar preparado para cualquier cosa cuanto antes. O en "Estado 2", como se denomina internamente al hecho de que la ambulancia esté lista para actuar de nuevo en su base.

No sé qué fue lo que me llevó a telefonear el lunes siguiente al hospital donde la habíamos dejado ingresada, pues era algo que como profesionales no acostumbrábamos a hacer, pero aquella chica nos había dejado preocupados. Por ello, nada más entrar aquella mañana de guardia y tras comentar la historia con mis compañeros, cogí el teléfono y llamé yo mismo al centro hospitalario.

- Hola, llamo de Cruz Roja Munguía, era para preguntar por el estado de Nerea tal y tal, a la que llevamos el otro día en ambulancia con un disparo...

- Pues está en la planta no se qué, habitación no se cuantos... Un momento , que te paso con la planta.

- De acuerdo, gracias... 

Tras unos segundos de espera en los que ya no recuerdo si fueron silenciosos o acompañados de esa típica y absurda musiquita, cogieron el teléfono en la susodicha planta.

- Hospital tal cual, planta no se cuantos, dígame? -

- Si, buenos días, llamo de Cruz Roja Munguía. Era simplemente para preguntar por el estado de Nerea tal y tal, a la que trasladamos en ambulancia el otro día con una herida de arma de fuego. Nos quedamos preocupados y solo queríamos saber si está bien. 

- Pues mira majo, está muy bien y si Nerea quiere, podéis incluso hablar con ella y todo, así que espera un poquito que la pregunto.

- Hostia, genial - pensé yo, aunque en el fondo he de decir que me daba bastante palo hablar con ella, ya que no me esperaba esto y a ver qué cojones le iba a decir yo ahora a esta completa desconocida. Igual se pensaba que yo era un chalado o algo así. Pero qué va; nada más lejos de la realidad. Nerea se alegró un montón por aquella llamada y por nuestro interés. Me dijo que estaba muy bien, aunque aun tendría que estar ingresada varios días. Y se comprometió a que en cuanto estuviese bien y dejase aquella cama de hospital, nos haría una visita por la base de Cruz Roja y nos llevaría una caja de bombones, unos pastelitos o lo que se terciase. Volvió a darme las gracias y quedamos en que un día no lejano volveríamos a vernos. Y lo mejor de todo, el buen cuerpo que se nos quedó a todos al saber que ella estaba bien. Era un alivio.

Un par de semanas después, tomándome un cafecito en la cafetería habitual, que se encontraba a treinta metros escasos del puesto de socorro, le echaba una ojeada al periódico del día. Al llegar a la sección de necrológicas me encontré con una desagradable sorpresa. Era la esquela de Nerea. Había fallecido. No tenía más que dieciocho años. Uno menos que yo. Me quedé helado. Sin voz y sin ganas de seguir leyendo más. Tampoco de seguir tomándome aquel amargo café, que seguramente estaba dulce, pero amargo como pocos me he tomado en la vida. No la conocíamos de nada pero nos había caído bien. Y se estaba sacando el carnet de conducir. Además había prometido hacernos una visita. Y llevarnos pasteles. O bombones. O lo que se terciase. Poco me importaba lo que fuese. Jamás volví a saber nada sobre ella. Ni un "¿como?", ni un "¿porqué?" del tener que irse. Al fin y al cabo daba igual y ni mis compañeros de ambulancia ni yo éramos nadie para aquella dolida familia, así que para qué enredar más de la cuenta... Y después de todo, a uno tampoco le quedan ganas ni de involucrarse más. Recuerdo mi primer curso de primeros auxilios, donde nos dijeron que jamás nos involucrásemos con las desgracias ajenas, que eso solo podría traernos problemas emocionales. - Esta vida es una puta mierda -, fue la frase en la que coincidimos a decir cuando les conté al resto de mis compañeros cual era el motivo de mi cara al regreso del café. No la conocía de nada, pero algo hizo que aquel día me resultase extremadamente duro y aquella tarde no pude evitar que se me cayesen algunas lágrimas por alguien a quien ni siquiera era capaz de ponerle cara.

No la conocía de nada, pero sé que solamente tenía dieciocho años, que aun guardo aquella esquela y que se llamaba Nerea.


Va por ella. 

viernes, 13 de marzo de 2009

La pasarela del arte y sus tonterías



Comenzaré situando la historia que voy a contar. Bilbao centro. Entre ambas márgenes de la ría Nervión existen varios puentes que unen a la Noble Villa con más de setecientos años documentados de historia. Uno de ellos, de reciente construcción y casi con la misma antigüedad que el famoso museo Guggenheim, culturalmente sobre valorado en exceso, siempre bajo mi punto de vista, recibe el nombre de "Pasarela Zubi Zuri". Este une por encima del Nervión, el Paseo de Uribitarte con la calle Campo Volantín y fue encargado por parte del Ayuntamiento de Bilbao a un arquitecto llamado Santiago Calatrava, excelente personaje según los entendidos en la materia y un gran desconocido hasta entonces para los ciudadanos de a pie que como yo, utilizamos dicho puente, ya sea a menudo o de forma ocasional. Bueno, desconocido hasta entonces y desconocido hasta hoy, pues jamás le he puesto cara yo a este hombre, aunque tampoco es algo que realmente me quite el sueño. .
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El resultado de Zubi Zuri para mí, al igual que para otros muchos de los usuarios de la misma, pasa por ser una pasarela bonita, pero también por ser una gran chapuza. Su suelo, de baldosas de cristal, ha ocasionado numerosas caídas, haciendo casi imposible el paso por el puente los días de lluvia. Y las pasarelas de acceso para minusválidos, tienen tal pendiente, que cualquier persona con una silla de ruedas sin más motor que el de sus propios brazos, se las ve y se las desea para subir o bajar por ellas, convirtiéndose la tarea en algo más propio de malabaristas del Circo del Sol, que de un impedido en su día a día.
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Hace un par de años, quizá tres, el levantamiento de dos torres de viviendas y oficinas junto a la pasarela, a la vez que la completa urbanización del lugar, llevó al Ayuntamiento a encargar la prolongación del puente a otro arquitecto, esta vez uno japonés llamado Arata Isozaki. El mismo que diseñó las torres. Dicha prolongación poco o nada tiene que ver con el puente ya existente de las baldosas de cristal y quizá hasta desentone un poco con el resto de la obra, pero jamás se ha caído nadie al suelo, con lo que se pierde en belleza, pero se gana en servicio al vecino y al turista.
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Elementalmente, al Señor Calatrava esta prolongación diseñada por su colega japonés no le debió hacer ni puta gracia y tras un "rifi-rafe" con las autoridades del Consistorio, con el Señor Iñaki Azkuna al frente, demandó al Ayuntamiento, solicitando ni más ni menos que la cantidad de tres millones de euros en concepto de daños, por vulnerar la propiedad intelectual de su obra sin su consentimiento, reduciéndose tal cantidad a trescientos mil euros si la prolongación de la pasarela era demolida de inmediato. Tras un primer fallo favorable al Gabinete del Señor Azkuna, ahora la Audiencia Provincial de Bizkaia le ha dado la razón a Calatrava y condena al Ayuntamiento junto con la constructora encargada de la obra al pago de treinta mil euros, anteponiendo así y de nuevo bajo mi humilde punto de vista, el arte sobre el sentido común.
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Porque seamos sinceros, cojones, y dejemos las pantomimas a un lado. El puente lo habrá diseñado José, Pepe, Juan o la madre que les parió a los tres, pero su trabajo ya fue abonado en su día y ahora la mierda de pasarela que tan cara nos va a salir, muy bonita, muy de diseño, muchos derechos de autor de los cojones y mucha polla con cebolla, pero de práctica, la mismo que un botijo sin agujeros. Y digo yo, que es como si me compro una camiseta diseñada por la "Puta Doña Inés" y mañana me sale de los cojones cortarle las mangas y ponerle parchecitos de los Iron Maiden y de los Pitufos Makineros. Es mi puto problema. Y mi puta camiseta. Y la Puta Doña Inés a callarse su puta boquita. Que tal y como están las cosas. hasta mi amigo Jose, camarero y propietario del Oli, un lugar pequeñito pero discreto y acogedor donde me gusta tomar café, dice que le vamos a tener que pagar cinco céntimos de más al mes por cada cafelito que nos ponga, en concepto de derechos de autor. Y razón no le falta, porque si Victor Manuel y Ana Belén llevan toda la puta vida viviendo de La Puerta de Alcalá, ¿porque Jose no puede vivir de los cafés que con tanto mimo y cariño preparó ya el año pasado?
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Pero claro, ahí está el hombre, gilipollas de nacimiento, que antepone el arte al sentido común y al factor humano, sin darse cuenta que el arte lo hemos inventado nosotros mismos. Y que el arte está al servicio del ser humano, no el humano al servicio del arte. Y sin hombre, no hay arte. Y siempre con mi eterna duda: ¿qué es el arte? ¿quien decide lo que es arte? ¿lo decides tú o lo decido yo? ¿o lo deciden ellos? ¿y quienes son ellos?. Porque a mí me ocurre que cuando visito lugares de esos llenos de arte, a veces solo me sale: - la ostia... vaya puta mierda! -. Quizá sea un ignorante en la materia, que lo soy. O quizá tan solo sea que no soy tan tonto como para darle importancia a lo que no la tiene. Digas lo que digas, no es más que tu opinión, tan respetable como la mía. Sin más.
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Pero la cosa no acaba aquí, porque no solo rechazo la postura del Señor Santiago Calatrava, que al fin y al cabo solo defiende lo que es suyo, sino que también rechazo la del Consistorio. Podrían haber sido más humildes, pero no, que se note que somos de Bilbao. Y van y se ponen gallos: - Denuncie, Don Calatrava, denuncie, que total, si perdemos, no pagamos de nuestro bolsillo, si no del de todos los bilbainitos. Con tu dinero y con el mío. Y ahora amenazan con recurrir al Tribunal Supremo, que por un lado está bien, pues el Calatrava ese ya me empieza a rayar un poquito, pero por el otro no me acaba de hacer ni puta gracia, pues al final se hace con la tela de todos y como salga mal... Con lo fácil que hubiese sido ejercer una vez más de político: - Si Séñor Calatrava. Perdone Señor Calatrava. Cuanto lo sentimos Señor Calatrava. - Ale, dos palmaditas en la espalda y váyase muy discretamente a tomar mucho por el culo. Ah, y no se olvide de que en Venecia también anda con jaleos, pues según tengo entendido, diseñó otra chapuza similar. Aunque seguro que allí serán algo más listos.
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No obstante, si me tengo que posicionar en toda esta historia, me pongo del lado del Señor Iñaki Azkuna, que para algo somos de Bilbao, cojones.


domingo, 8 de marzo de 2009

Gracias, Señor Impresentable



En un diario cualquiera de esos que cuentan las cosas a su manera dependiendo en gran parte del grupo político al que pertenezcan, me daba de morros hace solo unos días con una noticia que aunque en un principio no quise darle importancia, al final la curiosidad hizo que volviese la página y que le prestase un poco más de atención. El enunciado decía: "Rouco pone en marcha la fundación Madrid Vivo" e iba acompañado de una fotografía donde posaban junto a él varios personajes de dudosa confianza.
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Comienzo a leer la noticia y me entero de que Antonio María Rouco Varela, cardenal arzobispo o yo que sé qué pollas de Madrid, ha constituido dicha fundación, encargada de organizar la jornada mundial de la juventud en 2.011, que será presidida por un tal Benedicto XVI o algo así. Tal fundación estará así mismo gobernada por el presidente de Iberdrola, esa compañía que me cobra la electricidad, un bien de primerísima necesidad , a precio de angulas, mientras obtiene con ello unos beneficios brutales, y contará entre sus miembros con el presidente del grupo Vocento o con la presidenta editora de ABC, entre otras personalidades de la vida social y económica del país. Casi nada, eh? Buena gente todos ellos, sí señor...
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Sigo leyendo y hasta aquí nada me sorprende del todo, pues soy consciente de que son muchos los grandes que se apuntan al carro de lavar y prelavar sus conciencias y su imagen apoyando o creando proyectos solidarios de todo tipo. Pero a final acaba de hervirme la sangre cuando llego al párrafo donde leo: "Dicha fundación apuesta por la espiritualidad para combatir las raíces morales de la crisis económica y tiene como objetivo contribuir a que Madrid sea cada vez más la ciudad de los valores". Así mismo hacen público que "tal fundación se dirige a creyentes y no creyentes que compartan el interés por ampliar los limites de la dignidad humana más allá del materialismo economicista".
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Termino de leer la noticia y me quedo un buen rato pensando en lo que leído. Juro que no sé ni por donde me da el aire, pues no acabo de entender nada de lo que pone. Lo vuelvo a leer y sigo pensando, a la vez que le echo otra mirada a la fotografía que acompaña a la noticia, donde posan todos ellos con la mejor cara de buenos samaritanos que los negocios que al resto de mortales nos aplastan les enseñaron y de repente me dan ganas de vomitar. De vomitar y de cagarme en la puta de alguno, sin decir de quién. Y me planteo añadir dicha fotografía a esta entrada, pero al final decido que depende que tipo de gentuza, es considerada non grata en mi casa. Y al final con las arcadas aun calientes y sin tener claro del todo que no la vaya a echar, saco mis propias conclusiones: Cierta gente cada día me da más asco. Hablan de "espirituaidad", de "valores", de "dignidad humana" y de la crisis de las pelotas, cuando no tienen ni puta idea de lo que significa ni tan siquiera ser persona. Y siento que se ríen de la peña a la puta cara. De los creyentes y de los no creyentes. De los pobres y de los ricos. De los viejos y de los jovenes, a los que a puertas de los setenta quieren representar. De ti y de mí. De tus padres y de mis hijos. De los buenos y de los trozos de mierda. Y de repente se me ocurre que de poco sirve mi pataleta, pues solo les servirá para reírse un poco más, así que me acuerdo de mi blog y me digo: - coño, ya hacía mucho tiempo que no escribía nada -. Y mira tú por donde, al menos esta pandilla de impresentables me han servido para escribir mi primer post de este segundo año de Mundos Azules. Gracias señores. Muchas gracias por aportarme su granito de arena. Y sobre todo, recen porque de verdad no exista el infierno. Les conviene.