domingo, 25 de enero de 2009

Todo lo que perdí


Echo la mirada hacia atrás y me doy cuenta de que en estos treinta y muchos años de vida que tengo, son muchas las cosas que perdí. Perdí varias veces la memoria. Perdí muchas ocasiones que hubiesen cambiado mi vida por completo. Perdí recuerdos que me hubiese gustado guardar para siempre. Perdí varios discos y algún que otro libro, varias veces las llaves de casa, alguna moneda y pocos billetes. Perdí el autobús y un bono de diez viajes. Perdí varios amigos que no hubiera querido nunca perder, unos por abandonar esta vida antes de tiempo, otros porque la distancia y los años sin verse no son buenos aliados y los terceros, porque vete tú a saber que concepto tuvieron en su día de este "amigo" y de la amistad. Perdí a mi padre de la noche a la mañana, a todos mis abuelos y a varios familiares de esos de no olvidar nunca jamás. Perdí varias novias que me trataron bien y que dejaron el camino libre a la que hoy es mi mujer. Perdí algún trabajo mal pagao y con él de vista al imbécil de mi jefe ya forrao. Perdí muchas veces la paciencia y alguna incluso el control, pero tengo muy presente que a pesar de tanto y tanto perder, también hubo mucho que gané.

Gané a mi hijo y gané a mi mujer. Gané un puñado de amigos con los que aun mañana sé que contaré. Gané a la familia que me queda y una pedrea en la lotería que ya cobré. Gané tu confianza y las ganas de querer.

viernes, 23 de enero de 2009

Con la iglesia hemos topado


Recientemente y debido al fallecimiento de una persona de mi entorno, fui testigo, siempre bajo mi humilde punto de vista, de una de esas tantas y tantas caras oscuras de la iglesia de nuestros tiempos. De los nuestros y de los de antes, pues en cientos de años poco se han sabido renovar estos señores, la cosas como son. Sin quererlo y mucho menos sin desearlo, me vi envuelto en una especie de secta consentida, con cantos eclesiásticos, ridículos acordes de guitarra, rezos, lecturas difíciles de entender y extraños hermano varios salidos creo yo de hasta debajo de las piedras, con buenas caras frente a la galería que parecen ir de buenos y samaritanos, pero que fíjate tú, me inspiran menos confianza y menos amor que el mismísimo demonio, si es que este tipo existe, claro, que cada día esta historia suena más a cuento chino cutre y desfasado.
.
Y aunque no soy persona indicada para juzgar, pues el caso me roza pero no me afecta de lleno, reconozco que por un momento sentí vergüenza. Vergüenza por aquel absurdo circo y vergüenza porque al fin y al cabo quien vio aquella escena desde la grada pudo pensar que yo formaba parte de tan dantesco espectáculo. Porque claro, nadie preguntó lo que me parecía a mí todo aquello. Ni a mí, ni a los otros ajenos al reparto, pero unidos al difunto.
.
Y lo que más me aprieta las pelotas, es que muchos o casi todos de aquellos hermanos samaritanos de buena fe reunidos frente a un nicho donde quizá sobrase todo aquel que no fuese directo con el infortunado Señor José, mucha cara triste, mucho rezo, pedir a Dios y mucha polla, pero en vida quizá ninguno tuvo huevos para decirle: - Don José, ¿que tal le va? yo le ayudo, ¿qué necesita? -. Y digo "quizá" porque tampoco lo tengo claro, pero me lo imagino. El hombre es así de generoso y solo santifica tras la muerte.
.
Días más tarde, el destino y el puto compromiso me volvieron a sentar de nuevo en la última fila de cualquier otra iglesia y aburrido de mirar siempre al suelo y escucha el mismo ronroneo, quise prestarle atención a las palabras de quien dirigía todo aquello. Porque hagan la prueba. Yo ya la hice. Cualquier domingo de estos pregunten a los asistentes de la misa de diez, de doce, o de una, de qué ha hablado el sacerdote ese día y verán que ni el más beato de todos tiene ni puta idea. La respuesta será siempre a misma: - ¿de qué va a hablar? de lo de siempre... -. Pero yo ese día, quien por cierto, a mi edad conseguí bajar un poco la media de edad del local, que no superaría sin mi ayuda los 70, decidí escuchar y al final llegué a una fácil conclusión: ¿de verdad somos tan ignorantes de creernos semejante tontería? ¿es normal que a día de hoy sigan teniendo tanto poder estas cosas? Porque aquí un servidor, aun dudando en ciertos momentos de que realmente exista, cree en Dios, pero en mi Dios. En un Dios creador, bueno y comprensivo que entiende la puta realidad y que no castiga ni lanza llamas al que folla o se hace pajas. Que el placer no es pecado, cojones. Pecado es ser hipócrita y engañar con el más allá. Y aunque es evidente que todos somos iguales, son ellos quienes más diferencias marcan. Así que como bien dice un viejo refrán, ellos en su casa, yo en la mía ...y Dios en la de todos.
.
Amén.

martes, 13 de enero de 2009

Por si las moscas

Me ocurrió hace ya bastantes años, pero es una anécdota que me costará olvidar. El colega llevaba ya varios meses dándonos la paliza para que fuésemos una noche a su casa y así mostrarnos sus dotes en la cocina. Y es que todo sea dicho, le encantaba fardar, la mayoría de las veces más de la cuenta, pues en el fondo no era más que un pobre pringao. Y cada día que coincidíamos, la misma historia: - a ver cuando venís a cenar un día a casa -.

Al final y más por las ganas de librarnos de él y que dejase de darnos la chapa, que por las ganas de probar sus dotes culinarios, pusimos un día en el calendario y fuimos a su casa a cenar. Algo normalito, nada fuera de lo común. Un poco de picoteo al principio y un trozo de carne "pa" después. Y algo de vinito, aunque como había que volver en coche, la botella se la bebió él solo. El resto tan solo la catamos.

Terminada la cena y sin tan siquiera ofrecernos la oportunidad de tomar un café, la sorpresa fue bestial. El muchacho sacó una cuenta reciente de algún supermercado donde venía absolutamente todo lo que había formado parte de aquel menú. Incluso las botellas de vino que tan solo degustó él. Y sin inmutarse nos dijo a todos: - en el super esto me ha salido cinco mil setecientas pelillas... que dividido entre seis, tocamos a novecientas y pico por cabeza, que redondeando, pues a mil pesetinas de -. Los demás nos miramos y sin decir nada, cada uno echó mano a su cartera, sacó el dinero y puso sobre la mesa la cantidad mencionada. Un rato después volvimos a casa con una extraña sensación de que algo había fallado, pero sin saber bien el qué. Desde aquel día, no he vuelto a pisar aquel lugar. Y no se porqué, pero ahora cuando alguien dice de invitarme a algo, sea lo que sea, le miro con recelo y antes de aceptar la invitación, miro en mi cartera por si tengo suficiente dinero para pagar al menos mi parte. Por si las moscas.