miércoles, 26 de agosto de 2009

Una de gallos.



Que las calles están llenas de gallos, es algo evidente. No hace falta que lo diga yo; basta con salir a pasear un poco y observar alrededor. A la mínima que salta, la peña no se anda con chiquitas ni saca a relucir la buena educación que quizá un día le brindaron -o no, quien sabe- sus progenitores, si no que la emprende a bofetones porque sí. Sobre todo con el más débil. Sin más argumento que el que puede ofrecer un encefalograma plano. Pero, igual de evidente, es que siempre o casi siempre hay un roto para un descosido. Y al final, quien a hierro mata... a hierro muere.

El paseo se presentaba monótono, como casi todas las tardes. Gente corriendo. Gente a su bola. Escaparates. Coches pitando. Frenazos. Prisas. Bullicio... Y en esto, se escucha un frenazo más fuerte de lo normal. Les falta poco, muy poco, pero no llegan a tocarse. En uno de los coches viajaban dos personas. Una de ellas, casi un anciano. Curiosamente, el que conducía. En el otro, el de la monumental pirula, viajaba un tipo solo. El típico matón de mala muerte. Un tipo grande, calvo, feo y con cara de pocos amigos, así como del estilo a los hermanos Matamoros o similar, que va y se mosquea porque el abuelo del otro coche, aun con cara de susto, le ha pitado por su hazaña. Y es que han estado a punto de darse una buena hostia. Todo por culpa del soplapollas cachitas, así como de gimnasio de un día sí y el otro también. Lo que hoy denomino yo, todo un "viceverso" Y en esto que mister pirulas, sabiéndose fornido y fortachón, se baja del coche a grito pelao y se dirige hacia el hombre mayor, quien con cara de miedo y el cuerpo temblando, quizá piense en que la ha cagao. Que para qué habrá pitado y todo eso. El cachas le llama de todo y le dice a gritos que le va romper la cabeza. "Hijo de puta", lo más bonito. Y como aquello se llena de curiosos, el muchacho se envalentona un poco más y sube su tono de voz, invitando incluso a apearse del coche al anciano. - Tiene huevos la cosa - comenta alguno de los testigos, que ha olvidado sus prisas y se ha detenido a observar, pero nadie hace nada. Como para hacerlo, después de ver como acaban casos similares. El hombre del coche, aterrado, supongo, intenta seguir su camino, pero aquel mastodonte se pone delante, cada vez más gallo. Y todo por nada, porque el hijo de la gran puta ha sido él, que casi los mata a los dos, pero los gallos son así. Y en esto que le da un puñetazo a la ventanilla donde estaba sentado aquel hombre con cara de miedo, pero por suerte esta no se rompe. Aquella hazaña termina con la paciencia de quien acompañaba al hombre mayor actuando de copiloto, ajeno hasta entonces en la historia. Un tipo más joven y con cara de majo. De buena persona. Como si nunca hubiese roto un plato. Se baja del coche y se dirige hacia el notas casi sonriendo. El gallo se crece y le suelta con rabia que le va a coser a hostias. Pero esto no desanima a aquel poca cosa a seguir acercándose al que no entendía ni de respeto, ni tampoco educación. Y cuando el gallo levanta la mano para sacudirle, no sé ni como ni cuando, el poca cosa con cara de bueno que viajaba junto al anciano de copiloto, le sacude una patada en todo el careto y en esto se saca de no se donde una pipa, le apunta a la cabeza y cambia su cara de majo por otra de capullo en bruto y le espeta: - si vuelves a dirigirte a mi padre otra vez en ese tono, te vuelo la cabeza, trozo de mierda. Y haré lo mismo si otro día te vuelves a cruzar en mi vida -.

La masa de gente se esfuma. Los cuatro que se quedan aplauden. El cara de bueno del fusco se guarda la pipa y vuelve a su asiento. El abuelo sonríe y desaparecen, despacio, con el coche, seguro que pensando aquello de "batalla ganada". Y el notas de la pirula con cierto símil a cualquiera de los Matamoros, oliendo como huelen solo aquellos que se cagan encima, se dirige a la gente y les dice: - llevaba una pistola, llevaba una pistola. ¿Alguien le ha cogido la matrícula? -. Y un testigo de aquellos, también con cara de buena persona, le mira y le dice: - anda y que te den, gallo de mierda!

miércoles, 19 de agosto de 2009

La montaña del adios para siempre.


Con la montaña me pasa como con los toros. O con los encierros. ¿De verdad merece la pena arriesgar al límite tu vida por disfrutar un rato de algo que te gusta? Porque yo muchas veces he pensado: - coño, como me enrollaría volar... ¿y si me tiro de la azotea de mi casa? A lo mejor voy y pillo vuelo -. Pero al final desisto. No porque no me encantase la idea de volar, si no por que probablemente me metería un ostión de campeonato. Que aunque algunos luego juzgaran que "el Salva era la polla porque palmó haciendo lo que le gustaba", como que a mí eso no me va. Ni la polla, ni la repolla. Prefiero ser un mierda y seguir vivo disfrutando de los pequeños placeres de la vida, que jugármelo todo por un rato de orgasmo virtual. Y es que yo me tengo que morir, pero no quiero que sea ni follando ni comiendo chuletón. Y mira lo que gusta... Y al fin y al cabo, cosa parecida hace el yonky y "to dios" quiere sacarle de ese mundo.


Y es por ello que no acabo de entender el empeño de muchos montañeros en jugarse la vida en la montaña. Que sí, que cada uno es libre y hace lo que le sale de la castaña, - aunque el yonky esté peor visto -, pero aquí el menda no lo entiende. Lo curioso es que no puedo evitarlo y me llama la atención, porque de sobra es sabido mi odio hacia el fútbol, pero a diario busco en la prensa noticias sobre la montaña. Y flipo con Edurne Pasaban. Los cojones que le cantan a la tipa. Eso tiene "mérito", entre comillas, claro está, y no darle patadas a un balón. Pero coño, Edurne... ¿de verdad merece la pena? Que la vida es la mejor de las joyas. Y lo más importante: solo hay una. Una para ti y una para mí.


Ahora otra vez en boca de todos. La montaña vuelve a demostrarnos que la naturaleza es más fuerte y sabia que el humano. Y yo la creo. Le ha tocado a Oscar. Oscar Pérez. De Aragón. 32 años. A tomar por el culo. Y quizá más fuerte que su propia muerte - al fin y al cabo murió haciendo lo que le gustaba -, dirá mucho ignorante, puede ser la decisión de suspender el rescate. No me gustaría una mierda estar en el pellejo de Oscar, pero tampoco en el de cualquiera de los miembros del operativo de rescate. Tiene que ser muy duro decidir así. No dudo que ha sido una decisión inteligente. Pero tiene que doler. Aunque mañana volverán a jugarse la vida solo por hacer lo que les gusta. Aunque ello les ayude a morir un poco antes. Coño, les admiro. Les admiro y les respeto un huevo. Pero no puedo comprenderles. Y una vez más vuelvo a hacer incapié en los cinco bomberos muertos hace unas semanas, a los que se les dio mucho menos bombo y de los que ya nadie parece acordarse. Solo sus familias y yo. Unos mueren en acto de servicio evitando males mayores y otros intentando ser los primeros en colgarse medallas de escaso o nulo valor moral.


Lo que sí que me despista bastante, es pensar que en todo el puto globo terráqueo no haya una puta nave, un avión, un helicóptero, un parapente, un misil, una motonabo o qué se yo, capaz de llegar hasta allí. A seis mil y pico kilómetros de altura. Y sin embargo seamos tan listos - algunos, que yo no -, de mandar a tipos al espacio, a la luna, e incluso robotijos hasta Marte o hasta Venus. Como si allí la climatología fuese idéntica a la de Benidorm. Cuanta mentira y cuanta patraña. Pero cada uno que se crea el cuento que quiera.



Aunque no alcance a entenderles, a Oscar Pérez y a todo el equipo humano que hizo todo lo que pudo. Y como no, a esos cinco bomberos.

martes, 18 de agosto de 2009

18 y 19 de Agosto en Lober


Hace ya muchos años, probablemente mucho antes de yo nacer, los días 18 y 19 de Julio se celebraban las fiestas en honor a Santa Marina en el pueblo que vio nacer mi padre. Como aquellas fechas pillaban a los lugareños en plena faena de la trilla, un trabajo duro que ya expliqué en este blog hace tiempo, los mismos vecinos decidieron cambiarlas a los mismos días del mes de Septiembre. Yo solo tuve ocasión de disfrutarlas un par de años y aunque era muy pequeño, recuerdo que aquellas fiestas se basaban en una pequeña verbena en la que con dos músicos era más que suficiente. Uno al tamboril y otro al acordeón. Aunque a veces el acordeón era sustituido por una dulzaina.

A mediados de la década de los ochenta, la gente que un día emigró a diferentes lugares de la península en busca de un futuro algo más prometedor y sobre todo los hijos de estos, entre los que podría incluirme, decidieron cambiar aquellas fiestas de Septiembre al mes de Agosto. La idea partía de una lógica aplastante, puesto que en Agosto el pueblo estaba lleno de gente y en Septiembre, para que andar con rodeos: allí no había más que cuatro gatos. Aun así, a muchos vecinos de aquel pueblo no les gustó nada la idea y durante al menos un par de años, creo yo que más bien por una absurda pataleta que por usar la razón, en aquel pueblo se celebraron dos fiestas. Las de Agosto y las de Septiembre. Unas con todos los veraneantes y aquellos vecinos que entendían el cambio. Otras con los cuatro gatos que no querían o no alcanzaban entender. Siempre bajo el punto de vista de quien suscribe. Al final cedió todo el pueblo y quedaron solo las de Agosto, sin tener nunca claro al finalizar un año, si volverían a celebrarse las del siguiente. El presupuesto era bajo y las orquestas caras.

Y desde entonces, cuento como una docena las veces que he podido disfrutar de aquellas fiestas, que aun siendo de lo más pobre que uno se pueda echar a la cara, para mí son de lo mejor. Guardo infinitos recuerdos de muchos dieciochos y diecinueves de Agosto en Lober. De aquellas verbenas que hoy se hacen sobre un pequeño y a veces cutre escenario y ayer se hacían sobre el remolque de un tractor. De las bombas que nos preparábamos a base de mezclar todo el alcohol que había en el mal llamado bar. De las horas y horas de botellón en el pajar de los abuelos de Juanan y Jose Manuel. De los partidos entre solteros y casados, que para un año que me da por pasar de público a jugar, va Gualter y me jode el pie de un patadón. Del buen rollo con algunos de los miembros de las orquestas, especialmente con aquella del 95, Caribú, y su voz cantante, Rosa Eva, con la que mantuve el contacto durante años, hasta que la distancia y el olvido pesó más que el buen rollo. De los enormes pedos que me pillaba con todos aquellos buenos amigos de medio mundo: Valladolid, Vitoria, Madrid, Zamora, Barcelona... Unos de veraneo en Lober. Otros en los alrededores: Gallegos, Tolilla, Flores, Rabanales o Valer. De amaneceres con resaca entre los montones de paja de la era. Y hasta de lo triste y duro que se hacía el día después, cuando todo se había terminado.

Hoy es de nuevo 18 de Agosto y a pesar de que me hubiese gustado, no puedo estar allí, aunque sé de sobra que a día de hoy ya nada sería lo mismo. Pero como leí no hace mucho no recuerdo donde, "la nostalgia es el patrimonio de los adultos".

viernes, 7 de agosto de 2009

La coctelera de mis vacciones


Cuanta verdad hay en aquella frase que dice que lo bueno dura poco. Aunque luego algún iluminado lo intentase arreglar con aquello de que lo bueno y breve, dos veces bueno. Y así la masa tan contenta. Como aquella de lo del dinero y la felicidad. La felicidad la da la pobreza y el no tener donde caerte muerto, no te jode. Pero bueno, a lo que iba, que me lío y al final para nada.
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Mis vacaciones pasaron casi en un suspiro y hoy ya no son más que un recuerdo. Un bonito recuerdo, eso sí. Diferentes al resto de mis vacaciones. Muy diferentes. Pero no por ello peores, ni mucho menos. Todo lo contrario. Han sido mis primeras vacaciones con mi hijo y he disfrutado un montón con él. Y realmente he hecho todo lo que me ha dado la gana, así que creo haber llegado a la conclusión de que quien dice que un hijo te cambia la vida a peor, o miente o es bobo. Pero bobo con cojones. Claro, que no me he emborrachado ni tan solo un ratito, como me gustaba hacer en años pasados, pero es que tampoco me apetecía, así que sigo haciendo hincapié en que he hecho lo que me ha dado la gana. Estar con mi mujer y con mi hijo. Pasear, salir a cenar, ir a la playa, a la piscina, visitar a viejos amigos, merendar con tíos, primos y demás familia, comerme cientos de helados y beberme docenas de horchatas, mis tapitas, andar en bici y poco más. Vamos, que salvo visitar el barco de Chanquete - es la primera vez que voy a Málaga y no me dejo caer por Nerja -, he hecho lo mismo que hacía siempre. Pero esta vez con mi hijo. Y es que ha sido su compañía la que nos ha marcado esa gran diferencia, no el niño en cuestión.
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Y entre tapita de jibia frita y rebozada y horchata de chufa, fueron muchas las veces que durante mi estancia en Málaga quise escribir en mi blog, pero al final siempre tenía mejores cosas que hacer, aunque entre esas tareas estuviese también el no hacer nada y tocarme la vaina a veinte dedos. Porque ponte tú a pasear el portátil por ahí y a buscar una red wi-fi abierta... Anda ya...! Que prefiero seguir aquí tumbao. Además, como me dijo la extraña pareja de una muy buena amiga mía, ¿a quien coño le interesa leer la opinión de otro? Yo creo que por eso se leen tan pocos libros, pero a mí plim. Así que me quedé con las ganas de dar mi punto de vista sobre aquel muchacho fallecido en San Fermín. Que soy de los que están en contra de los toros, pero a la vez consciente de que sin corridas, estos no existirían. Y cuidadito con comparar la fabulosa vida que lleva un toro de lidia con la macabra de aquella res de engorde, matadero, a la brasa y al plato Que pocas voces se oyen en contra. Que si quieren lo explico mejor, pero a estas alturas queda poco por aprender sobre depende qué cosas. Y no juzgo los encierros, pero ni loco me pongo delante de un toro. Que bastante puta es la vida como para jugarte a los dados la muerte con ella. Que paradojas... Me dejan jugármela delante de un toro, pero no correr con el coche. - Lo malo de correr con el coche no es que te mates tú, si no que mates al que viene de frente -, justifica mi cuñado y razón no le falta, aunque a veces parezca el abogado del diablo. Que sí, coño, que sí, pero cojones, entonces que dejen de tocarme las pelotas con el cinturón y con el casco. Que ese sí que es tan solo mi problema. Tema aparte que también me alucina, es que posiblemente Pamplona sea el único lugar de toda España donde no se suspende un festejo cuando alguien muere derivado de un acto del mismo. En cualquier otro punto del estado hubiesen suspendido las fiestas. En Pamplona suben de nivel. Y a ver si mañana cae otro, coño... A San Fermín pedimos...
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Pero bueno, que coño puedo esperar del humano... El mismo que hace héroe y alaba a cualquier paleto millonario que vista de blanco impoluto, aunque su misión sea solo darle patadas a un balón. Treinta minutos para él de telediario, mañana, tarde y noche y tan solo un par de ellos para cinco bomberos muertos en acto de servicio. Ríete tú de los verdaderos héroes. Pero así es la vida. O así queremos, borregos en masa, que sea.
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Y puestos a mezclar churros con merinas, que es lo que estoy haciendo con esta entrada, que no tiene ni pies ni cabeza, diré un par de cosas que nada tienen que ver la una con la otra. La primera, es que debido a mi mala cabeza, durante mis vacaciones olvidé recargar la batería de mi vieja PDA y perdí un montón de cosillas que tenía preparadas para escribir en el blog. No es que fuesen interesantes, la verdad y menos si tengo en cuenta la opinión de la extraña pareja de mi buena amiga antes mencionada, pero vamos, que a mí me ha jodido. Tendré que empezar de nuevo.
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La segunda tiene que ver con aquella enfermera que la cagó hace unas semanas al equivocarse a la hora de alimentar a un bebé el cual falleció. Políticos, directores, y gallifantes varios corrieron a lapidarla, como si aquello hubiese sido un hecho aislado. Como si la culpa fuese solo de ella y no de quien la puso allí. Como si el sistema, o mejor dicho, la mierda de sistema, fuese perfecto y nunca nadie la cagase. Como si nunca se hubiesen tapado o pasado casos similares por alto. Como si todos fuésemos bobos y tan solo nos preocupasen los goles que va a meter en esta temporada el paleto de antes. Vamos, que aquí un servidor no justifica a la muchacha, pero si buscamos culpables, ella es la que menos culpa tiene de todos los implicados.
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En resumidas cuentas, que este verano me lo he pasado de puta madre. Y todo, gracias a mi hijo. Ah, y también a mi mujer, no sea que luego se me enfade.