domingo, 22 de febrero de 2009

Los Mundos Azules cumplen un añito


Parece que fue ayer y llevo ya un año contando historias en este blog. Empecé el 22 de febrero de 2.008 con la entrada más emotiva: una dedicatoria a mi padre, al que cada día hecho de menos. Y llevo ya 53 entradas. Y casi 6.000 visitas. Eso significa mucho. En realidad este blog no es más que una forma de desahogo para uno mismo, donde escribo lo que me apetece en cada momento, pero lo que es la tecnología, cualquiera puede leerlo desde cualquier parte del mundo. Quien nos lo iba a decir hace veinte años, ¿verdad?
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Ha pasado un año. Quizá uno de los años más duros de toda mi vida y a la vez uno de los mejores. Extraño cruce de sentimientos que a uno le cuesta digerir, pero la vida es así de extraña. Un año ya de mis Mundos Azules. Los Mundos Azules de Salva.
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Gracias a todos los que aunque solo sea de vez en cuando, os dais un paseo por aquí. Y gracias a aquellos que aportáis vuestro granito de arena dejando algún comentario de vez en cuando. Espero seguir contando tonterías durante mucho tiempo, al menos hasta el día en el que no tenga ya nada que contar. Y si durante este año alguien se ha sentido ofendido por algún comentario, solo decir que no era mi intención. Solo pretendía ser sincero.
Gracias.

jueves, 19 de febrero de 2009

Los ochenta y tantos con Ana



Hay que ver lo creída que es la muchacha. Si hasta ella misma lo reconocía en el e-mail que me enviaba hace unos días, donde me sugería que hablase en mi blog sobre "aquellos maravillosos años" y que ya de paso, que diese mi versión de los hechos, sin tener yo muy claro a qué hechos se refería - o sí, quien sabe -. Lo que sí que tengo claro, es que la época a la que ella se refiere, es a la de los últimos coletazos de la adorada década de los ochenta. Y que son infinitos y entrañables los recuerdos que guardo de aquellos días y de aquellas gentes con las que me rodeaba. Recuerdos que por cierto, de vez en cuando me gusta desempolvar y darles un repaso.
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Ana entró en nuestras vidas a finales del año 1.986, cuando Mikel y Juan Carlos (ambos eran mis mejores amigos) y yo, no éramos más que unos simples mocosos que nos pasábamos las tardes comiendo pipas sentados en los bancos de aquel parque donde un día hubo un ferial y suspirábamos por tener nuestro propio coche (a ser posible un Golf) y por conocer a alguna niña que fuese guapa, agradable y sobre todo, y lo más importante, que nos hiciese algo de caso. Aunque no fue hasta 1.988 cuando debido a la proximidad de las fiestas patronales del barrio y al proyecto de montar una cuadrilla para ambientar las mismas, de verdad se amplió el grupo y aparte de Victor, Miguel Angel, Dani, Xaho, Nekane, Idoia, Rosa, Mertxe o Marimar, también se nos unió ella. Ana. La adorable Ana. 
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Ana lo tenía todo. Entraba dentro de ese tipo de niñas por las que suspirábamos mientras nos hinchábamos a pipas en el parque. Era guapa, agradable, inteligente y supo ser siempre una estupenda amiga, aunque no todo van a ser elogios; también era algo repelente en ocasiones y extremadamente pija y repipi. Pero nos encantaba a todos. Creo que no hubo un solo mocoso de la cuadrilla que no se enamorase de ella, aunque Ana era especialista en pasar de todos y en regalarnos calabazas un día sí y otro también. A todos, sin excepción. Incluido Juan Carlos, que siempre era el resultón del grupo. 
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Aunque como no éramos más que unos niños, todo nos daba igual. Ayer nos había enamorado con sus encantos y mañana sería nuestra mejor amiga, nuestra confidente y hasta mi celestina. A Ana le pedía consejo sobre aquella amiga suya inseparable que me gustaba ahora, sin contarle nada de que ayer había ocupado ella su lugar. Y ella nos soltaba la paliza a nosotros con aquellos que la gustaban, a la vez que la ayudábamos en lo posible a conseguirlos. Por mucho que tratásemos de convencerla de que solo la gustaban los tontos, como el Txutxi aquel, que aparte de tonto, era insoportable y engreído a más no poder. Incluso en la cuadrilla llegamos a bautizar unas patatas fritas de bolsa como "patatas de Ana", aunque ya no recuerdo porqué. O sí...

Tardes y tardes de lluvia en la Taberna Aitor. Aquel primer concierto de El Norte y sus "Diamantes Para Siempre" en la Plaza Nueva de Bilbao. Una pregunta sobre cine: "¿Quien engañó a Roger Rabbit?". Las reuniones de confirmación los viernes por la tarde o los domingos por la mañana, según les cuadrase a nuestros monitores, Julio, Maite, Conchi, Julia o Montse. Las inolvidables excursiones al Txarlazo, al Kolitza o al Pagasarri. Noches de verbenas en nuestro barrio y en los de alrededor. El inolvidable fin de semana rodeados de guitarras y de nieve en Ubidea. Los mejores amigos del mundo. Y cientos de horas gastadas en los bancos de aquel parque que aun hoy miro con nostalgia. Con mucha nostalgia. Con la seguridad de que allí nos juntábamos hace más de veinte años muchos de los mejores amigos del mundo.
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¿Mi versión de los hechos dices? Gracias, Ana. Un millón de gracias por aquellos años en los que fuiste tan importante. A ti y a toda aquella estupenda cuadrilla, algunos de los cuales aun siguen compartiendo el camino conmigo. 

lunes, 2 de febrero de 2009

Mi fracasado y absurdo plan

Hace ya muchos años tuve en mente un plan que al final nunca llegué a realizar y que me hubiese gustado llevar a cabo. La inspiración me vino a raíz de un hecho que me llamó extraordinariamente la atención y que se remonta al verano de 1.991, cuando me recorrí media Castilla y León haciendo autostop y caminando por los arcenes con la única compañía de una mochila y de un viejo walkman destartalao donde ya entonces sonaban Los Secretos. Aquel 14 de agosto, poco después del mediodía y bajo un sol abrasador, llegué a Herrera de Pisuerga. Agotado, sin comer y muerto de sed, le pedí a una anciana que estaba junto a la puerta de su casa un poco de agua para beber. Y no solo me dio agua, sino que aquella buena mujer me invitó a pasar a su casa para descansar e incluso me ofreció quedarme a comer. Me bebí casi dos litros de dos botellas distintas sacadas de la nevera; dos botellas de cristal de un litro cada una, con el viejo logotipo de Kas y tras una breve y amena charla con aquella agradable y bondadosa viejecita, continué mi camino rechazando aquella invitación para comer, no por falta de hambre o por querer hacer el feo, sino por las ganas que querer llegar ya a mi destino tras más de ocho horas de extraño viaje. Durante el resto de aquel verano no fui capaz de quitarme de la cabeza aquel gesto ni a aquella anciana. Años después he pasado varias veces por aquel lugar y me he quedado mirando la casita, contándole la historia a quien me acompañase en ese momento y aunque me hubiese gustado parar y llamar a la puerta, algo me decía que aquella mujer ya no iba a estar allí, así que nunca me atreví a probar suerte.

Inspirado por este hecho, aquel plan que nunca llegué a realizar consistía en pasarme una semanita en algún lugar de la península donde, elementalmente, no me conociese nadie y buscarme la vida para todo. Para comer, para dormir, para subsistir, incluso para pasada esa semana, poder regresar a mi casa. -Pues vaya plan - pensarán algunos. Al fin y al cabo eso es lo que hacemos todos cuando salimos de vacaciones o de fin de semana y no lo contamos en un blog. Pero mi plan era algo más complicado, pues consistía en no llevar ni una sola peseta en el bolsillo, ni tampoco tarjeta de crédito con la que poder sacar dinero. Ni tan siquiera teléfono móvil para llamar en caso de que las cosas se complicasen. Aquella sería una aventura de una semana tan solo con lo puesto, así que habría que escurrir el ingenio incluso para poder ponerse cada día un calzoncillo nuevo o limpio y no oler a jabalí. Y elementalmente en mis planes no figuraba cometer falta o delito alguno contra la propiedad. Para eso ya están los bancos y las cajas.

Mis planes pasaban por pedir si fuese necesario o por montar cualquier tipo de numerito para conseguir dinero, incluso hacer cualquier trabajo de pronto pago y si llegado el momento de tener hambre y no haber conseguido un duro, pues a la panadería y a la charcutería de turno a meter la paliza al tendero o tendera para conseguir al menos un churrusco de pan y unos gramillos de jamón york o de mortadela "by the face". Y si en una no había suerte, pues a por otra. Muy mal tendría que darse para no conseguir algo que llevarse a la boca. Y a la hora de dormir, más de lo mismo. Hostal por hostal, pensión por pensión y a tratar de conseguir cama gratis y si no había suerte, algo muy probable, pues a la iglesia del pueblo, a la Cruz Roja o a intentarlo con cualquier vecino que te quisiese cobijar.

Algunos de mis amigos al contarles el proyecto, pensaron que de un tiempo a esa parte se me había ido la pinza un rato largo. Otros lo veían como algo curioso, pero no evitaron decirme que estaba "chalao". Pero dos de ellos se ofrecieron a acompañarme y a vivir aquella experiencia conmigo, aunque querían negociar al menos la posibilidad de llevar una tarjeta de crédito por si acaso y un teléfono móvil. Por si las moscas. El asunto prometía, pues ya no iba a ir solo.

Tras aquella aventura, aun quedaría pendiente un plan "B", que consistía en regresar al lugar tiempo después y pagar la deuda generada. Con todo bien anotado, devolver a sus gentes cada duro prestado o cada trozo de pan entregado de corazón. Porque una cosa es querer vivir una experiencia curiosa y otra ser un caradura. Y el fin de todo aquello no era otro que comprobar la amabilidad, el trato y la reacción de la gente en primera persona cuando uno le pide para comer o para vivir.

Al final pasaron los años y uno fue adquiriendo compromisos varios y aquella aventura no pudo ser, pero me hubiese gustado que en vez de contar hoy esto aquí, que al final no tiene interés alguno y no es mas que paja, hubiese contado como nos fue mi plan. Mi fracasado y absurdo plan.


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A aquellos que por circunstancias de la puta vida y sin quererlo, se ven obligados a vivir de la misma forma en que yo creí una aventura. Y a aquella anónima viejecita.