jueves, 22 de noviembre de 2018

¿Qué sabes de papá?









-Hola, me llamo Alzheimer y he venido para quedarme a vivir con ella... con tu madre-, me dijo de golpe aquel día, hace de esto unos pocos años ya, tampoco muchos. Le miré, extrañado, de arriba a abajo y no dije nada, aunque la primera impresión que me llevé de aquel primer encontronazo, fue que no nos íbamos a llevar nada bien. “Te puedes ir por donde has venido”, pensé, “o mejor, a tomar mucho por el culo”, pero lo dije en silencio. Tampoco iba a servir de nada decírselo en alto. Quizás para que, encima, se enorgulleciese de su maldad. Hay, además, enfermedades tan hijas de puta, que nunca escuchan. Y tampoco se merecen que las alimentes hablando con ellas. Esta es una de ellas. 

Tiempo después de aquel primer contacto, creo que un miércoles por la tarde, el Alzheimer de mi madre me volvió a hablar. Yo estaba con ella, con mi ama, ambos sentados en una especia de sofá de la residencia donde la cuidan. 

-Hola, ¿te acuerdas de mí? Como siempre me ignoras cuando estás con ella y haces como si yo no existiese... pero que sepas que sigo aquí y que me pienso quedar. Y que sepas también, que me he hecho más fuerte. Mucho más fuerte. Más fuerte que aquel día en le que me presenté y más fuerte que el día en el que me diagnosticaron. Y más fuerte incluso que ella, que tu madre-.  

Tampoco dije nada aquel día. No tenía nada que decir. Ni siquiera quise mirarle. “Anda y que te den por el culo”, pensé de nuevo. Así que, bajé la mirada al suelo en plan desprecio absoluto, me miré las playeras, azules, como casi siempre; miré las zapatillas de mi madre; de andar por casa, como casi siempre también, y pensé en algo que ya no recuerdo; en cualquier chorrada, con tal de olvidar aquella conversación. Quizás en que ambas zapatillas, de calle y de casa, eran bonitas. Hasta que mi madre me sacó de aquel atolladero con su extraña pregunta: 

-¿Qué sabes de papá? Hace mucho que no viene a verme. ¿Le ha pasado algo? ¿En qué anda metido? ¿No andará con otra, no? Anda que... con lo bueno que era y lo bien que se ha portado siempre conmigo, y mírale ahora...-

-¿Papá? ¿Qué papá? ¿Mi padre? ¿Eh? ¿Como dices? ¿Papá... papá?-  La piel, mi piel, de gallina. Mi padre murió hace más de diez años ya, pero no dije nada; preferí seguirle la corriente. Por un momento, no supe si hablaba con mi madre, o hablaba con aquel otro hijo de puta que llevaba metido en su cuerpo, al que yo trabata de ignorar. Bueno, en su cuerpo no; en su cabeza. Porque el Alzheimer es, creo, como un parásito de esos, que se aloja en tu cabeza y te va chupando cerebro por dentro. Algo así, vamos, que tampoco me hagas mucho caso. 

-Si, papá, papá, tu padre, concho; ¿que otro papá iba a ser? no te hagas el tonto tú también. ¿O es que sabes algo que no me quieres contar? 

El Alzheimer se reía. El muy hijo de puta, se reía. Ya no sé si de madre, de mí, o de los dos. Yo creo que de los dos. Se reía de los dos. Sí. De los dos. Le miraba de soslayo, porque nunca me he atrevido a mirarle de frente, no sé si por asco o por cobardía, y veía cómo se reía y como disfrutaba. Aunque mi madre no era capaz de verle. Sé que ella me miraba encima, como si yo la estuviese bacilando. 

-Mamá, creo que papá está... está... está en el pueblo. Creo que ha ido a coger castañas. Sabes que todos los años iba. Sí, eso, ha ido a coger castañas. Ya verás, vendrá cualquier día de estos con un par de sacos o tres. Como siempre. Castañas... 

-Anda, castañas... pues cuando venga, que me traiga unas cuantas, que seguro que aquí nos las asan. Pero que traiga para todos, que aquí somos muchos. Pero, ¿y ha ido él solo? ¿No habrá ido con alguna? No sé, pero no decirme nada... pero nada de nada... hijo... con lo que era tu padre. ¿Y como que no has ido tú con él y así le ayudabas? Ah, claro, el trabajo, porque sigues trabajando en la mina, no? Claro. Y oye, que contenta me tienes, que me dicen el otro día aquí que si te has separado, y yo que ni siquiera sabía que te habías casado... pues vaya cara de tonta que se me puso. 

-¿Separado? Anda, calla, ¿quien te ha dicho eso? ¿Y como que no sabías que me había casado? Si fuiste tú la madrina de la boda, ama. Me casé hace ya muchos años. Tú ibas de verde. ¿No te acuerdas? 

-Anda, anda, deja de reírte de tu madre, que bastante tengo ya con lo de tu padre. No creo yo que te hayas casado, pero si lo has hecho, eres un sinvergüenza por no decirme nada. Si por tener, ni novia tendrás... 

-Ama, casado y con hijos-. Y entonces, busco en el móvil y le enseño las fotos de los niños. Las mira y se le ilumina la cara: 

-Anda, si estos niños vienen a verme muchas veces aquí a la residencia. Que sí que sí, que yo les conozco. A los dos. Pero, ¿quienes dices que son? ¿tus hijos? Anda, calla. Tus hijos van a ser... Ya les voy a preguntar a ellos yo cuando les vuelva a ver. Si son más resalaos... 

Y ahí, perdí la noción del tiempo y del espacio. Dejé de saber donde estaba. Aunque mirase al suelo, no era capaz de verme las playeras. Ni las mías, azules, ni las de mi madre, de casa, creo. Deje de saber quien era y porqué estaba allí. Y sin mirarle de frente al Alzheimer, porque nunca he sido capaz de hacerlo, solo se me ocurrió decirle, en bajito, muy bajito, para que mi madre no me escuchase, lo hijo de la grandísima puta que era, y que ojalá algún día encontrasen esa arma de destrucción masiva con la que poder acabar con él. Porque no se merece otra cosa. Esa enfermedad que no se sabe bien quien la sufre más, si el enfermo o la familia. O quizás los dos en la misma medida, pero de distinta manera. Y lo difícil que resulta ocultarle una lágrima a una madre; aunque esta esté enferma. Pero creo que lo logré. Creo que lo he logrado siempre. 

Y así, un día tras otro. Un día tras otro... Cada día, una aventura (o desventura, mejor dicho). Porque hoy me ha reconocido, pero ayer no. Y mañana quien sabe. Un día soy su hijo. Otro, su hermano. Otro, un empleado de la residencia. Y así, una familia tras otra. La familia de Pilar. Y Pilar. La familia de Margarita. Y Margarita. La familia de Isabel. E Isabel. La de Valeriana. Y Valeriana. Y Antonio. Y Ricardo. Y Esperanza. Y Manuel. Y Rosa. Ellos olvidando. Nosotros recordando como eran antes de que olvidasen. Y el Alzheimer, el puto y malvado Alzheimer, riéndose a carcajadas. Riéndose de ti y de mi. Riéndose de ella y de él.

Y al día siguente, la historia se repite.

-¿Qué sabes de papá? Hace mucho que no viene a verme. ¿Le ha pasado algo? 




(Dedicado a todos y todas los que lo sufren. Tanto desde dentro, como desde fuera). 


(Salva Belver)

1 comentario:

Anónimo dijo...

-Hola, me llamo Alzheimer y he venido a robarle los recuerdos a tu madre -me soltó de golpe aquel día, hace apenas unos años.

Un saludo, amigo. Y cuídate, por ti, y de esos ideputas que tienes por compañeros.
Firma: El Aguador, en aquel año triste de fregonas y cuervos.