lunes, 27 de octubre de 2008

Los monos que suben y bajan


Esto no es mío. Me lo envió por e-mail Olga, me ha parecido interesante y me apetece publicarlo aquí para compartirlo con todos vosotros:




Un buen día llegó al pueblo un señor alto, elegante y bien vestido con un traje muy caro, que se instaló en el único hotel que allí había, y puso un aviso en la página del único periódico local que decía que estaba dispuesto a comprar cada mono que le trajesen por 10 euros.

Los campesinos, que sabían que el bosque estaba lleno de monos, salieron corriendo a cazarlos. El hombre aquel elegante y bien vestido compró, tal y como había prometido en el aviso, los cientos de monos que le trajeron razón de 10 euros cada uno sin rechistar. Cuando quedaban ya muy pocos monos en el bosque y era difícil cazarlos, los campesinos perdieron interés y dejaron de ir a cazarlos, por lo que el hombre ofreció entonces 20 euros por cada mono. Los campesinos corrieron otra vez al bosque. Nuevamente, fueron mermando los monos y el hombre elevó la oferta a 25 euros, por lo que los campesinos volvieron al bosque, cazando los pocos monos que quedaban, hasta que ya era casi imposible encontrar uno. Llegado a este punto, el hombre ofreció hasta 150 euros por cada mono, pero como tenía negocios que atender en la ciudad, les informó que dejaría el negocio de la compra de monos a cargo de su ayudante.

Una vez que viajó el hombre bien vestido vestido a la ciudad, su ayudante se dirigió a los campesinos diciéndoles: -fíjense bien en esta jaula llena de miles de monos que mi Jefe les compró para su colección. Yo les ofrezco venderles a ustedes todos los monos por 35 euros cada uno y cuando mi jefe regrese de la ciudad, ustedes se los venden por 150 euros cada uno. Los campesinos contentos y frotándose las manos, juntaron todos sus ahorros y compraron los miles de monosque había en aquella gran jaula, a la espera de que llegase el día de regreso del que ya llamaban "el jefe".

Desde ese día, no volvieron a ver ni al ayudante ni al jefe. Lo único que vieron fue la jaula llena de monos que compraron con sus ahorros de toda lavida.

Ahora tienen ustedes una noción bien clara de cómo funciona el Mercado de Valores y la Bolsa.


Anónimo.

martes, 21 de octubre de 2008

La chica del tubito


Un día cualquiera, 8 de la mañana. Una chica joven que no llegará aun a los 30 entra en un ambulatorio de barrio. Su misión: entregar un tubito de orina. Los pocos asientos que hay en el centro médico están ocupados. Algunos por adolescentes que investigan su móvil. Otros por alguna pareja cercana también a los treinta, aunque quien sabe, a veces las apariencias engañan. Los que más, ocupados por personas mayores. Algunos ,quizá, sesenta y tantos años a sus espaldas. Otros de setenta o más. Hay quienes, creo, tienen algún tipo de bono, pues siempre están allí. La salud es lo primero. La chica del tubito espera paciente su turno. De pie, claro está. No hay sitios libres donde sentarse. Nadie mira a nadie. Ella no tiene prisa, pero quizás esté cansada. Es algo que salta a la vista. A la vista de todos. Menos a la de los gilipollas. Por fin la toca su turno. Nadie conoce a nadie, así que, ¿porqué iban a colarle a ella? Aunque su misión tan solo consista en entregar un tubito con algo de orina. Tan sencillo como: - dame! -, - toma -, - hasta otra -, - muchas gracias, buenos días -. 
Mismo día. 10:30 de la mañana. La chica del tubito se dirige hacia la parada del autobús. De camino, pasa por un parque donde, casualidad, pasean varios de los mayores del ambulatorio de esta mañana. Hay varios bancos libres, pero no se sientan, ahora prefieren pasear. Es posible que no estén tan cansados; tanto tiempo sentados en el ambulatorio, es normal. Prefieren caminar. Se fijan en la chica y hasta la sonríen, como si fuesen majos, pero ella les ignora. Vete tú a saber porqué.
Junto a la parada del autobús hay un supermercado y ella tiene hambre. Entra y coge una caja de Dónuts. Sólo una caja de Dónuts. Espera en la cola. Hay cinco o seis personas con carritos llenos hasta la bandera y un cesto solo en el medio de la nada, lleno de comida, pero como abandonado. Pero a la chica del tubito nadie la mira. De repente aparece una tipa con una bandejita de jamón que sonriente suelta en la cola: - solo llevo esto -. Todos balbucean, pero la caradura de los huevos consigue colarse. Y según avanza la cola, aparece una tonta de los cojones llena de cosas entre los brazos que de mala ostia asegura que aquel cesto medio abandonado, que quedado ya a un lado, es de ella y que está antes que la chica del tubito y que alguna más. Y la muy hija de la gran puta va y se cuela, así, por la cara. - En fin... estoy cansada, tengo hambre, pero no tengo prisa - debió pensar la chica del tubito. Guapita ella, por cierto.
Por fin coge el autobús. Este va lleno. Gente sentada y gente de pie. A la chica del tubito, que ya no tiene tubito porque se lo entregó a la enfermera que no la conocía de nada y por eso no la había colado en tan fácil operación, le toca ir de pie. Nadie se inmuta. Los que van de pie poco pueden hacer. Los que van sentados, no ven más allá de sus libros, sus periódicos o sus putos teléfonos móviles, muchos más inteligentes, sin duda, que ellos. Los más simples, bastante tienen con ver el paisaje que ofrece una ventana sucia y llena de dedos marcados. Y como aquí tampoco nadie conoce a nadie, la chica del tubito hace todo el viaje de pie. Está cansada, pero no tiene prisa. Ni tampoco hambre. Y al fin y al cabo no son más que veinte minutos de ná.
Llegando a su destino, la espera otra enorme cola. Pero no hay más huevos que esperar y a estas alturas ya ha aprendido como nadie a resignarse. El lugar es un edificio perteneciente al Gobierno Vasco y la burocracia es tan complicada, que todo el mundo tiene cosas que preguntar y papeles que rellenar. De repente se le acerca una mujer que parece que trabaja allí. Una funcionaria quizá. No la conoce, pero por fin un poco de luz: - pasa por aquí hija, por dios, pasa por aquí, no esperes esa cola. Tienes cara de cansada. ¿Que es, niño o niña?. Por dios, si estás a punto de explotar! -
Gracias a esta maravillosa funcionaria, la chica del tubito se dio cuenta de que no todo el mundo es igual y que aunque se cuenten con los dedos de una mano, aun queda gente que se da cuenta de las cosas. Todos, menos los gilipollas.
El resto de la historia, créanme, carece de importancia.

sábado, 18 de octubre de 2008

El Maku. 10 años después.


Recuerdo que hace años tuve un amigo que estaba loco. Y cuando digo loco, quiero decir como una puta cabra.

Recuerdo que estaba tan loco, que a menudo se creía que era William Wallace, el protagonista de Braveheart, aquellla película dirigida e interpretada por Mel Gibson, a la vez que nos aseguraba ser inmortal, motivado también por la saga de películas de Los Inmortales. Aunque por algún parecido con no se qué dibujo animado, le llamábamos Makumba McKlau. O más cariñosamente, El Maku.

Recuerdo que a veces salía por la calle vestido con una extraña falda escocesa de cuadros e incluso se pintaba la cara, mitad de blanco, mitad de azul, imitando, como no, al escocés Wallace. Y hasta gritaba de vez en cuando subido en lo que pillaba, brazo en alto y palo en la mano aquello de "Freedom for Scotland. Y nosotros, inocentes o más bien gilipollas, le reíamos la gracia. Como si aquello realmente fuese gracioso.

Recuerdo las risas que nos echábamos con él cuando le daba el cuarto de hora y nos imitaba al gordinflón de Santa Claus con aquel "¡Ho, Ho, Ho, Feliz Navidad!" que juro por Dios que desde entonces cada vez que lo escucho, le veo a él, con aquella chaqueta gorda de la Cruz Roja. O cuando se sacaba unos billetes de su cartera y se ponía a gritar tartamudeando a los cuatro vientos: "¡estampitas!, ¡estampitas!", acercándose a la gente, quienes le miraban como quien mira a un loco, a la vez que se apartaban asustados de su lado.

Recuerdo que una vez diagnosticada su enfermedad, una supuesta esquizofrenia paranoide, le vacilábamos diciéndole que le habíamos puesto un chip en la cabeza para poder seguirle en todo momento. Y recuerdo que él se mosqueó... porque se lo creyó.

Recuerdo la música que le gustaba, de lo más extraño para un tipo como él: Parchís, Enrique y Ana, Los Payasos de la Tele, incluso Tijeritas. Y le fascinaba el sonido de las gaitas. Quien sabe si es por ello que hasta yo mismo adoro hoy en día el sonido de una gaita, único instrumento capaz de hacerme llorar.

Recuerdo que era un buen tipo y tenía un gran corazón. De hecho, dedicaba parte de su tiempo a ayudar desinteresadamente a otras gentes en la Cruz Roja, entidad que no solo nunca se lo supo agradecer ni estar a la altura, si no que sin saberlo le empujó un poco más hacia un incierto destino, e incluso hizo más fría la losa que un día le cubrió.

Recuerdo que un día, cansado de vivir esta puta vida que no era la suya y convencido de que esa era la única manera que tenía de irse con los suyos a la Escocia del año mil quinientos no se qué, se quitó de en medio de forma voluntaria ingiriendo vete tú a saber qué veneno.

Recuerdo que fue el 18 de Octubre del año 1.998. Era una puta noche de domingo y yo fui uno de aquellos que le encontraron tirado en la habitación de su casa. Hay quien dice que eso es de cobardes y puede que tengan razón, pero que jamás se crean ellos más valientes... Jamás. Hay que tener muchos huevos para tomar el difícil camino que él tomó.

Recuerdo su coche rojo, sus catanas, su oscura casa sin más luz que la que dan tres feos patios, precintada varios meses tras aquello, sus perros, su gato, su extraño y repugnante pacto con el mismísimo diablo, sus historias, sus paranoias... su cuerpo inerte tirado en el suelo e incluso su puta cara veinte segundos antes de ser incinerado, mostrándose feliz y riéndose de todos nosotros... a la vez que no se porqué, agradecido.

Ahora me consta que corre y grita a diario por los alrededores del lago La Ercina, en los bellos picos de Europa y por la costa de Llanes. Y no solamente puedo decir que le recuerdo, es que jamás le olvidaré.





A la memoria de Jon Joseba. El Maku. Diez años después, aun hay quien le recuerda. Un amigo. Ayer, hoy y siempre.



jueves, 9 de octubre de 2008

...haberlas hailas... aunque no crea en meigas


Aun no existían los GPS, y si existían, yo no tenía uno que me guiase. Nuestra única guía, un mapa Campsa algo antiguo y la recomendación de un amigo de un viejo hotel que nunca encontramos. A la aventura. Sin plan concreto y sin reserva previa. El cansancio del viaje y un enorme dolor de cabeza causado por la resaca de la fiesta de la noche anterior, nos hizo preguntar en un hotel cualquiera al azar si había camas. Había sitio para dos, así que sin más preámbulos, nos instalamos. El lugar era bonito. Junto a la playa de A Lanzada. Galicia. Septiembre de 2.002. 

Los días posteriores y con base en aquel pequeño edificio en medio de la nada llamado hotel, recorrimos varios pueblos de las rías baixas. Fue precisamente en uno de ellos donde tuvo lugar la extraña historia que ahora voy a contar. Un bonito pueblo costero al que llegamos gracias a una guía que habíamos comprado el día anterior en La Toxa y que hablaba de las ruinas de una vieja iglesia, que fue lo que realmente nos llamó la atención.

Preguntando, se llega a Roma. Y a Cambados. Y a las mencionadas ruinas, aunque nos costó encontrarlas. Entre tantas indicaciones, alguien nos contó que aquel lugar había sido pasto de las llamas en varias ocasiones a lo largo de su historia y que al final, como si de un hechizo se tratase,, lo habían dejado por imposible, aunque nunca supimos qué podía haber de cierto en todo ello, ya que nunca he encontrado información sería al respecto.

La puerta estaba abierta. No había tejado. Tan solo unas vigas de lado a lado, dejaban ver que en otros tiempos, quizás sí que lo hubo. Al fondo, la silueta de un hombre no muy mayor. Quizás cincuenta y cinco años, a lo sumo sesenta. Entramos y caminamos despacio hasta el lugar donde se encontraba aquel paisano como si fuese algo que hiciésemos a diario, sin darle importancia alguna a nuestro alrededor ni al lugar en el que nos encontrábamos. Como dos turistas despistados. Una vez a la altura de la única persona que habíamos visto, descubrimos que aquello era un viejo altar y que el tipo aquel de unos cincuenta y pico o sesenta años, estaba allí rezando. Al llegar, ambos, mi mujer y yo, tuvimos la sensación de que nuestra presencia le resulto incómoda, porque el hombre abandonó sus rezos una vez nos detuvimos junto a él. Frente a aquel viejo y abandonado altar de aquella vieja y abandonada iglesia. Nosotros no le dimos importancia alguna al detalle. Si quería rezar, que rezase. A nosotros los rezos nos importaban bien poco. Aquello era Galicia y todo era precioso. Olía a marisco, sonaban gaitas gallegas y sus gentes parecían ser buenas y acogedoras. Era, por cierto, la primera vez pisábamos tierras gallegas. 

Una vez nos detuvimos a su lado, el hombre abandonó la escena. Sin decir nada. Ni hola, ni adiós. Seguíamos contemplando aquel viejo altar, que tampoco es que nos dijese nada especial, cuando de la nada y como en aquella vieja y cutre canción de Alex y Cristina que decía "chas y aparezco a tu lado", apareció una mujer. Se colocó a mi derecha. Codo con codo, llegando a rozarme. Era una anciana que vestía de riguroso luto, aunque su extraño comportamiento no hizo que nos sintiésemos especialmente cómodos y desde aquel momento empezamos a ver las cosas de una forma diferente. Muy diferente. Al poco de situarse junto a nosotros, nos apartó hacia un lado con sus brazos de tal forma que hasta podría considerarse un empujón, a la vez que, acercándose el dedo índice de su mano derecha apuntando hacia arriba a su propia boca, nos hizo el gesto del silencio, aquel que suena tal que "chssssssshh". Y comenzó a rezar mirando hacia el altar. Nosotros, sorprendidos y por no molestar, hicimos amago de abandonar el lugar, dejando allí a aquella loca, pero ella nos hizo un gesto severo para que esperásemos, extendiendo hacia nosotros la palma abierta de su mano izquierda, nos señaló después el suelo con el dedo índice, y volvió a dedicarnos el mismo gesto de silencio, "chsssssss", mostrándonos a la vez una extraña mirada de preocupación. Acto seguido, conseguido su objetivo de que no abadonásemos el lugar, continuó rezando. No parecía peligrosa y decidimos esperar, aunque tampoco nos sentíamos nada cómodos. 

Una vez terminó aquella mujer de rezar, se dirigió a nosotros hablándonos de una forma un tanto extraña, como en susurros y como si su intención fuese la de asustarnos. Lo primero que nos dijo, fue que aquello era un lugar sagrado. Un cementerio. Y que cuando ella había llegado, nosotros estábamos sobre una tumba, por eso nos había empujado. Y fue aquí donde a los dos, a mi mujer y a mí, nos tembló el cuerpo, porque ciertamente, aquello era un cementerio y nosotros habíamos estado sobre una tumba. Y mi mujer ni yo, nos habíamos dado cuenta hasta ese momento del detalle. Era evidente y sin embargo era algo que nos había pasado totalmente desapercibido. El lugar estaba lleno de viejas tumbas. Y no las habíamos visto hasta entonces. 

Aquellas eran nuestras primeras vacaciones juntos y quizás la ceguera del amor nos impidiese ver más allá de donde estaba el otro, pero los dos nos juramos y perjuramos no haber visto antes aquellas tumbas. Habíamos cruzado un cementerio de principio a fin sin haber visto una sola, y el lugar estaba lleno de ellas.

La mujer entonces, mostrando interés por nosotros y sin cambiar su extraña manera de hablar, la cual nos asustaba tanto o más que ella misma, nos contó que la tumba sobre la que habíamos estado al llegar, era la de una niña que había fallecido en el año mil ochocientos y pico, tal y como pudimos comprobar después, porque así lo ponía en aquella losa, casi ilegible, pero que fijándose un poco, se podía leer. Y añadió que aquel hombre que estaba rezando cuando nosotros habíamos llegado, era el padre de la criatura, que acudía a rezarla todos los días desde entonces. Nos faltó un pelo para echar a correr sin saber bien por cual de las dos razones, si porque era totalmente imposible que aquel hombre fuese el padre de aquella niña que llevaba mucho más de cien años muerta, o porque no teníamos ni puta idea de donde podía haber salido aquella puta vieja y como cojones sabía lo del hombre rezando, si cuando nosotros llegamos, allí no había nadie más nosotros y... él.

Sin tiempo para reaccionar, la anciana cogió del brazo a mi mujer y le dijo - ven, ven conmigo... tú que eres mujer... ven conmigo... que te voy a enseñar algo - . Yo hice el amago de acompañarlas, pero ella me replicó - no, tú no... solo ella que es mujer. Tú no -. Elementalmente, hice caso omiso y las seguí, agarrando del otro brazo a mi mujer y pendiente de todo, por si en algún momento hiciese falta hacer lo necesario para protegernos de aquel extraño ser enlutado. Y resultó que a escasos metros de donde estábamos y dentro de aquellas mismas ruinas, nos mostró la imagen de lo que parecía una virgen. Pero no una virgen normal, si no una virgen embarazada. Estaba tallada en la piedra y se veía claramente. Era una virgen encinta. Y la anciana, ignorando mi presencia y dirigiéndose solamente a mi mujer, dijo - mira, es la virgen... tú que eres mujer. Es la virgen y está en estado. ¿A que nunca habías visto a la virgen en estado? -. Reconozco que yo tampoco había visto jamás en lugar alguno una figura similar. Con mi vieja cámara de fotos de aquellas de carrete que hace años dejé de utilizar, disparé un par de veces apuntando con el objetivo hacia la imagen, aunque curiosa e inexplicablemente, cuando llevé el carrete a revelar, no salió ninguna. Aquello no hizo más que cubrir todo con un poquito más de misterio, misterio que aun hoy no he llegado a comprender.

La anciana miró entonces al cielo y antes de echar a correr hacia la salida, nos dijo con la misma voz y la misma entonación que había utilizado hasta ese momento - me voy, jóvenes, me voy, que va a llover -. Y se fue, dejándonos un tanto asustados. Curiosamente, el cielo estaba totalmente despejado y brillaba el sol. Era una bonita tarde de verano. Y allí nos quedamos un rato más mi mujer y yo. Por un lado, observando con interés aquel lugar que no habíamos sigo capaces de identificar al entrar. Por otro, flipando por lo que acabábamos de vivir. Y al salir al cabo de un rato de aquella iglesia vieja y abandonada, sentada junto a la puerta de entrada, estaba aquella anciana que hacía un rato nos había asegurado que corría hacia su casa porque iba a llover, quien nos saludo como quien saluda en un pequeño pueblo a quien ve por primera vez en su vida, a la vez que nos miró de arriba a abajo como si no nos hubiese visto nunca antes.

Con una extraña sensación y con algo de miedo aun dentro del cuerpo, nos metimos en el coche y abandonamos aquel pueblo pensando un lugar para ir a cenar. Aquella noche nos apetecía pulpo. Pulpo a feira. Un manjar. Pusimos la radio del coche y comenzó a sonar "Haberlas Hailas", un tema de Amistades Peligrosas que hablaba de meigas. No nos lo podíamos creer... Qué casualidad. "Hay, pruébame que hay, haberlas hailas, aunque no crea en meigas".

A la mañana siguiente, desayunando en el pequeño y modesto hotel de A Lanzada donde estábamos alojados, le contamos al dueño, con el cual habíamos hecho amistad y nos aconsejaba cada mañana qué lugares visitar, lo que nos había pasado y él sin dudarlo un momento y sin inmutarse lo más mínimo, nos dijo - esa señora de la que me habláis, era una meiga! -, - pero, ¿existen las meigas? - preguntamos nosotros, de nuevo asuatados. - Claro que existen. Y vosotros ayer hablásteis con una -.
Es posible que tanto mi mujer como yo, de haber estado solos, hubiésemos pensado que todo fuese fruto de nuestra imaginación, pero ahí estamos ambos para decirnos el uno al otro que no, que todo fue real.

Por cierto, aquella misma tarde, antes de regresar al hotel, llovió como pocas veces hemos visto llover. 

Y en el momento de escribir esta historia, años después, se me han vuelto a erizar los pelos.

lunes, 6 de octubre de 2008

El niño con el pijama de rayas





En pleno mes de agosto pasábamos unos días de descanso en Noja, cuando cenando una noche en casa de unos buenos amigos, Pedro y Guadalupe, surgió el tema de la lectura. Entre picoteo y picoteo junto a Lidia y Aiala, las dos pequeñas estrellas de mis amigos, ellos nos recomendaron a mi mujer, a mi cuñada la mayor y a mí, un libro titulado El Niño Con El Pijama De Rayas, pero no quisieron contarnos absolutamente nada sobre él, ni tan siquiera un poquito. Tan solo se limitaron a repetirnos una y otra vez que lo leyésemos, asegurándonos que a ellos les había encantado.


Pocos días después de aquel encuentro con mi gran amiga de la infancia, nos hicimos con el libro y fue Ainara la primera en leérselo, aunque su impresión no fue muy buena. Me dijo que le había decepcionado, pero claro, yo, conocedor de sus gustos, que a veces pasan por cosas como Bea la fea, Los hombres de Paco, Hospital Central o House, decidí no tenerlo en cuenta y buscar el momento adecuado para poder leerlo.


Por una cosa o por otra, al final lo dejé un poco aparcado, hasta que de repente van un día los jode-rollos del celuloide y me joden el invento. Y es que me resulta muy curioso que la propia editorial del libro escriba en la contraportada del mismo que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura, a la vez que asegura creer importante empezar la novela sin saber de que se trata, y en quince segundos de reloj van los de Estrenos TV o no se qué puto programa de la puta televisión, ponen un trailer y a tomar por el culo toda la magia que tenía depositada yo en esa historia.


En fin, que al final, casi un mes después de aquella recomendación, me he puesto con El Niño Con El Pijama De Rayas y he de decir que a pesar de que gracias a la dichosa televisión y a la costumbre del mundo del cine en querer hacer caja con aquellos libros que funcionan, yo ya sabía por donde iban a sonar las campanas, me ha encantado. Me ha parecido una historia sobrecogedora que me he devorado en poco más de dos horas y se me han venido dos cosas a la cabeza. Por un lado, aquella obra maestra de Roberto Benigni titulada "La Vida Es Bella", en la que el protagonista, aparte del mismísimo Roberto, es también un niño y por otro, el lanzar una complicada pregunta al aire: ¿en que lado de la alambrada hubieses preferido estar? A ver quien tiene cojones a responder.


Una última cosita: yo ahora quiero ver la película, pero os recomiendo la lectura del libro. Mientras tanto, veré lo que puedo hacer para que mi mujer deje de ver esas absurdas series de televisión.




sábado, 4 de octubre de 2008

Atrapado por Gran Hermano



Tiene cojones... que a mis treinta y muchos años, asqueado a más no poder de la mierda que dan a diario por televisión y siendo de esa clase de tipos que desde hace más de ocho años echan pestes como montañas de ese repugnante concurso con el que una de las cadenas que tanto exige últimamente sus derechos y demás pamplinas de consentido adinerado se forra a costa de las llamadas y los "ese eme eses" de incautos e ignorantes, me he enganchado a "Gran Hermano". No se como me ha podido pasar. No le encuentro explicación. Y no es que me avergüence de ello, pero tampoco creo que sea para tirar cohetes.

No me pasaba algo así desde aquel primer Gran Hermano, cuando corría el año 2.000 y todo era novedad. Yo era algo más inmaduro y tanto Ismael como Iván me hicieron pasar unos buenos ratos sentado en el sofá. Luego todo me pareció cutre y repetitivo. Solo veía un a montón de personajillos intentando saltar a la fama sin más vergüenza que la pueda tener cualquier sinvergüenza de medio palo y como no, a una gran empresa frotándose las manos por las grandes cantidades de dinero que se embolsaba gala a gala gracias al invento de las nominaciones y las llamaditas telefónicas. Y aquello era el inicio de una gran bola de fango en la que se metieron poco después cutreces como Hotel Glam, OT, Factor X o el más reciente insulto al factor humano en el que tres adolescentes faltos de dos buenas ostias en su debido momento son expulsados de su casa por sus progenitores, con el único fin de llenar la parilla de otra cadena y hacerle la competencia a la del Gran Hermano.

Pero ahora no se que me puede haber pasado. El caso es que sin comerlo ni beberlo, me he enganchado a Gran Hermano 10. Espero que todo sea temporal y que no tenga que volver a escribir otro post contando las bondades y las subnormalidades de cada uno de los concursantes de esa mierda de programa, porque en ese caso empezaría a sentirme yo también un auténtico friki y nada más lejos de mis intereses.

No obstante, adelantaré que Loli, Iván, Gema y Carlos, su marido, me caen de puta madre y a Almudena, al Palomares, al Julito y a Ana no les puedo ni ver.

Que cruz... ya me siento algo friki...