sábado, 14 de mayo de 2016

El buitre y su lacayo.





Con un "Buenos días, bienvenido a Springfield ", me recibía esta mañana un chavalito, de no más de 20 años, al entrar en una de sus tiendas a saludar, que no a comprar, a una de las chicas que allí trabajan. Y es que, mucha imagen, mucha educación, simulación de preocupación por el cliente y mucha polla, pero aquí tenemos a una de esas empresas que, a pesar de su enorme facturación, trata a su propia gente como basura. ¿Y porqué digo esto? Sencillo. Os dejo dos ejemplos.
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Ejemplo 1.
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Recuerdo cuando, allá por 2012, mi amiga, llamémosla Maider, se vio obligada a denunciar a la empresa para la que trabajaba. La razón, era simple. Siendo jefa de tienda (o como ellos lo llaman, "de sucursal"), tuvo un hijo, se vio obligada a coger una reducción de jornada para poder atenderle y por ello, su empresa, Springfield, perteneciente al grupo textil Cortefiel, decidió apartarla de su puesto y degradarla a dependienta y moza de almacén, maniobra que, y según declararon ellos mismos en el juicio y para asombro del propio juez, era algo habitual en la empresa, a nivel estatal, con el resto de madres que, teniendo la categoría de "jefa", se acogían a una reducción de jornada. Y como no, dicha degradación, iba acompañada de una merma considerable de sueldo, puesto que desde ese mismo momento, dejaban de cobrar también dicho complemento salarial. 
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Maider, como se pueden suponer, ganó el juicio y el juez no sólo dictó que debían de empezar a pagarle como jefa, sino que además debian de ingresarle todo lo que le habían dejado de ingresar durante el tiempo transcurrido desde los hechos y que debía de seguir ocupando el mismo puesto que había venido desarrollando hasta entonces: el de jefa de sucursal. Sentencia firme, sin opción a recurso. Con dos pelotas. 
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En aquel juicio, contra Maider, se ofrecieron a declarar tres personas. Una de ellas, el jefe de zona de la cadena de tiendas, otra, el que era el actual jefe de tienda o sucursal, a quien habían contratado poco antes para cubrir la vacante que, en teoría, había dejado Maider. Y la tercera, una chica que, a pesar de tener contrato de dependienta, había ejercido también de encargada durante algún tiempo. Al final, solo declararon dos. El jefe de zona y la chica que había jugado a ser encargada sin serlo. El que llevaba poco tiempo en la empresa, no tuvo que hacerlo, ya que el juez lo vio todo tan claro, y los otros dos dijeron tantas estupideces, que ni la propia denunciante, ni su defensa. se vieron obligados a abrir la boca. Bastaron tres o cuatro preguntas más del juez, para que aquello terminase en un "visto para sentencia". El fallo, como ya he dicho, a favor de Maider. 
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Lo curioso es que, pasados los años, puedo decir alto y claro que es muy cierto eso de que, "a todo cerdo le llega su San Martín". La chavalita que jugaba a ser encargada sin serlo, fue despedida poco tiempo después. El encargado nuevo que no llegó  a declarar, pero que se prestó a ello, fue padre, pidió también una reducción de jornada, le degradaron a dependiente, tuvo que denunciar a la empresa y hoy en día, tampoco forma parte de su plantilla. Qué curioso, verdad? Ayer ibas a declarar contra tu compañera, comiéndole la polla a tu jefe y hoy denuncias tú por lo mismo. Eres un artista, muchacho. Y el jefe de zona, una especie de mafiosillo, pero en pequeño y tonto, ha sido degradado a simple dependiente, creo que en un outlet de la propia cadena. Vamos, que no le han mandado a la puta calle, porque les sale caro, que sí no... 
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¿A donde quiero llegar con esta primera historia? Sencillo, amigo, sencillo. Que por muy comepollas que seas y por muy "empresa" que te creas, no dejas de ser un teleñeco más en manos de una gran cadena que, hoy te dora la píldora, pero mañana, les sobrarás y te dará una buena patada en las pelotas. Y entonces, todos se reirán de ti. Porque, no lo olvides, a todo cerdo, le llega su San Martín.
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Ejemplo 2.
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En Bizkaia, entre 2009 y 2015, el sector del comercio estuvo sin convenio. Vamos, que las empresas, incluida Springfield, pagaban a sus empleados como les salía de los huevos. A finales de diciembre de 2015, se firmó, por fin, un convenio, válido precisamente, entre esos mismos años, dejando de nuevo a todos los empleados del sector sin convenio en la actualidad. Bien, pues ¿recuerdan a Maider, la de la anterior historia? Esa chica, debido a una enfermedad, terminó por dejar la empresa, pero no de forma voluntaria ni por despido. Dejó de forma parte de Springfield, porque, desde el Instituto Nacional de la Seguridad Social, le concedieron una incapacidad, por lo que en principio, no va a poder trabajar más. 
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Elementalmente, una vez firmado dicho convenio, Maider solicita a la empresa sus atrasos, puesto que, aparte de corresponderle por ley, también le afectaría al importe de su pensión por dicha incapacidad. ¿Y cual es la respuesta de Springfield? Le niegan atraso alguno, de la misma forma que se lo han negado al resto de empleados que, al igual que Maider y cada uno por sus razones, ya no forman parte de la empresa, incluidos los comepollas de mi primera historia, pero que, consultados los pertinentes gabinetes jurídicos sindicales y privados, han de hacer efectivo. Elementalmente, los tribunales decidirán e informaré aquí mismo a su debido momento, pero para mí, todo el grupo Cortefiel, al cual pertenece la cadena Springfield, han pasado a ser, desde ya mismo, tiendas non gratas. Ni un euro más a estos miserables. Y a los comepollas, recodar lo del cerdo y lo de San Martín. Antes o después, os llegará el turno. 

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