miércoles, 4 de septiembre de 2019

El tipo de blanco que no era tipo.




                                       


Hay historias que uno no sabe si contar o no contar, más que nada, porque pueden llegar a ser difíciles de creer. Como en este caso, que por creer, no me la llego a creo ni yo. Pero no es la primera vez que me ocurren cosas extrañas en este pueblo, así que... porqué no? Los que seguís este blog, ya os habréis leído alguna de estas historias, y los que no, pues oye, que este puede ser el momento para buscarlas y echarles una ojeada. Merecen la pena. Lo digo yo, que las he parido. 

Hace solo unos días, publicaba en mi muro de Facebook un vídeo donde recorría, de punta a punta, el pueblo que vio nacer a mi padre. Grabarlo me llevó algo más de una hora; mostrarlo en mi muro, solo 35 segundos, ya que lo grabé a propósito a velocidad ultra rápida. Algunos, incluso, se han quejado de que les he mareado por la velocidad de reproducción y de que no se habían enterado de casi nada. Exagerados. 

El caso es que, al grabar el video, me recorrí los lugares más significativos del pueblo para mí, y uno de ellos, por todo lo que significa, precisamente, es el propio cementerio. Allí descansan mis abuelos y mi prima, entre otros. Grababa con el teléfono móvil, el cual sujetaba con una especie de trípode y casi no le prestaba atención a la pantalla. Al llegar al cementerio, desde la puerta, sin llegar a entrar, y a través de esa pantalla a la que apenas había hecho caso, vi que había alguien dentro. Una persona mayor, vestida de blanco y con un sombrero del mismo color, que iba caminado desde la izquierda del cementerio, hacía la derecha. Lo primero que pensé, fue que aquel tipo, al que aun no había identificado, iba a joderme el vídeo, ya que al verme, se pondría a charlar conmigo. “Que sí qué tal, que si cuando has venido, que si cuando te vas, que si tu madre cómo va... que si aquí a poner unas flores...“; vamos... lo típico cada vez que voy por allí. Y eso que eran las 3 de la tarde, la mejor hora para hacer  lo que yo hacía sin que nadie te molestase. Unos estarían comiendo, otros en plena en siesta, y el resto, fuese donde fuese, pero refugiados de la solana que pega en Zamora a esas horas. Al desviar la vista de la pantalla del móvil y mirar hacia donde estaba el tipo aquel que vestía de blanco... allí no había nadie. Rápidamente, volví a mirar a través de la pantalla del móvil, y volví a ver como aquel hombre vestido de blanco, con un sombrero del mismo color, seguía cruzando el cementerio. Desde el lado izquierdo, al lado derecho. Caminando. Lento. A unos diez o doce metros, no más, de donde yo estaba. Volví a apartar la vista de la pantalla para mirar directamente, y de nuevo allí no había nadie. No me atreví a volver a mirar a la pantalla más veces. Retrocedí despacio, sin dejar de grabar, caminando hacia atrás... sin perder detalle, pero sin atreverme a mirar más a la pantalla. Allí no había nadie. Seguí caminando hacia atrás... quizás 20 metros... puede que incluso más. Me di la vuelta y aceleré sin dejar de grabar. Seguí con mi vídeo, como si nada, eso sí, pensando en lo que había pasado y con el miedo metido en el cuerpo. La lógica acabó diciéndome que habría sido algún reflejo, sin más. Algún reflejo de la pantalla. Sí, eso sería, un simple reflejo de la pantalla, nada más. Aunque aquel reflejo tuviese forma de hombre vestido de blanco y con un sombrero en su cabeza del mismo color. 

Cuando acabé de grabar el vídeo, lo primero que hice, como es de suponer, fue revisar la grabación para ver al tipo aquel de blanco, pero sobra que diga que allí no había nadie. Llegué a casa, se lo conté a mis tíos y a mi mujer... y no le di más importancia, aunque decidí tomarme una de mis “pirulas de la tranquilidad” para quitarme el susto de encima, que no se me iba. 

Quise volver a acercarme hasta el cementerio con más tranquilidad para volver a grabar y ver qué pasaba, pero al final... no me atreví. Ni esa tarde, ni al día siguiente. 

Lo que aquí cuento, es 100% real. Me sucedió este pasado sábado, 31 de agosto. Hoy, estoy seguro de que aquello no fue más que un reflejo de la pantalla del móvil... pero... cada vez que lo recuerdo, me da un escalofrío por todo el cuerpo... Y eso, de nuevo, me hace dudar. 

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