lunes, 21 de mayo de 2018

No lúcida, bella y loco





Lúcida. Hoy no está lúcida. Bella. Hoy está bella. Comprendo, del verbo comprender. Pero ella hoy no comprende. Nada. Nada de nada. Desvaría. Hoy desvaría. Hoy desvaría mucho. Demasiado quizás. Más que nunca, me arriesgaría a decir. Loco. Ese soy yo. Loco. Que no entiende. Loco. Que no quiere entender. Loco. Que no puede entender. Madre solo hay una, hasta cuando no te conoce. A un lado de la cama, ella, bella, vestida de hospital. Al otro lado de esa misma cama, yo, loco, vestido de calle. Me llaman “visita”. A ella le llaman “paciente”. Y no es de paciencia. Se quiere levantar, pero no sabe que no puede. Se quiere marchar, pero no sabe a donde. Me quiere llamar por mi nombre, pero no sabe como me llamo. Espera que venga su hijo, pero su hijo lleva aquí rato. Aunque ella no lo sepa. Quiere decirme algo, pero no sabe lo que me dice. Y tengo que darle la razón. Siempre la razón. Como a los tontos, como me dijo su neuróloga. Como a los tontos, pero ella no es tonta. También me lo dijo su neuro. Solamente está enferma y no tiene cura. El Alzheimer no tiene cura. Nunca la tuvo. La locura tampoco. O sí. Yo que sé. 

Y aquí seguimos, a un lado de la cama, ella. Bella. Con su mala o nula memoria, hablándome en presente de sus hermanos, esos que hace años se convirtieron en almas, pero ella no recuerda. Y al otro lado, yo, loco, que a veces sufro la locura, pero otras disfruto de ella. 

Sé que muchos no entenderéis de lo que hablo, pero a mí eso me da igual. A mi madre también. A mi madre aún más que a mí. 


(Salva Belver)

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