sábado, 16 de enero de 2010

Monillo... Monilla... Munilla... o algo así.



Cualquier ser humano en su sano juicio, creyente o no creyente, humilde o pudiente, policía o delincuente, está capacitado para darse cuenta y ser consciente de que lo ocurrido en Haití ha sido una gran tragedia. Miles de muertos, entre ellos infinidad de niños con su bonita inocencia arrebatada para toda la dura eternidad, nos han demostrado que ni el estrés de vida de mi ciudad entre semana, ni la tranquilidad mostrada en el anuncio del ron Caribú entre los pobres, pero sonrientes caribeños, causa tregua con la muerte a destajo. Aquella que no se conforma con un par de ellos, si no que quiere docenas y docenas de cientos a la vez. Sed de vidas para ella. O de muertes. Todos juntos aunque revueltos. Como si algún todopoderoso hubiese abierto la veda de caza en algún más allá y los ángeles malos carentes de escrúpulos disparasen a matar con armamento pesado del de verdad.
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Pero no pretendo hablar de catástrofes ni desastres naturales. No hay palabras ni argumentos que no pasen por la solidaridad en un lugar castigado además en exceso por la pobreza y otros abusos. Y por mucho que yo diga, cante o jure en plan "me cago en tó", aquello está como está y punto final.
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Lo que me ha llenado de rabia y ha inflado infinitamente mis pelotas, llevándome a escribir esto, han sido unas declaraciones hechas por un hombre como tú y como yo. Nacido por la gracia de algún polvo y destinado a cascarla como todo hijo de Dios. Aunque él en este apartado se crea superior. Inmensamente superior.
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¿Se imaginan a una buena persona, cordial, amable y educada, afirmando que "existen males mayores que los que están sufriendo en estos momentos en Haití"? Uno lee hasta aquí y por un momento podría preguntarse a qué tipo de males se referirá este samaritano de la verdad. Porque existir, digo yo que existirán esos males. No lo sé. No puedo ponerlo en duda, entre otras cosas porque no soy yo quien para juzgar el mal ajeno llegados a ese punto. Pero uno continúa prestando atención al discurso y descubre que esos grandes males a los que se refiere este mamarracho, pasan por afirmaciones tales como que lo que deberíamos de hacer los mortales, sería "llorar por nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción materialista de la vida".
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¿Y qué cojones sabrá este cantamañanas sobre mi espiritualidad y mi puñetera vida? ¿Y quien coño le ha preguntado a este por lo que yo tengo llorar? ¿Eso es de verdad más importante que la muerte de un solo niño? Póngase un buzo, deje de decir payasadas sin sentido y váyase a Haití a ayudar. Sea útil por una puta vez en su vida. No soy quien para darle órdenes, pero si usted tiene cojones para entrometerse en mi conciencia, yo los tengo para meterme en la suya. Y con más fundamento.
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Por un momento se me vino a la cabeza el padre Ernesto. ¿Lo recuerdan? Aquel miserable de la sotana que un día se llevo a Esperanza. Pero no. El autor, un tal Munilla o algo así. Obispo de Donosti o eso dicen. Que me la suda tanto o más que el tsunami de la patética Karmele Marchante, vamos. Un tipo que con su nombramiento ha creado una cierta polémica en ambientes políticos que nunca me ha interesado, pero que a partir de ahora me interesarán. Yo tampoco le quiero. Váyase a la mierda.
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¿De verdad que todavía queda gente que se pregunte el porqué los jóvenes cada vez pisan menos una iglesia? ¿Este tipo de borregos son los que van a mostrarme a mí el camino del Señor? Eso sí que es incomprensible. Que Dios nos pille confesados.

1 comentario:

Jeijo dijo...

La iglesia está condenada a la extinción... mucho tendrán que cambiar su postura para que no se así.
Cada vez convencen a menos y cada vez meten más la pata con historias así...