miércoles, 30 de mayo de 2018

Vivencias de un día cualquiera en el que la nostalgia no tiene cabida.



Una terracita de bar. 10 y pico de la mañana. Me siento solo en una de sus mesas. Me pido un pincho de bonito con anchoa y un cortado. “Con muy poca leche, por favor”. En mis auriculares, el ultimo disco de David Ojeda. Fresquito. Ha salido hoy mismo a la venta. Sé que no te sonará de nada. Dale una oportunidad. No solo a sus discos; también a sus libros. Poesía pura. De la que te hace pensar. Y observo. Observo a la gente de las mesas de al lado. Todos absortos en sus conversaciones. Unos sonríen. Otros discuten amenamente. Cada uno a lo suyo. Cada uno con su café. Pero parecen felices. Quizás eso sea la vida. Compartir una charla y un café. Una mirada distraída a veces y una mirada devuelta otras. 

Los de la mesa de al lado se dan cuenta de que les observo. Me miran y sonríen. Les devuelvo la sonrisa. Creo que se han percatado de que simplemente observo. Me gusta observar. Y el cielo promete lluvia. No me gusta la lluvia. Siempre me jode los planes. Yo soy más de sol. De sol y de calor. Por eso me gusta tanto el sur. A pesar de los encantos y paisajes del norte. Mis gafas de sol protegen mis ojos, no de un sol inexistente, sino de una mirada triste. Y eso que no estoy triste. Lo prometo. Pero a veces las miradas son así. Van por libre. Será el sueño. Esta noche me ha despertado un trueno y me ha costado volverme a dormir.  Nada nuevo en la vida de un tipo que olvidó dormir. 

Terminaré mi cortado. El pincho me lo he comido sin ganas. Me levantaré y me iré. Aunque primero me fumaré un cigarro. Otro. Si, he vuelto a fumar; y qué? Es mi vida. Mi puta vida. Me agobian tantos "¿porqué has vuelto a fumar?". Porque me sale del coño. Aunque mi madre sé que no me espera hoy, como tampoco me esperaba ayer, ni me esperará mañana, quiero estar un rato con ella. Hacerle reír. Contarle un chiste que no entenderá. Dejarla que yo sea quien quiera ella que sea. Me da igual que su hijo, que su hermano fallecido hace casi 20 años, que el chico de la residencia que le ayudó ayer a acostarse. Seré quien ella quiere que sea. Aunque yo tenga claro que soy solo su hijo. Ese mismo que ella no parió de forma natural, pero que salió de sus entrañas un 8 de noviembre de principios de los 70. 

Y así pasaré la mañana. Disfrutando de los pequeños detalles. Cuatro WhatsApp que te animan la jornada. Un par de “me gusta” en Facebook. Un email que te dice que hacienda te devuelve, no te quita. Una llamada que te hace una oferta de telefonía que rechazas. Mi música en mis auriculares, donde suena de todo, salvo el puto reggeaton. Mi pincho, mi cortado y la soledad de una mesa de bar con otra silla enfrente vacía, aunque yo la llene con mi imaginación. 

Y yo aquí, escribiendo chorradas que no dicen nada, pero que me gusta escribirlas. Porque la vida es esto. La vida no es nada, pero a la vez lo es todo. Vive. Si tú vives, yo vivo. 

“Dos con sesenta”. Pago y me voy. Me voy con mi rollo a otra parte. Siento no haberte contado nada decente esta vez, pero me apetecía escribir. Aunque sean solo chorradas. Y David Ojeda sigue en mis auriculares, mezclándose con Andrés Suarez, con Lorca o con Siloé. No sé si son canciones tristes o alegres. De amor o de desamor. Por mis amigos. Los de toda la vida y los nuevos. Por mis amores pasados y mis amores futuros. Por mi madre, que no sé si está. Por mi padre, que sé que no está. Por mis hijos, que siempre estarán. Por ti. Por mí. Y por esa gente que tomaba su café a mi lado, sin estar conmigo. Por esa silla vacía frente a mí que yo he llenado con mi imaginación. 

Y al final, acabo engañándote. La nostalgia sí que ha tenido cabía. Quizás sea por eso de que, la nostalgia, ay, la nostalgia, es el patrimonio de los adultos. Y yo peco demasiado de nostálgico. A mis 46 y medio...

(Salva Belver)

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